Este afán de un gobierno en vía de extinción y con un sol que ya ni en las espaldas le alumbra, de graduarnos de “país más rico” sin haber cursado el pensum que de en avalar ese título, no parece la mejor ocurrencia del presidente Santos, entre tantas de las que en el lapso de sus ocho años en las estancias de la casa de Nariño, ha tenido y cultivado en vítores y abucheos.
Y no parece la tal ocurrencia, el grado de país más rico a Colombia por la OCDE, y no es por joder, merecedora de vítores y su sarta de sinónimos, por una razón con peso especifico y hasta con sobrepeso, que va a más allá de lo posible: Colombia apenas si está en el kínder, sí es que ya alcanzó a pasar del parvulario en las materias que tan encumbrada escuela exige e impone a los aspirantes a graduarse de más ricos en sus aulas.
Entre las más de esas, una que en vez reducirse se ensancha, expande y crece en nuestro país, la desigualdad, categoría en la que sus pares de tan exclusivo club de iguales o muy próximos a emparejarse en el cumplimiento de los raseros que impone la escuela para ascender en el escalafón social, apenas si alcanza a sentarnos en el último de sus bancos.
Pero no solo es esta, la de la desigualdad, la única asignatura en la cual nuestras carencias llegan a los niveles de precariedad, hay otras que nos descalifican para ascender de grado siquiera con la calificación mínima, y son las de ostentar promedios irrisorios en logros que para los pares con los que busca Santos codearnos y compartir pupitres son determinantes para aceptarnos.
Una, quizá la más sensible y exótica para aquellos, la corrupción, para nosotros especie silvestre y endémica del territorio, de crecimiento incontrolable, con ramificaciones y frutos abundantes en todos los climas y pisos del establecimiento, a cuya sombra y aires contaminantes, va y viene el país irreal que somos y no queremos librar de esa maleza.
Y si de otra materia de las exigidas en el pensum de la OCDE, la informalidad laboral, se tratare, aquí sí de verdad que nos va a costar dios y ayuda ganarla, por cuanto ninguna formalidad en el empleo puede crear una economía y un aparato productivo en estado de hibernación, cuya dinámica no alcanza, por lo menos en el Caribe, a producir para nuestra juventud empleos distintos de los de mototaxista, limpiador de parabrisas o vendedor de bolis en los semáforos de sus ciudades capitales.
Si Colombia aspira a graduarse de país más rico, tiene primero que pasar por el largo y exigente aprendizaje de un nuevo modelo de desarrollo e industrialización capaz de producir bienes de capital que incorporen intensivamente ciencia y tecnología en su producción industrial, se oriente hacia la diversificación para no depender exclusivamente de la minería del carbón y el petróleo, e incorpore el medio ambiente y el cambio climático en los programas y políticas públicas.
Que sepamos, los colombianos jamás hemos percibido interés en nuestros gobernantes de pasar del abecedario en materia de modernidad y transformación del aparato productivo nacional. Ni Santos en sus ocho ni Uribe en los suyos, ninguno de los últimos presidentes de Colombia se ha mostrado diligente para poner la plana de un nuevo modelo de desarrollo cuyo desenlace sería el de obtener el título de país OCDE.
Así las cosas, de la más educada que ha proclamado pero que no verá Santos, porque es una condición insoslayable y demanda tiempo para pasar a la más rica, más justa, equitativa e incluyente, va a ser otra de las emociones que tampoco verá, no obstante los esfuerzos descomunales que se hacen para obtener un diploma que no se gana con la misma estrategia de un Nobel de Paz.
Ni en tan corto tiempo.
Poeta
@CristoGarciaTap