Es urgente aclarar que a pesar de las acciones criminales pasadas y recientes cometidas por parte de las fuerzas militares de Colombia, obviamente incluyendo miembros de la policía, la mayoría de sus integrantes son gente buena que desea servir a la patria (algunos por no tener otras opciones, otros por un sincero deseo de hacerlo) y son quienes “ponen el pechito” por todos nosotros en situaciones de alteración pública de toda índole.
El problema no se soluciona saliendo a defenderlos porque si, ni alegando que mataron en un momento de “ira e intenso dolor” al observar al compañero muerto. Allí está el detalle. Los miembros de todas las fuerzas armadas (no sólo lo necesitan sino que también lo merecen) deben recibir un entrenamiento adecuado y profesional que les permita pensar antes de disparar.
El estrés producido por largas jornadas de trabajo, en condiciones difíciles de todo tipo más el adoctrinamiento constante por las expectativas a que son sometidos contribuyen a estados mentales que los hace no aptos para portar armas y merecen ayuda psicológica.
La defensa energúmena de sus miembros por parte del gobierno anterior no sirve para nada y vilipendiarlos mucho menos. Es hora de asumir responsabilidades y hacer de nuestros soldados y policías ciudadanos respetados y respetuosos de la vida y de la ley.