Lecciones no periodísticas tras el escándalo de Der Spiegel

Lecciones no periodísticas tras el escándalo de Der Spiegel

Los engaños de Claas Relotius además de dejar mal parada a la revista alemana, despertaron a la gente sobre lo crédula que puede llegar a ser

Por: Sylvia Santos
febrero 21, 2019
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Lecciones no periodísticas tras el escándalo de Der Spiegel
Foto: Pixabay / YouTube - Freitag

Der Spiegel, el espejo, es una de las revistas más importantes de Alemania y Europa. Por la consabida fama alemana se sabe que son rigurosos en su investigación, impecables en la prosa que utilizan y en la calidad de fotografías con que ilustran los artículos.

Con esa fama resabiada han ganado premios y eran arrogantes en contar en su plantilla únicamente con periodistas galardonados o con miras de serlo.

Uno de esos periodistas sabelotodos, especializado e impecable era Claas Relotius, una lumbrera de treinta y tres años, o de seguro menos edad, rubito, de ojos azules y alto. Ostentaba el título de mejor crónica del año por CNN, sus reportajes eran impolutos, no había testigo que no se le rindiera a los pies, para la gloria del editor en jefe de la revista para la que trabajaba.

Todo era color de rosa para Claas, el monito ganador, hasta que se le apareció en el camino un despelucado, freelancer y para colmo españolito.

El españolito llamado Juan Moreno tuvo que coescribir una crónica con Claas, el diamante de la revista acerca de la caravana inmigrante que empezaba desde centroamérica e iba hacia Estados Unidos.

Class, aprovechando su estatus de europeo y contextura rubia, iba a narrar desde el lado de los antiinmigración y Juan, cómo no, desde los migrantes allende a su estado de vulgar hispanohablante.

Para hacerles el cuento corto, Juan acaba de terminar dos años de pesadilla por atreverse a manifestar que la parte de la crónica desarrollada por Claas tenía inconsistencias. Juan solicitó una verificación y de parte de la revista lo tildaron de mentiroso y advenedizo por atreverse a contradecir al perfecto Claas.

Juanito valiente ya se veía en la fila de los desempleados o escribiendo obituarios de por vida cuando, por gracia divina o del destino, una mujer del equipo de prensa que apoyaba a la caravana migrante que supuestamente había sido entrevistada por Claas, escribió una queja a la revista diciendo que no había recibido la visita de Claas y, por ende, no había forma de poder haber sido entrevistada.

A partir de este momento, el espejo alemán se empezó a romper y una revista cuyo lema es “cuenta lo que es”, que era un estandarte de rectitud y un bastión contra el ultraderechismo, se vino abajo.

Hoy en día los artículos escritos por Relotius tienen una nota en la cual advierten que pueden ser datos falsos.

Claas al principio se perdió y después dijo que su perfeccionismo enfermizo lo llevó a mentir. Por su parte, el equipo editorial, que fue implacable con Juan y defendió a Claas, ahora se lleva las manos a la cabeza sin saber qué hacer.

La historia de Claas y Juan, que ahora es un héroe en Alemania con todo y su apellido español, me sirve para evidenciar algo que vivimos todos los días: el menosprecio por nuestras ideas porque son diferentes o porque estamos subordinados por nuestro síndrome del impostor.

La vivencia de Juan, que no tuvo miedo de manifestar que algo en la crónica no le cuadraba, la entereza para no venirse abajo cuando Der Spiegel en pleno lo tildó de mentiroso demuestra su hambre por hacer las cosas bien y que teniendo en la mano la certeza que de uno está en lo cierto lo puede llevar a mover montañas, así sea a punta de inglés choneto.

A veces, con el cuento de que lo de afuera es mejor, nos dejamos apabullar por los extranjeros. Aunque entendemos perfectamente un idioma, nos cohibimos de hablarlo y por la pena de no pronunciar bien no rebatimos y nos conformamos.

Seguimos también a veces haciendo lo que nos desagrada y que estamos seguros va a dar un mal resultado porque el gringo es gringo y sabe más o porque el jefe es jefe y debería saber más.

Queridos civiles, que nuestro acento salte cuando hablamos es nuestra marca, que nuestro nombre suene distinto nos enriquece, que nuestra experiencia haya sido conseguida en nuestros países de origen nos enaltece. La complejidad de nuestros países nos prepara para la entropía, algo que jamás podrán entender Europa o Norteamérica.

Esto no solo pasa afuera, también con el colega que supuestamente sabe más y lo que sabe es hablar más o que dice que estudió afuera.

Para mí, Juan y sus acciones son lo que deberíamos ser todos: personas orgullosas con hambre de éxito y de aprender. Aportemos lo que sabemos, no callemos nunca más ante los cantos de sirena.

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