Los sectores dominantes que gobiernan a Colombia siempre se cuidan de mantener el pueblo sumido en la ignorancia, la pobreza y la alienación para así poder mantener sus odiosos privilegios. La razón es que un pueblo pobre, ignorante y enajenado, ¿qué derechos va a reclamar? ¿Qué cuentas va a pedir?
El Régimen, así lo llamó un colombiano mártir, para referirse a una conjunción de fuerzas conformada por sectores militares, religiosos, empresarios, ganaderos, banqueros, gremios, intelectuales, medios de comunicación, que han entregado la democracia a un puñado de indeseables, con tal de que les garanticen su maravillosa renta. Son los políticos profesionales los encargados de administrar “la democracia”.
Con el nombre de “democracia” se conoce a un régimen político que hace elecciones permanentemente, y siempre y todas se las ganan ellos. Son los mismos con las mismas. Una democracia que no tiene ciudadanía, que no tiene vigilancia, que no tiene fiscalización, que no tiene participación, que no tiene oposición, es una democracia-paraíso para la corrupción. Para la impunidad. Para la injusticia. Para la inequidad. Para la rabia, para la insurrección, para la subversión. Para paramilitares. Una democracia así como la quieren ellos, a su medida.
Ellos se apoderaron de la economía, de la política, de las instituciones, de las leyes y de la República, mientras un diezmado ejército de ciudadanos contribuyentes se esfuerza cada día más en disminuir sus gastos mínimos para sostener por medio de tributos -que no pagan el capital, ni las empresas, ni los ricos- para mantener una clase parásita y voraz, que es la que controla y dirige el Estado, y distribuye y asigna a su gusto los recursos públicos. ¿Los recursos públicos dónde están? se preguntan muchos viendo la situación de las vías, de la salud pública, de la educación pública, de la vivienda social, etc. Nada más privado que los dineros públicos: son de ellos.
Hasta que llegó Petro. “El mal Alcalde” que no le entregó el sistema de aseo a unos avivatos y corruptos. El mal Alcalde que le dijo no al carrusel de la contratación pública. El mal alcalde que le dijo no a los políticos del clientelismo. El mal alcalde que abrió la participación ciudadana en la planeación y ejecución de los presupuestos públicos. El mal alcalde que ha combatido la exclusión social. El mal alcalde que hizo un Plan de Ordenamiento Territorial que adapta la ciudad a la amenaza del cambio climático. El mal alcalde que con el apoyo no solo de sus electores, está luchando por no dejarse tumbar como han tumbado a tantos durante tanto tiempo.
Hasta que llegó Petro y despertó la democracia que estaba dormida. La tenían cooptada los señores del poder. Y nos está recordando a todos que la democracia es esa ciudadanía consciente y deliberante, firme y segura, que llena las Plazas de Bolívar y los espacios públicos, desafiando el papel excluyente de los poderosos que pretenden sacarlo de la vida política por medio de una infeliz sentencia administrativa del Procurador que llena de vergüenza la peor página de los derechos humanos en Colombia, y que es un acto de vandalismo jurídico contra la democracia: “La CIDH no es vinculante”, explica Ordóñez. O sea, en el caso “gravísimo” de las basuras, la Constitución no aplica.
El poder constituyente es una fuerza popular y ciudadana incontenible que rompe el statu quo.