“Cuando la economía está en crisis, ¿a quién acudimos para pedir ayuda? No a corporaciones, a gobiernos. Pero cuando la economía está floreciendo, ignoramos a los gobiernos y permitimos que las corporaciones absorban las recompensas”.
Esta hedionda contradicción la señala Maríana Mazzucato en su columna del New York Times hoy. Y sigo rematando yo, metiendo el dedo en esa llaga purulenta, Tanilo Santos arrastra una en Talpa de Juan Rulfo, de las supuestas teorías económicas del neoliberalismo, ideario que solo es triunfante porque es corrupto y que en las crisis es más corrupto todavía.
Esto no quiere decir que el gobierno deba reemplazar a la empresa privada. Pero parecería buena hora rescatar lo que fue clave en el pensamiento de Mao Tse Tung y luego de Deng Tsiao Ping, lección para el día de hoy; es decir, la esencia de las revoluciones democrático burguesas: no privatizar jamás las economías que hieran la vida material del pueblo. En el caso de Tsiao Ping con su principio, “no importa que los gatos sean pardos con tal que cacen ratones”, que materializó en la consigna, “Un país dos sistemas económicos”, dejó la puerta abierta al capitalismo en el campo pues éste había pasado a tener impacto minoritario y, sobre todo, poco intensivo en capital, disgregado, fraccionado, etc.; incidiendo poco su potencia al interior de los partidos políticos y de las políticas públicas; tal el caso de la China actual. Aprovecho para decir que hubo un momento en que San Andrés y Providencia pudo ser nuestro Hong Kong, pero luego eso se pudrió.
Se ha criticado achacado que esta apertura capitalista cambia la estructura china hacia un capitalismo dominado por un partido único; pero es que en plata blanca, las sociedades burguesas e imperialistas también gobiernan con partidos únicos; eso sí, disfrazados de alternancias; y si no, quién distingue entre dominios demócratas y republicanos en EE. UU.; salvo minucias de tramoyas politiqueras, del pantano, por la repartición de las tajadas. Idem en las sociedades democráticas europeas. En nuestro caso es la feria de las vanidades: falsos infundios de políticos que se creen estadistas dirigiendo economías de un barrio de los Estados Unidos. Mao Tse Tung que tenía una lengua viperina terrible las llamó burguesías compradoras. Y en efecto, uno de los herederos de Julio Mario Santodomingo decía que su negocio era ese: acrecer empresas y llevarlas hasta que puedan ser vendidas al capitalismo transnacional e imperialista, que es el caso de la Cervecería Águila. Igual venden bancos; naciones enteras, Colombia por caso en su riqueza carbonera, etc.
Y ahora es la situación de esta crisis vírica que demócratas y republicanos se ponen de acuerdo, cual partido único dizque para salvar la economía, pero no con la participación que debería ser obligada del capital corporativo, sino con el capital público; siempre y cuando se arrojen a manos llenas ayudas para el capital corporativo. ¡Nunca ganará éste dinero más fácil!
Y si no es así que alguien se levante y tire la primera piedra.
Y cabe la pregunta más insidiosa que sin embargo nadie se hace. ¿Y para dónde, qué ruta tomaron los capitales corporativos, en qué hueco pelechan mientras se esconden y sacan el cuerpo durante las crisis? Por qué no salen a frentear. Sencillo: porque la crisis humanitarias no son epicentro del capital. El capital no es humanitario nunca. Esquilma, nada más.
Nadie hace la pregunta porque se devela una respuesta inmediata. ¡No había tales capitales invertidos! Jamás y nunca ha operado así con alta composición orgánica como la denominaba C. Marx. El capitalismo se estaba financiando, y se seguirá financiando, con la facturación; vivía de la facturación del día a día; y de uno que otro sobregiro bancario también para financiar esa facturación. Tan pronto se cerraron los pedidos se rompió la cadena con que el capital obtenía una rápida circulación y las utilidades tomaban las rutas del consumo suntuario o, más desdeñoso, la financierización.
Y sobreviene la crisis y a pelechar se dijo. Allí es Troya y chupan teta de lo lindo.
Es preciso señalar inmediatamente que nuestro capitalismo mundial es uno de tasas de ganancias rápidas, casi inmediatas. ¡No hay proyectos del capital! Aquí no hay inversiones de capital para rentar a dos, tres años y, mucho menos, a cinco o diez años vista. Nuestro capitalista quiere invertir hoy y que le entreguen su capital acrecido mañana; y así sucesivamente. Parte de eso es el llamado capitalismo golondrina.
Todo lo anterior nos lleva a sostener que no existe la tal clase burguesa que responda por velar por las necesidades de la gente. Ninguna burguesía hace camisas o pantalones para que la gente mejore su estándar de vida. Lo hace porque le produce facturas rápidas. Y así en todos los negocios. Ninguna burguesía se comporta como corresponsable del interés público, jamás. No conozco ningún levantamiento popular de ninguna empresa, nunca, que defienda las pensiones.
Y cabe ir más al fondo de la época: así como se sabe que la llamada clase obrera ha dejado de existir, aherrojada entre otras cosas por la destrucción del campo socialista, también la burguesía del mundo se ha desdibujado terriblemente y es un espejismo, una ilusión óptica, que pueda hallarse una burguesía revolucionaria. La actual concentración superoligárquica que ha seguido denunciando Piketty es un reflejo todavía no lo suficientemente investigado y explorado de semejante erosión y desaparecimiento.
Y es que la existencia de gobiernos churubito tipo Trump se puede convertir en una pandemia mundial. Todo eso se discute hoy en día en Europa, precisamente porque esa crisis se materializa más en la incapacidad de esas burguesías de hacerse cargo de la peor crisis, la crisis que cabalga: la del Cambio Climático. Están cosidas y remachadas en las energías fósiles que nos son insostenibles, pero allí no invierten porque todavía no pueden ser lo suficientemente líquidas: no pueden ofrecer utilidades rápidas que respondan a la facturación de hoy para mañana.
Ahora bien Mazzucato parece ver un orificio por donde meter la cabeza y salvar la apariencia del sistema capitalista metamorfoseado de socialista en épocas de crisis. Es una época del capitalismo vampiro: no soportan la luz del sol de las crisis y se meten en sus cavernas a hibernar. Le dejan al estado que absorba las pérdidas y socialice en épocas en que no hay utilidades fáciles a la vista.
Mazzucato que sabe toneladas métricas mucho más que yo de esto sostiene casi de forma estridente:
Esta fue la historia de la crisis financiera de 2008. Una historia similar se está desarrollando hoy. Los gobiernos han gastado billones en paquetes de estímulo sin crear estructuras, como el dividendo de los ciudadanos, que recompensaría la inversión pública, que convierten los remedios a corto plazo en los medios para una economía inclusiva y sostenible.
Esto llega al corazón de lo que alimenta la desigualdad: socializamos los riesgos pero privatizamos las recompensas. Desde este punto de vista, solo las empresas crean valor; los gobiernos simplemente facilitan el proceso y arreglan las "fallas del mercado".
Es increíble que Mazucatto diga esto en las propias páginas de un periódico donde gestan su mayor poder las gigantescas transnacionales del mundo sin que la metan presa. Aquí en Colombia no duraría un día viva pues las catalogarían de líder social y mañana estaría muerta.
Igual, Tanilo Santos muere sin saber lo que dijo el cura, ni viera los escasos milagros de la virgen, luego de que llegara a Talpa.
Igual Mariana Mazzucato nunca será escuchada. La llaga neoliberal está demasiado purulenta. Tendrá la sociedad que arrastrar a Tanilo Santos hasta que, como encarnación del neoliberalismo, descanse en paz.
A continuación cedo la palabra a Mazzucato que delira cuando dice:
La crisis del coronavirus ofrece la oportunidad de cambiar esta dinámica y exigir una mejor oferta. Pero para hacerlo, debemos redefinir el concepto de valor en sí. Hasta ahora, hemos confundido el precio con el valor, y esa confusión ha impulsado la desigualdad y deformado el papel del sector público.
Nuestra comprensión del valor proviene de los formuladores de políticas y economistas que lo ven como una cuestión de intercambio: esencialmente, solo algo con un precio es valioso. Este enfoque sobrevalora los bienes y servicios con una etiqueta de precio, que a su vez constituye el producto interno bruto de un país, el motor de la política pública. Esto tiene efectos perversos. Una mina de carbón que arroja carbono a la atmósfera aumenta el PIB, por lo que se valora (la contaminación que causa no se tiene en cuenta). Pero el cuidado que los padres brindan a sus hijos en casa no tiene un precio, por lo que no se valora.
Imaginémonos ahora con esa idea de Mazzucato llegando a nuestras oficinas: vamos a ella con peligro inminente de nuestras vidas, no nos pagan por ponerla en juego, incluso de carne de cañón a la espera de una segunda ola, y salvar la economía capitalista. Nunca una crisis había develado tan profundamente la naturaleza mortal de la economía y, mucho más de la capitalista que privilegia el neoliberalismo. Y todavía mucho más de una economía que ya no responde a los intereses de salvar la vida en la Tierra incluida la especie humana.
Notas: El artículo de la Mazzucato, recomendado de leer, está intitulado cual utopía: Socializamos los rescates. También debemos socializar los éxitos. Y sobre ella cito textualmente por si algún día llega a venir al país no la tomen como líder social: "Mariana Mazzucato ( @MazzucatoM ) es profesora en el University College London y autora de El valor de todo: hacer y asimilar la economía global y El estado emprendedor: desacreditar los mitos del sector público frente al privado".