Levantar la voz en la calle, no solo en redes: la fórmula del cambio

Levantar la voz en la calle, no solo en redes: la fórmula del cambio

"Es en este escenario en donde verdaderamente se conoce el carácter democrático y justo de la sociedad, no en la comodidad de una silla detrás de un computador"

Por: Fabián Camilo Doncel
agosto 29, 2018
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Levantar la voz en la calle, no solo en redes: la fórmula del cambio
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

La consulta anticorrupción del día de ayer tuvo un resultado de once millones seiscientos mil votantes. Este número nunca antes había sido obtenido en votaciones por ningún partido político ni mucho menos por un individuo en Colombia. En términos estadísticos representa un poco más del 23% del total de la población colombiana y si bien queda por debajo del umbral requerido por la ley, el éxito de la votación es irrefutable porque anuncia el cambio generacional inminente, la renovación ideológica del país votante y la voluntad de ejercer los derechos civiles sin la mediación reprochable de las dádivas del poder.

Sin embargo, no todo es color de rosa. Parecerá una contradicción pero estar a 500.000 votos del umbral es lo mismo que llegar de segundo en una carrera y esto hace comprensible el pesimismo general de los votantes, porque los políticos son especialistas en usar el rigor de la ley cuando les conviene pero doblan el brazo de la misma cuando esta no les corresponde. Sabemos que habrá innumerables trabas e interpretaciones de la consulta para declarar su inaplicabilidad e inexequibilidad, a pesar de que la expresión democrática fue mayor que la suma total de los sufragios registrados por los actuales senadores (9.374.000) y también mayor a los votos que eligieron al actual presidente Iván Duque (10.373.080).

El resultado de la consulta muestra que hay consenso general en el rechazo por la corrupción nacional y que, en el sentido práctico, las ideologías partidarias son secundarias cuando el problema que se discute afecta en igual manera a las bases de todas las corrientes políticas nacionales, que sin adornos lingüísticos son los ciudadanos de a pie, la clase media (pequeñas y medianas empresas) y los pobres. Esta unión es la que debe ser el principio rector de los horizontes de la nación. Las riñas partidistas han sido el pan de cada día desde los tiempos de la Gran Colombia y han demostrado, sin lugar a dudas, que sus frutos no son buenos. Colombia actualmente sigue en el top 3 de los países más desiguales de América estimándose 11 generaciones para que los pobres de Colombia dejen de serlo (más de 300 años).

Otro resultado que trae la consulta es la inevitable división que se ocasiona entre los diferentes electores y que toma matices beligerantes mediante argumentos y manifestaciones emocionales producidos más por una profunda frustración que por un ejercicio racional de aceptación de la diferencia. Expresiones como “país de mierda, ignorantes, estúpido, flojos, perezosos, tenemos el país que nos merecemos, venden el voto por un tamal, etc.” más que dar fuerza a un argumento, nos permite conocer que el material del que está compuesta nuestra nación es homogéneo porque al primer traspié dejamos de ser los individuos democráticos, justos, nobles, esforzados y buscadores de la paz. Estos adjetivos no son más que los disfraces que nos ponemos mientras tenemos el viento a nuestro favor porque ante la adversidad mostramos nuestros verdaderos colores.

La indignación por el resultado también nos debe hacer reflexionar como individuos y como sociedad. ¿Por qué los lugares donde se reporta mayores índices de corrupción son lo que menos votaron? ¿Es porque el pueblo allá es corrupto? ¿Es por pura flojera y desidia? ¿No es curioso que en gran parte de esos lugares la pobreza multidimensional sea también la mayor del país? ¿Sabemos si la información de la consulta fue compartida en esos lugares? ¿Los puestos de votación en esos lugares son tan cercanos y tan numerosos como en las ciudades del país? ¿Conocemos nosotros el grado de necesidad de esa población que nos permita hacer un juicio correcto respecto a sus motivaciones por el voto? ¿Fuimos activos en la distribución de la información de la consulta en esas poblaciones o nuestro accionar político se limita a compartir archivos por Facebook y Twitter, y tener discusiones estériles por las redes sociales? ¿Cómo ciudadanos libres estuvimos dispuestos a financiar con nuestros propios recursos a aquellos cuyo lugar de votación tiene distancias que se cuentan en horas y no kilómetros y, cuya condición económica consiste, en el mejor de los casos, en 2000 pesos que son literalmente su pan de cada día?

Todo juicio apresurado se inclina más a errar que a acertar y este aspecto es el que más evidencia la falta de educación de un país en el que cualquier individuo, desde el más chico al más grande, se siente facultado para lanzar juicios y sentencias como si solamente existiera su realidad (la realidad de las ciudades o la comunidad virtual) y la Colombia profunda fuera nada más que una invención de García Márquez.

Durante la segunda mitad del siglo pasado en los Estados Unidos tuvo lugar el movimiento por los derechos civiles que terminó con los largos años de la segregación racial mediante la manifestación no violenta de la población negra sustentados en la desobediencia civil. En la década de 1960, diecinueve millones de afrodescendientes (sin contar las demás poblaciones adherentes a esta causa) paralizaron un país de 180 millones de habitantes para protestar pacíficamente por sus derechos y lograron que el presidente norteamericano Lyndon B. Johnson firmara la Ley de los Derechos Civiles de 1964 dando fin a una lucha centenaria por ser admitidos como ciudadanos de los Estados Unidos. El 10% de la población logró cambiar un estado de injusticia aceptado desde la misma fundación del país (casi 200 años de historia).

En Colombia actualmente hay un 23% de la población que tomando una posición activa puede lograr la presión necesaria para provocar los cambios necesarios que la consulta anticorrupción solicita, pero depende de que los ciudadanos libres levanten su voz en la calle y no solamente en esa trampa de las redes sociales de las que habló Bauman. Es en este escenario en donde verdaderamente se conoce el carácter democrático y justo de la sociedad, no en la comodidad de una silla detrás de un computador o de un teléfono celular. Somos mayoría los que elegimos y tenemos la esperanza de un país más justo, equitativo y noble. Dicen que la historia la cuentan los poetas, pero no aceptemos hoy las palabras de Julio Flórez cuando clama: ¡Todo nos llega tarde! Vale la pena seguir resistiendo hasta que las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

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