En un humilde taller de carpintería en Dinamarca nació Lego, a principios del siglo pasado. Fue la respuesta creativa de Ole Kirk Christiansen al ver su taller destruido por las llamas. Decidió construir versiones en miniatura sus productos como ayuda de diseño y para minimizar costos. Luego encontró la manera de hacer pequeños ladrillos en madera que se entrelazaban y fue entonces cuando le buscó un nombre a su nuevo negocio. Escogió las primeras dos letras de las palabras danesas leg y godt, que significan «jugar bien».
Y nació Lego.
Hacia 1949, se comenzaron a hacer los pequeños bloques de plástico de cuatro y ocho pernos, que fueron lanzados al mercado como “ladrillos de enlace automático” y permitían construir múltiples diseños. El éxito fue inmediato, seis años después Lego ofrecía más de 200 modelos de juguetes, producidos en varios países europeos.
La visión sobre el potencial de Lego la tuvo Godtfred, el hijo de Ole Kirk. Desarrolló el diseño actual con tubos huecos en su cara inferior, que facilitan el poderse juntar y da mayor versatilidad. El negocio que funciona en un pequeño pueblo de 10.000 habitantes, Billund, en Dinamarca ha permanecido 84 años en la familia durante estos 84 años; casi la mitad de los pobladores forman parte del staff de Lego.
Allí nació el primer parte temático “Legoland” (tierra de Lego) formado con modelos en miniatura de ciudades reales. Este se expandió 8 veces su tamaño original y se convirtió en una atracción de más de un millón de turistas al año que además fue replicado en el Reino Unido, Alemania y dos en Estados Unidos, en Florida y California.
Los años 70 marcaron un cambio cualitativo en el juego: aparecieron las primeras unidades que permitían armar automóviles, camiones, autobuses y otros vehículos a partir de ladrillos. También se lanzó una de las líneas más exitosas, el sistema de trenes. En la siguiente década aparecieron las figuras en miniatura que poseen piernas y brazos articulados y una amable sonrisa; los juegos espaciales; Fabuland, la serie de fantasía orientada a niños pequeños; los juegos “serie experto” orientados a aficionados de mayor edad y más experimentados, que incorporan partes móviles como engranajes, ruedas dentadas, palancas, ejes y coyunturas universales, los cuales permiten la construcción de modelos realistas. Para ese entonces, la tercera generación de Christiansen, en cabeza de Kjeld Kirk Kristiansen tomó las riendas del negocio.
Sin saberlo, los ladrillos Lego se convirtieron en una herramienta pedagógica inigualable para desarrollar las habilidades creativas y de resolución de problemas, y no solo en niños. La respuesta de la empresa fue organizar el departamento de productos educativos para potenciar la vocación didáctica de los juguetes, una división que disparó aún más el negocio, especialmente en los países con mayor capacidad adquisitiva.
La llegada de nuevas tecnologías al principio de este siglo significó un primer campanazo. Al humilde lego de ladrillos parecía no resultarle fácil sobrevivir ante la competencia de los videojuegos; además su incursión la producción de otros objetos como ropa de niños, joyería y juegos de computadores no les salió bien. Se vio además amenazado por la llegada de otras compañías similares que aprovecharon la expiración de patentes, como la canadiense Mega Blocks.
En el 2003 la crisis se empezó a sentir y la familia entregó el control a un experto externo y contrató al también danés Jorgen Vig Knudstorp. Su estrategia: volver a lo básico, y puso en marcha el mayor cambio corporativo de la compañía. Con su enfoque radical de “nos enfocaremos en el ladrillo y lo llevaremos a más y más niños”, la compañía resurgió. El proceso conllevó despidos, relocalización de fábricas y la venta de los cuatro parques temáticos "Legolands" que poseían en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Dinamarca a Merlin Entertainments Group por USD 500 millones de dólares. Actualmente Lego tiene fábricas propias en Dinamarca, Hungría, República Checa y México. Y por medio un proveedor externo en China (donde se hacen piezas robóticas y electrónicas) y Austria.
La empresa tomó vuelo y en el 2013 dio resultados record, superando a Mattel, crecimiento que mantuvo hasta el año pasado. La producción anual de ladrillos Lego ronda aproximadamente los 20.000 millones anuales, o cerca de 2,3 millones por hora con una alta rentabilidad. Lego compra un kilogramo de plástico y lo convierte en ladrillos que se venden por más setenta veces del valor de la materia prima.
La clave del éxito es la original manera de operar como sistema. Las piezas, sin importar su tamaño, forma o función, encajan con todas las demás piezas lego de alguna manera. El diseño de los ladrillos parece sencillo, pero llegar a éste ha significado un gran trabajo de ingeniería. Según la compañía, sus procesos de moldeado son tan precisos que apenas 18 de cada millón de piezas producidas caen por debajo de sus estándares de calidad. Gracias a esta precisión, las piezas fabricadas 30 años atrás continúan siendo interconectables con piezas fabricadas recientemente.
Su gran desafío es cogerse el paso a las alternativas que brinda el mundo digital. El año pasado no fue un buen año, pero se reaccionó oportunamente con una reestructuración que significó reducción de personal y en enero de este año cambiaron al presidente de la compañía. Llegó el inglés de origen indio Bell Padda, pero solo permaneció diez meses; en su reemplazo fue contratado el danés Neils B. Christiansen, quién posee experiencia en convertir empresas tradicionales en compañías globales de alta tecnología.
Bajo el liderazgo de Christiansen, quién en 2015 fue el ejecutivo mejor pagado en Dinamarca (6,72 millones de euros), la compañía busca lograr ser capaz de incluir el componente tecnológico en la experiencia de jugar con Lego. Su éxito, que se ha basado en el fomento a la solución de problemas, colaboración, descubrimiento e imaginación, ahora debe incluir dentro de la fórmula, el mundo digital en el que vive la actual generación de niños.