Curiosamente, no conocí al maestro Leonardo Gamarra en Sincé, la tierra natal de ambos, sino en Barranquilla, en nuestra casa familiar de la carrera 39, entre calles 47 y 48, en un pasaje de apartamentos a un lado del Asilo San Antonio.
Debió ser en algún momento de 1969 cuando vi llegar en varias ocasiones, casi siempre los domingos, a un tipo mucho más joven que mi padre, tocado con una cachucha de beisbolista, que se sentaba a conversar y a cantar canciones que mi viejo acompañaba con su guitarra. Eran las canciones que Leonardo componía y que venía a mostrárselas. Una de ellas era Linda Elina que, según recuerda Gamarra, mi padre dio para que la arreglara su amigo Juancho Esquivel, el gran compositor, clarinetista y saxofonista mompoxino, y que sería grabada por la Sonora Sensación a comienzos de los 70.
Pero ya antes, en los 60, le había grabado La palma de coco un grupo de música bailable llamado los BeBops, en el que Jimmy Salcedo era el pianista y Víctor Gutiérrez, clarinetista y saxofonista, que después sería compositor, arreglista, compositor y productor de grandes éxitos de orquestas colombianas y venezolanas.
De manera que el maestro Leonardo Gamarra regresó a su tierra sinceana a comienzos de los años 70 con dos logros interesantes en su vida de compositor, y desde entonces no paró de componer, llegando a perder la cuenta de sus composiciones, asistido por una inspiración que le permitiría asumir con propiedad y solvencia cualquier aire, cualquier ritmo, cualquier tema: pasillos, boleros, pasajes llaneros, jazz, salsa, cumbias, porros, paseos vallenatos, fandangos, merengues, merecumbés, gaitas, garabatos...
Siempre he pensado que su talento de compositor está prodigiosamente fundamentado en dos características que él luce brillantemente: la condición de ser un extraordinario letrista, un gran poeta popular, sin duda, que además canta muy bien sus propias creaciones; y la virtud de una asombrosa inventiva melódica. Ambos dones tienen como consecuencia el hecho relevante de que sus composiciones tengan un gran poder de seducción y lleguen a las manos de los arreglistas prácticamente listas para ser pasadas al papel pautado.
Pero el lenguaje que habla con maestría absoluta el maestro Leonardo Gamarra es el del porro. De eso no tengo la menor duda. Podría decir, inclusive, que lo que ha hecho este compositor sabanero ha sido inyectarle a nuestro histórico aire musical una nueva savia llena de poesía y genuinidad en sus motivos, envuelta a su vez en una hermosa melodía tocada de actualidad, pero conectada al mismo tiempo con sus hondas raíces culturales y con la herencia de un sonido de aquellos porros de nuestras grandes orquestas colombianas.
Fernando Iriarte, el gran amigo e interlocutor de Leonardo Gamarra sobre el porro
Mientras, de regreso con nuestra familia a Sincé, también a comienzos de los años 70, en varias ocasiones vi a Gamarra cantar sus canciones acompañado de Carlos su hermano, que era un gran cantante e intérprete romántico de la guitarra, casi siempre en reuniones y parrandas familiares en el pueblo. Él siguió siendo cercano a mi padre y de nuevo los vi juntos conversar y departir, siempre en función de lo que cada cual andaba haciendo con los porros. Para entonces nos habíamos comenzado a tratar con mayor cercanía pues ya andaba en mi adolescencia, y mi interés en la música se había fortalecido.
Regresé a Barranquilla a iniciar mi vida universitaria a finales de 1976, pero casi siempre que regresaba a Sincé era obligado un encuentro con Leonardo, para escucharle las historias de sus canciones, y sus canciones, y las anécdotas de sus amplios recorridos por campos y pueblos de la región, por virtud de su trabajo, de donde siempre traía motivos para su canto, cuando no su canto ya redondo para enriquecer ese extenso repertorio musical que es toda su vida. Leonardo tiene también una colección de poesías inéditas llenas de amores y de historias, de las que alguna vez me dio a leer un legajo de copias firmadas con el seudónimo de Legaro (Leonardo Gamarra Romero), en donde podemos hallar la explicación de esa especial versación que tiene para escribir las exitosas letras de sus canciones, algunas de las cuales, muchas, como las de los porros El Centauro, Con la garrocha en la mano, Imágenes, Caño de ventanilla, entre otras, son hermosos relatos de una especial poesía épica, amorosa o picaresca, que no admite discusión.
De ahí en adelante cuatro hitos capitales ayudarían a darle forma definitiva a su vida musical. Ya en los años 80 la fama de compositor consolidado de Gamarra comienza a desbordar los límites inmediatos de los pueblos de Sucre y Córdoba, haciendo interpretar sus composiciones y participando en espacios culturales y festivales del porro en la región, ya fuera en el Festival de Bandas de Sincelejo, o en el consagratorio Festival Nacional del Porro de San Pelayo, en donde sus creaciones empezaron a ser reconocidas y premiadas, y a ser insertadas en los repertorios bandísticos de toda la región.