Letras de cambio…

Letras de cambio…

Dadas las circunstancias, parece que la miseria contagiará a la mayoría, el PIB no rebotará y la recesión rebrotará

Por: Germán Vargas G.
mayo 26, 2020
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Letras de cambio…
Foto: Flickr David Goehring - CC BY 2.0

Mientras muchos columnistas escriben textos anunciando cambios estructurales, lo único que comprometen los Estados son letras de cambio. Como ilustración, adapto una frase del teatral expresidente Reagan: reconocemos una recesión cuando los vecinos pierden sus empleos; es depresión cuando pierdo mi trabajo; y recuperación cuando los acreedores, economistas y políticos pierdan el suyo.

La OMS anunció que esta pandemia podría hacerse endémica (14/5/2020). Sin embargo, perdimos de vista otros males globales: por ejemplo, estamos derrochando agua, para protegernos de un virus cuya letalidad es baja, aunque esto suponga amenazar la disponibilidad de ese recurso natural, no renovable.

Esta cortina de humo también ha velado la “pande-sigualdad” y la “pande-uda”, pues los Estados abusan de su adicción a estos recursos, y su rol como codeudor, aunque Fitch publicó un informe especial que advierte récord de incumplimientos (Sovereign Defaults Set to Hit Record in 2020, 12/5/2020),

Círculo vicioso, un clavo saca no necesariamente saca otro clavo, aunque es seguro que agranda el hueco fiscal. El guion actual está determinado por el estancamiento secular, y la deuda endémica; y resolver este nudo requerirá, entonces, aislarnos de la pseudociencia económica, y su ortodoxia metafísica, neoliberal o estoica (ver Crísipo en Si busca la vida buena, ¡compre uno de nuestros estilos filosóficos!, Luciano Samósata), pues está de moda la descalificación de riesgo BB.

Empeñados por esas letras de cambio, la miseria contagiará a la mayoría (L), el PIB no rebotará y la recesión rebrotará (W).

Desde su origen, la deuda ha sido una enfermedad autoinmune, considerando que los prestamistas siempre han impuesto condiciones, y arrodillado a la sociedad, los gobiernos y bancos centrales, que ahora abusan de este lenitivo para atender el aislamiento social coyuntural, usando el “tapabocas” del dinero barato, al tiempo que renuncian a sanar las brechas estructurales. Como si fuera poco, el sector financiero parece el hijo bobo del Estado.

Consecuencia de lo antedicho, la insolvencia es irreversible; mientras la productividad laboral es el fantasma que vemos desde la Paradoja de Solow, antes de la crisis actual el apalancamiento multiplicaba por 3,2 al PIB (Sustainability Matters, IIF, 2020), y el termómetro sigue creciendo, tal como sucede con el cambio climático.

Semejante irracionalidad tiene antecedentes en la Gran Recesión, cuando las calificadoras y las pruebas de estrés bancario alimentaron la bola de nieve; ahora China asume el rol antagonista, aunque desde acumula varias décadas manipulando al planeta, el mercado y las cifras. También conviene recordar la pandemia negra, donde robaban a los muertos porque era lucrativo (El Séptimo Sello, Bergman): hoy, como siempre, el sector financiero se enriquece con la “d.ee.uu.da”, pues la vida crediticia, gota a gota, lleva las cuentas (al) “más allá”.

Entretanto, el apalancamiento de nuestras entidades financieras no pasa del 5.3%, porque sus trucos de magia, como la usura, dan para todo: hasta para mantener ganancias billonarias durante en plena pandemia.

La economía seguirá pendiendo del frágil arnés de deuda, creyendo que no habrá impacto si cae en ese barril sin fondo, al tiempo que oculta el desgaste del colchón de emergencia, que, hecho del mismo material, tampoco ha soportado aliviado los incómodos puntos de presión que la sociedad sigue cargando a espaldas.

La economía basada en la deuda destruye valor, y parece sacrilegio contemplar alguna “Perdonanza” (v.g. Celestino V) de la deuda. Por eso, cansados de que los “responsables” se “laven las manos”, los “anticuerpos” franceses usan “chalecos” para abrigar esperanza, mientras la economía siga en deuda.

Es necesario “regular” las ganancias del sector financiero, y “regalar” dinero a los ciudadanos, motores de la economía doméstica/real, urgida de recursos frescos y suficiente flujo de caja. Las palabras se las lleva el viento, y, las letras de cambio, los bancos.

No debemos nacer en deuda, crecer y morir pagando “la vida a cuotas” (Ciertas Cosas, Cepeda).

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