El miércoles pasado renunció Pedro Pablo Kuczynski a la presidencia del Perú después de varios meses de conmoción interna y antes de someterse a un juicio político en el Senado. En su discurso el presidente desestimó las acusaciones, se calificó de víctima de una conspiración política y aseguró que daba un paso al lado para ahorrarle a su país mayores traumatismos.
Aparte de reconocer el acto de renuncia como un hecho gallardo que efectivamente le ahorra al Perú un enorme desgaste, es aleccionador analizar los hechos para aprender en cuerpo ajeno lo que significa un gobernante atornillado en su silla a costa de cualquier precio.
El presidente peruano había llegado a este cargo con una aureola de empresario honesto que estaba dispuesto a sanear los males de anteriores gobiernos. Esto ya sonaba raro siendo que Kuczynski había sido ministro de Finanzas del gobierno de Toledo, acusado de haber recibido sobornos de Odebrecht, la misma acusación que se le hace al hoy renunciado presidente.
Pedro Pablo fue electro con un muy escaso margen frente a Keiko, hija de Alberto Fujimori, que ha encarnado todos los males de su padre y a quien se le temía tanto que se unieron esfuerzos de varias corrientes para poder ganarle en la segunda vuelta.
Con ese escaso margen de maniobra las acusaciones contra el presidente lo acorralaron de tal forma que tuvo que acudir a transar con el mismo diablo del fujimorismo hasta llegar a ofrecerle el indulto al viejo Alberto a cambio de que su hijo rompiera la unidad de la oposición que lo juzgaba. Mejor dicho, acudió a la potestad presidencial del perdón para beneficiarse y salir avante del primer juicio político que se le había armado.
Fue así como rompió el quorum en su contra y no se lo pudo juzgar por indignidad. De inmediato cumplió su palabra y liberó a Fujimori pero no logró detener la molestia que este hecho generó. Muy poco le duró la dicha pues hasta sus propios amigos se unieron para convocar un segundo juicio acusándolo de haber hecho esta negociación para salvar su pellejo y no como un acto de humanidad.
En esta segunda ocasión era evidente que sería juzgado y por la decisión de la mayoría tendría que abandonar su cargo. Pero nuevamente Kuczynski acudió a las negociaciones, con tan mala suerte que hubo grabaciones que lo comprometen en la repartición de mermelada entre los congresistas que lo juzgarían. El escándalo ya no fue posible de tapar y se vio acorralado hasta el punto de tener que renunciar un día antes de la reunión del Congreso.
Recordemos el articulito de Uribe,
el juicio a Samper o las campañas de Zuluaga y Santos,
todos ellos merecedores de un juicio por indignidad
Sale con una carga pesada de desprestigio sin que se le reconozca el gesto de la renuncia, por el contrario, se la ve como una acción desesperada para escapar a este nuevo juicio político de indignidad lo que deja muchas enseñanzas para democracias como la nuestra donde también elegiremos llevados por el miedo y los presidentes utilizan la mermelada para superar cualquier problema político o personal. Recordemos el articulito de Uribe, el juicio a Samper o las campañas de Zuluaga y Santos, todos ellos merecedores de un juicio por indignidad.
No es fácil saber si Kuczynski es o no culpable de recibir sobornos de Odebrecht a través de su empresa de consultoría de la que no se desligó aun siendo ministro de Economía. Lo que sí es fácil de probar es que negoció con una parte de la oposición fujimorista para salir del lío del primer juicio sin importarle el repudio que esto causó entre las víctimas de Fujimori y ente la ciudadanía en general que lo había elegido precisamente para oponerse a la continuidad de esa dinastía.
De eso sí que fue culpable de manera evidente y este precedente de compra de conciencias fue prueba reina para que se le condenara de manera anticipada por las negociaciones que supuestamente estaba haciendo para salirse del segundo juicio. Se fue sin entender Kuczynski que la corrupción también es el uso del poder para intentar perpetrarse en el cargo. Ojalá Maduro en Venezuela y Lulla en Brasil se dieran por enterados de esta enseñanza y nosotros los colombianos aprendiéramos que elegir llevados por el fantasma del miedo no es una buena decisión.
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