“[…] No es bueno emplear el tiempo en buscar qué conspiraciones secretas han provocado acontecimientos de esta especie. Las revoluciones, que se cumplen por emoción popular, son ordinariamente más deseadas que premeditadas” (Alexis de Tocqueville).
Colombia es por esencia un país de paros, y los paros no son otra cosa que el estallido de descontentos por políticas sociales y económicas que, viniendo del poder dominante, han golpeado de una u otra forma a las clases media y bajas a lo largo de nuestra historia.
Los paros se vuelven cotidianos y explosivos cuando el poder dominante, hoy omnímodo en manos del fascismo uribista, abusan de la paciencia del sector dominado y se creen con derechos a imponer sus políticas a como haya lugar. Solo que, en esta ocasión, ha sido a sangre y fuego. Y esto no es casual, ya que nuestro país se ha caracterizado desde el poder por la imposición de las armas. El siglo XIX fue de confrontaciones abiertas entre fracciones del bloque de poder. La que ganaba imponía sus políticas, hasta que, al finalizar la antepasada centuria se impuso el credo conservador, que finalmente cooptó al liberal y juntos, con pequeñas fricciones entre ellos a mediados del siglo XX, llegaron a los acuerdos del Frente Nacional.
De ahí en adelante, solo ha existido el poder del capital, donde unas veces fue el terrateniente, otros el industrial, y hoy es el financiero y comercial con algo de terrateniente. Todo esto se complementa con una fuerte relación política basada en el clientelismo, donde el Congreso en calidad de apéndice del poder económico, se compra o vende por puestos o contratos, pero la gran política económica, la que afecta el bolsillo de la inmensa mayoría de colombianos, en esta ocasión, de una inmensa masa juvenil sin futuro alguno, es diseñada desde los grupos económicos, los cuales siempre han logrado los beneficios de nuestra economía. No en vano, todas las reformas tributarias, especialmente las de la ola neoliberal iniciada en 1991 con el gobierno Cesar Gaviria hasta nuestros días, han sido abusivas y en detrimento de los ya citados sectores medios y bajos.
Pero si algo ha caracterizado los últimos 20 años de la política colombiana, no es otra cosa que el poder absoluto del fascismo uribista. Poder que hoy se expresa con la toma total de los organismos estatales en beneficio de la persona de Álvaro Uribe, quien hasta dispone de discutir y diseñar el papel de las Fuerzas Armadas desde el Ubérrimo y el Twitter, como lo ha demostrado en el reciente gran paro nacional.
El uribismo es un credo político populista de derecha basado en el orden, el cual se originó por la política de miedo al supuesto dominio del entonces dizque fuertes guerrillas de las Farc y el ELN. Las atrocidades de dichos grupos contra el pueblo que decían defender, llevaron a que la famosa política de “seguridad democrática”, donde hoy se ha podido demostrar que el remedio fue peor que la enfermedad, muy a pesar que esta fuera apoyada equivocadamente por un gran sector de colombianos. Y en medio de dicho apoyo, sin que la población colombiana se diera cuenta, la violencia estatal se convirtió en ley, segando la vida de 6.400 colombianos sin justa causa, llamados “falsos positivos”, y al tiempo que la economía se doblaba para el lado del gran capital, el Estado social de derecho se desmontaba y los impuestos hacia las clase medias y bajas se propagaron con facilidad. Casi nadie protestaba. El que lo hiciera era tildado de apátrida, como le pasó a Gustavo Petro y a Piedad Córdoba en su momento.
En medio de las circunstancias señaladas, y con la venta imaginativa de un proceso de paz, que más bien fue un armisticio, en razón a que la sociedad colombina nada ganó, y por el lado de las Farc hubo una entrega de armas a cambio casi de nada, por dentro de la sociedad se cocinaba una sopa con los ingredientes más paupérrimos para una juventud sin futuro, una clase media en decadencia y una pauperación en los sectores bajos. Y es entonces cuando en medio de un cuadro de desgracias sociales, aparece la pandemia del coronavirus, bajo la supuesta guía de un gobierno caracterizado por lo timorato, que ejecuta de acuerdo a lo que El Ubérrimo dictamine, y como en una obra de teatro de lo absurdo, se presentó una reforma tributaria que no solo llevaba a la completa ruina a la misera economía de subsistencia y rebusque de los hogares medios y bajos. ¿Y quién dijo miedo? De abajo, de lo más popular del pueblo colombiano, de la desesperanza juvenil, emergió un grito de angustia que pronto se convirtió en rabia, y la explosión se dio. 45 días de protestas por todo el territorio colombiano como nunca se habían visto.
Las protestas cada día crecieron, y el país parecía que como iba, más que pedir la renuncia del ministro Carrasquilla, se llegó a pensar, que Duque se podía ir. Pero la rabia que se convirtió en protesta, fue respondida desde el poder con balas. El Ejército y la Policía, combinando eso sí, todas sus formas de represión, desde la cubierta hasta la descubierta, con infiltrados civiles, armados por aquí y por allá, creando terrorismo desde el Estado, fueron amilanando las reivindicaciones que la juventud pedía y pide. Hoy se habla de 65 muertos, más de 100 desaparecidos, miles de jóvenes apaleados, algunos sin un ojo producto de proyectiles de guerra, miles encarcelados y perseguidos, hasta el punto que casi con rabia, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos CIDH, como nunca lo había sido, llegó a constatar lo sucedió en la supuesta “democracia más antigua de Latinoamérica,
Todo el fantasma de que Colombia es un supuesto Estado democrático, se vino abajo en el mundo entero. Amplias manifestaciones se dieron en todas las capitales de Europa, y quien lo creyera, hasta en los Estados Unidos, incluyendo la célebre Plaza Times Square.
Pero un paro sin mando, sin organización, y sin un perfil definido, fue sucumbiendo en medio de dos grandes enemigos. 1) La represión del poder fascista que hoy impera en nuestro país, y 2) el oportunismo de mafias sindicales incrustadas por años en una activad donde ya obreros no existen en Colombia, pero que supuestamente ellos, disque como vanguardias y comodantes de un cascarón autodenominado Comité Nacional de Paro, que no es más que una reunión de ancianos sindicalistas del pasado y algunos jóvenes “educados” en las tesis del Moir hoy renovado en Dignidad, se creyeron el cuento de ser la avanzada de Mao a las puertas de la Plaza Tian Men o de Lenin en el Smolni, para que al final, cual timoratos que siempre han sido, recularan exclamando: “el paro ha cesado”. Lamentablemente, sin conseguir nada, salvo el baño de sangre que sigue sacudiendo al país.
Si de sacar lesiones de un lago paro caracterizado por la tragedia impuesta por el fascismo uribista, y la comedia de un auto Comité Nacional del Paro se trata, podemos decir lo siguiente:
Un paro juvenil en medio de la inexistente "clase obrera"
El paro de mayo y junio de 2021 ha sido un paro juvenil de barriada, donde explotó una masa que nadie había advertido, y menos analizada su precaria condición socioeconómica. Jóvenes de barrios pobres de las ciudades colombianas, sin estudios, y menos sin trabajo, o lo peor, sin futuro alguno, formando barricadas como en la Europa de 1848, se constituyeron en el principal protagonista de este largo paro. Ellos, con su entereza, colocaron los heridos y muertos, pero, sobre todo, demostraron al mundo, que Colombia es un país misero con una clase dominante enriquecida, pero fascista.
Contrario a la masa juvenil que salió a la calle a protestar, se reflejo la total ausencia de la otrora “clase obrera”, ya que ninguna empresa paralizó su producción porque algún sindicato se plegara a la protesta. Ni la Uso se sumó, y Fecode, sindicato basado en sus reivindicaciones localistas salariales, tampoco salió a la protesta. Sus afiliados, en sus cómodas casas y ganando un sueldo sin trabajar. Más allá de algunos escuetos comunicados, no defendieron a la juventud empobrecida que protestaba.
Oportunismo sindical
Sin clase obrera a la vista como en el siglo pasado, pero si con dirigencias sindicales postradas tipo CGT o burocratizadas y en peleas constantes por el mando sindical, tipo CUT, el uribismo como bloque de poder dominante se dio cuenta que el Comité Nacional de Paro no gozaba de legitimidad, razón por lo cual lo fue dejando vagar en reivindicaciones inalcanzables, hasta que lo cansó, lo aisló y lo frenó, no quedándole otra alternativa al sindicalismo inexistente, que claudicar mediante la consigna, “el paro ha cesado por ahora”. Mentira. No era, ni fueron los protagonistas de la protesta.
Inexistencia de partidos políticos
Se supone en la teoría revolucionaria, que los partidos políticos constituyen la “vanguardia” de algún grado de representación social. O por lo menos debieran parecerlo. En este paro ningún partido político o movimiento se hizo presente en las confrontaciones con el gobierno. Por el lado del “petrismo” hubo miedo, hasta pánico le dio a su líder asumir alguna posición que permitiera señalar el rumbo de la protesta. La hoy autodenominada tendencia de centro, con el Moir, Dignidad a la cabeza, se rezagó, siempre esperando que otros asumieran el protagonismo para ver si se quemaban y salir a criticar. Pero el Moir, de manera hábil situó en el Comité Nacional del Paro unos fantasmas llamados “dignidades”, los cuales como fusibles, se le quemaron.
El autodenominado partido verde brilló por su ausencia total en el paro. Se podría decir que su alcaldesa en Bogotá estuvo más bien del lado de la represión. Y en el caso del alcalde de Cali, ni sombra de su cacareado progresismo. Fue barrido totalmente por los paramilitares urbanos, a los cuales nunca enfrentó. Salvo el Polo Democrático, en sus líderes Wilson Arias y Alexander López, y en el siempre activo movimiento indígena colombiano hubo dirección acertada en la defensa de la juventud colombiana en su protesta. De resto, la izquierda en su totalidad de colores se rajó.
La derecha se preparó y atacó
Pareciera que, del lado del fascismo uribista, con el mando total del Estado, se preparó a las fuerzas militares, especialmente a la Policía, y de antemano se les dotó de medios para reprimir, como previniendo que algo malo podía pasar en el país como consecuencia de las nefastas políticas sociales del gobierno Duque. Y cuando le correspondió atacar, lo hizo con tal fuerza y sevicia, que los asesinatos, y desaparecidos se dieron a plena luz del día. Nada le ha importado al uribismo hoy como poder dominante imponerse a sangre y fuego, y más, a sabiendas que como ha sucedió, ningún sector de la llamada “comunidad internacional” ha saltado a protestarle a al gobierno colombiano por su dura represión, como si lo hizo con Venezuela y ahora con Nicaragua. Los poderes económicos se protegen a toda costa entre sí, el capital internacional se hizo a un lado, y el centro de nuestra dominación, los Estados Unidos, aún hoy en día están callados. Prefieren el fascismo solapado, que asesina de a poquito como el colombiano, porque saben que al final, como sucedió en nuestro país, nada por el momento ha pasado.
La quiebra de los medios de comunicación
Si bien la internet ya de por sí ha barrido a los tradicionales medios de comunicación, en un país donde solo la juventud es adicta a las redes sociales, los tradicionales medios siempre tan afines al poder y en representación de los grupos económicos, hicieron un sucio trabajo en contra del paro. Pero las redes sociales terminaron por quebrar la hegemonía de la dominante comunicación en Colombia, ya que desde estos medios se llevó a cabo la permanente denuncia contra la represión, mostrando hasta los muertos ocasionados por hordas fascistas urbanas civiles armados. Hoy los medios tradicionales han sido barridos por la información alternativa, no en vano, las amañadas encuestas no han podido ocultar que el poder dominante ha tenido una quiebra ideológica. No fue la teoría revolucionaria, ni ningún partido de izquierda el que ha producido este quiebre, ha sido la realidad de una juventud dispuesta a lograr el remplazo generacional que no fue capaz de responderle a la tradicional represión del bloque de poder colombiano en su momento.
Si bien el paro de mayo/junio ha sido “combativo”, al demostrarle al bloque de poder, que ya no se le tiene miedo, y que ni la represión a futuro podrá detener otro paro, queda en el aire un sabor agridulce, porque más allá de parar la reforma tributaria de Carrasquilla, en calidad de descontento hacia las políticas e instituciones del régimen o de la élite gobernante, donde un sector de la población colombiana resaltó que no cuenta realmente con poder adquisitivo alguno, no se produjo o dio un catalizador de unidad en la protesta, produciéndose un movimiento general y heterogéneo, que finalmente dejó a la juventud que si combatió, sin haber logrado una emancipación política y nacional en sus justas reivindicaciones para ser tenidas en cuenta a la hora de desarrollar políticas públicas en su favor.
El bloque de poder dominante en Colombia al demostrar durante este largo paro que su poder radica es en la fuerza y la coerción, ha reflejado su debilitamiento en la forma como otrora contaba con una fuerte adhesión al interior de la sociedad conservadora colombiana, y que en el nuevo escenario de nuestros días aparece una ideología y hegemonía social representada en una juventud que pide cambios políticos a gritos, pero que por el momento no cuenta con conducción política definida.
Incapaz de seguir generando adhesión social, el bloque de poder colombiano ha ilustrado como nunca lo peor de su rostro fascista por medio del gobierno Duque, al prescindir de legitimarse política y socialmente por medio de políticas públicas a través de consenso con visión de país. Hoy, como históricamente casi siempre ha sido, la derecha antepone los intereses particulares a los de la sociedad.
En definitiva, de la juventud que ha salido a las calles a luchar por sus reivindicaciones nunca respondidas, al tiempo que combate al fascismo dominante como ideología y poder, hay que decir como Platón en La República:
A nosotros nos corresponde escoger, si podemos, entre diferentes caracteres, los que son más propios para la guarda del Estado.
Esta elección es de nuestra incumbencia.
Difícil cosa es; sin embargo, no hay que desanimarse; caminemos hasta donde nuestras fuerzas lo permitan.
Es preciso no desalentarse.
¿No encuentras que hay semejanza entre las cualidades de un joven guerrero y las de un perro valiente?
¿Qué quieres decir?
Quiero decir que ambos, el joven guerrero y el perro valiente, deben tener un sentido fino para descubrir al enemigo, actividad para perseguirle y fuerza para pelear después de haberle alcanzado.