Las dinámicas de sobrevivencia al borde del delito tienen sus orígenes en los años 60, a partir de un sobrepoblamiento de la ciudad de Manizales. Originarios de los municipios cercanos, acosados por la pobreza y el amedrentamiento de la violencia de los años 50, encuentran la solución a sus problemas económicos en una ciudad, que todavía tiene una oferta de empleo con base en la economía cafetera. Las más de veinte trilladoras de café brindan a las madres un empleo que les permite el cuidado de los hijos.
Los terrenos no construidos en las zona periféricas aumentan la población de los barrios: Galán, Avanzada, Jazmín, Colón, Nevado y Carmen; aledaños a las zonas de tolerancia, donde se inauguran las famosas ollas (espacios muy distintos a los conocidos hoy): lugares donde se reunían trabajadores que laboraban en la construcción de vías, y que sus días de descanso, Sábado y Domingo, se reunían a socializar a partir del juego, y el consumo ilegal de pipo (bebida de alcohol, agua, Mejoral y leche condensada) que debían ocultar en una olla, en un hueco dentro de la tierra, cubierta de plástico y de pasto.
Finalizando los años 60 se incrementó el consumo de marihuana, se inauguró también el famoso cosquilleo y asalto a transeúntes desprevenidos, un robo sin sangre, sin amedrentamiento, con el respeto por sus barrios, y la protección de sus vecinos; muchos de ellos Robin Hoods, generalmente robaban campesinos y recolectores de café que comercializaban y cobraban su salario en las zonas de las galerías y del Parque Liborio.
El crecimiento del narcotráfico finalizando los años 70 y su expansión a las medianas ciudades como Cartago, Armenia, Pereira y Manizales intensifican el crimen y el consumo, que se acrecientan con la migración por la violencia y la pobreza de ciudades como Medellín y Cali, entre otras. La mudanza de jóvenes pertenecientes a las escuelas de sicariato al servicio del narcotráfico inaugura y traspasa a los jóvenes las dinámicas de dinero fácil, incentivada por la música del no futuro y por los comerciales que crean las nuevas necesidades materiales como requisito para la aceptación social.
La caída de la economía cafetera y el cierre de las trilladoras crean el desempleo de cientos de mujeres cabeza de familia, que encontraban en ellas su sustento. Se intensifica la prostitución y la búsqueda de sobrevivencia al borde del delito.
Los distintos proyectos de restauración de la ciudad reubican las viviendas construidas en la entrada de Manizales, que no necesariamente se encontraban en riesgo, sino que "afeaban" la entrada a una ciudad habitada por una sociedad clasista, elitista y excluyente, que apoyada por políticos corruptos interferían correspondiendo a los intereses de las familias pudientes, acorralando a los habitantes de los barrios y generando la primer línea invisible entre la alta sociedad y “los pobres” barrios habitados por “delincuentes, marihuaneros y atracadores”. Esto crea el imaginario colectivo de los “excluidos” que se traslada de generación en generación, que busca incluirse a partir de figurar como guapos o como personas con capacidad de decidir quién entra o sale del sector; allí encuentran el capital humano los distintos actores al margen de la ley para dinamizar el narcotráfico, con su estrategia de mulas, especialmente mujeres y jóvenes que sueñan con sacar a su familia de la pobreza que los estigmatiza y excluye. Hoy el microtráfico apenas ofrece el tener el guayo (revolver) y la moto, para ser respetado por los demás habitantes, temido por los de los otros barrios y deseado por las mujeres, es incentivado por la música de este futuro: El reguetón. Mensajes muy distintos a los sueños y necesidades de cada uno de los jóvenes: amar y proteger la familia.
Contra esa exclusión de la sociedad elitista, de la prensa, del comercio y de la industria, trabaja la Legión del Afecto con su estrategia de encuentro, que abran oportunidades desde y para las comunidades. Hoy bajo un estigma que las hace cada día más violentas y que le permite a las autoridades convertirlos en chivos expiatorios de la violencia en sus distintas expresiones y que crea en la sociedad la aceptación de las mal llamadas “limpiezas sociales” con su amedrentamiento y asesinatos selectivos.
La mala lectura de quienes han dirigido los destinos de la ciudad y de los medios de comunicación en su afán amarillista de vender el mejor titular, nutren estos deseos incentivados por la música y por los programas de televisión, casi todas réplicas de la violencia del narcotráfico en nuestro país, e identificados por sus repetidos y llamativos títulos que muestran lo que se obtiene por el camino del atajo y que se contraponen a la creciente realidad de las dinámicas de sobrevivencia, a partir de la división de los territorios dada para el comercio, las dinámicas de robo y asalto con el que una gran mayoría de jóvenes sin oportunidades sostienen a sus familias.
Así con una realidad construida de irrealidades, Manizales tiene decenas de barrios, acorralados por las cadenas de venganza y las fronteras invisibles que estallan semanalmente en batallas campales en las principales calles de los sectores, dejando decenas de heridos con inconvenientes para ser atendidos en los distintos puestos de salud, precarizando su atención, al punto de que muchos mueren antes de ser atendidos por las clínicas u hospitales. Esta violencia motiva a las autoridades a incrementar el presupuesto de armas y de seguridad. Estrategia muy lejana a la necesidad y a la solución de unos problemas que tienen su origen en exclusión y la falta de oportunidades.
La estrategia y el hacer legionario trabajan en la ruptura de ese imaginario colectivo de no futuro, que apoya la idea de que por la ley del atajo todo es posible para instaurar el verdadero deseo del ser humano, trasladando su capacidad de solidaridad y afecto a sus iguales y a los más desprotegidos. Esta transformación la hace evidente la alegría de cada uno de los jóvenes legionarios, acompañando a los habitantes de calle, y a las comunidades golpeadas por las calamidades trópicas y antrópicas como incendios, derrumbes, desbordes de ríos y masacres por bandas organizadas y delincuencia común.
Los motivan los sueños perdidos por causa de la violencia, y llevándolos a buscar una estrategia que evite que los niños caigan en esas dinámicas y vivan lo que ellos han vivido y quisieran no haber vivido y así materializan sus sueños conjuntos de un mejor mañana para sus familias y sus comunidades que muchos han visto posible desde el hacer legionario que incentiva sus capacidades innatas desde las bellas artes, la música, el deporte y el juego, aumentando su autoestima y llegando a convertirse en héroes y líderes sociales, transformando la imagen de sus sectores, y acabando con la exclusión.