Muerte, fase natural de la experiencia de la vida, negada por mucho por ser un tema que no es de agrado para las conversaciones. Se ha convertido en un hecho de inmediatez gracias los medios de información; quien muere hoy deja der noticia el día de mañana porque alguien más es el protagonista de los titulares. Nada hay que hacer por los individuos que han partido hacia un mejor lugar, donde no existen las necesidades ni los deberes ni los padecimientos por haber nacido en una existencia arbitraria, obligando a los individuos a vivir sometidos bajo reglas cumplidas por unos y quebrantas por otros. El 30 de Junio del 2014 es asesinado el fotógrafo de 68 años, Anatoly Klyan; que llevaba trabajando por alrededor de 40 años para cadena de noticias Canal Uno. El suceso se registró en la ciudad de Donetsk, ubicada en Ucrania; cuando eran transportadas varias mujeres, madres de varios adolescentes reclutados para el conflicto que inició el mes de Mayo del 2013; además de los familiares de los jóvenes soldados, se encontraba cuerpo militar de procedencia rusa y periodistas compañeros de Klyan. El acontecimiento dejo no sólo el fallecimiento del fotógrafo, el conductor del móvil atacado por autoridades ucranianas también pereció.
El atentado fue registrado por la cámara de uno de los periodistas que viajan en el lugar de los hechos; el video se ha publicado de forma reiterativa por los medios de difusión, acompañándolo de la escasa información acerca del asesinato del fotógrafo ruso. Las escenas presentadas son la prueba de lo sufrido por Anatoly antes de morir; resulta sencillo hacer público el audiovisual que fue un acontecimiento viral de un solo día, por eso he decidido –hago publica mi presencia- relatar de forma escrita lo visto en las secuencia de imágenes de los últimos momentos de vida del hombre de 68 años. Lo primero en aparecer en el registro visual, es una imagen general sin definición alguna, sólo es posible divisar varias sombras con movimientos uniformes, acompañados de los sonidos de los proyectiles como música de fondo, repentinamente aparece las voces de los distintos testigos del asesinato; el lenguaje es ajeno a mí entendimiento, frases cortas dan por confirmado la tensión del momento.
En segundos la imagen se hace nítida, dejando ver a varias personas encogidas en el interior del autobús que las trasporta; quien resalta en la escena es un hombre de cabello del color producto de los años, en su mano izquierda sostiene unos binoculares, apenas tiene fuerza para no dejarlos caer. Al sujeto lo rodea la idea del cansancio, al punto que lo hace despojarse del objeto llevado a lo largo del viaje; quien recibe lo dado por él exhausto, solo puede dar ánimo a la vida que presiente su partida, dos palmadas con la mano derecha son el auxilio para Anatoly Klyan. En su mirada no hay angustia, lo inunda la calma; ni los disparos que embisten el exterior del trasporte pueden abstraer al fotógrafo de 68 años del trance en progreso. Sin aviso alguno la escena cambia, enfocando al conductor del autobús, su indumentaria da a conocer la noción de ser un soldado, en la parte posterior del rostro fluye la sangre contenida únicamente por su mano; aferrándose a una nueva oportunidad de conllevar la existencia. Conduce de forma brusca, el miedo ha sometido todo su pensamiento, a pesar de ello sigue al mando del volante de dirección de la única invención humana que podrá llevarlo a él y sus acompañantes a una zona fuera de peligro.
La cámara da de nuevo protagonismo al hombre tendido en el suelo del autobús, presenta un aspecto nada alentador, la mirada es cada vez más distante; el apoyo es permanente de quienes lo acompañan, provocan en la escena el aire de un próximo adiós. El mismo sujeto que minutos antes le había recibió los binoculares, se encuentra golpeándole el hombro derecho, mientras sostiene en la otra mano un micrófono amarillo –cuestión de audio-; no es el único ofreciéndole auxilio al fotógrafo, otro individuo de chaqueta matizada por infinidad de tonalidades, afianza su extremidad izquierda con la palma diestra de Anatoly; evitando dejarlo iniciar la siesta sin retorno. El video enfoca el rostro del herido, un disparo ha atravesado su pecho, no hay sangre, pero el lenguaje de los ojos traduce los efectos del proyectil alojado en el interior del personaje de 68 años. Nada lo hace estremecerse, la sordera se ha infiltrado en la escena, para él no hay sonidos; las personas han perdido la habilidad del eco salido de las cuerdas vocales, el pensamiento de Klyan las ha silenciado.
El viaje ha concluido, así lo demuestra la siguiente escena del audiovisual; un automóvil negro está en pausa frente al autobús donde se dieron los hechos del ataque. La puerta abierta del móvil deja asomar la figura en agonía del fotógrafo, sentado sobre el tercer escalón, posa su mano derecha sobre la rodilla de la misma orientación, mientras la otra palma se encuentra apoyada en la división del metal y el vidrio de la ventana en la entrada de la maquina amarilla, que logró dar a sus ocupantes tiempo de más para seguir presenciando la realidad. Anatoly se pone de pie como las falencias físicas se lo permiten, es inevitable no ser ayudado para realizar tal acto; el cuerpo no responde al razonamiento, solo camina por instinto; los brazos del cuerpo toman los movimientos de un péndulo, confirmando el estado del fotógrafo. A pocos pasos Ingresa al coche paralelo al autobús para encaminarse hacia el centro de salud, siendo éste el último por realizar en vida. Anatoly klyan ahora hace parte de las estadísticas de cientos de personas muertas por la determinación de informar, con él son cinco los individuos fallecidos en el conflicto desarrollado en territorio europeo; los otros cuatro también han sido víctimas, no solo a causa de la guerra, sino también de la inmediatez de los medios de información.
Imagen web: The Independent
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