Al momento de escribir esta columna, viernes 20 de marzo de 2020, la crisis del coronavirus vive una etapa inusual en Colombia: se basa, ampliamente, en la anticipación racional de lo que parece inevitable en unas dos o tres semanas. Una buena parte de los desastres naturales golpea con relativamente poca anticipación y, sobre todo, lo hacen en espacios físicos limitados. El coronavirus es diferente. A la fecha, hay 145 portadores del virus en el país y ningún muerto; es decir en el momento presente no vivimos una crisis, pero sí sabemos lo que fue pasando en países que hace unas semanas tuvieron 145 portadores. Hoy tienen decenas de miles de enfermos en todo su territorio, cada día cientos más y ya hay miles de muertos. Por supuesto con variaciones, y de eso se trata el aprendizaje racional; sabemos también que a algunos países les ha ido mejor que a otros.
Además, esta es una crisis con otra característica especial: hay una tensión constante entre encontrar el bienestar individual y el bienestar colectivo. Parece haber consenso entre los expertos, el objetivo actual es limitar la expansión exponencial del virus para dar espacio al sistema de salud de ir atendiendo a los enfermos y a los científicos de encontrar una cura o una vacuna. Limitar esa expansión pasa por limitar el contacto social que depende, en principio, del comportamiento individual. Se necesita un comportamiento altruista en la mayoría de casos; resulta que, en una proporción alta de los casos, los portadores del virus desarrollaran versiones muy suaves de la enfermedad. Para estos individuos – por ejemplo, hombres y mujeres sin antecedentes relevantes, menores de 30 años-, pagar un costo -aislamiento social- desde el punto de vista personal solo se justifica si hay algún tipo de sentido altruista. Si se busca proteger a algún familiar en riesgo o, en el más bonito de los casos, a algún desconocido.
Ya parece evidente que la especie humana va a estar redefinida por esta inusual crisis. En palabras de Angela Merkel, vivimos la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, nada más y nada menos. Lo que no ha cambiado es el valor de la sabiduría acumulada por nuestros antepasados para enfrentar las crisis y la incertidumbre. Yo hallo inmenso valor en el trabajo de los estoicos para enfrentar momentos difíciles, personales y colectivos. El estoicismo es una corriente filosófica que empezó con el trabajo de Zenón de Citio, hacia el año 300 a.C. Los autores más reconocidos de esta corriente son, entre otros, Epicteto, Séneca y el emperador romano Marco Aurelio que, en sus Meditaciones, describe cómo llevó a la práctica los principios estoicos. En español, estoico se define hoy en día como “fuerte, ecuánime ante la desgracia”. A continuación, unas ideas elementales que sintetizan unos principios básicos del estoicismo que, estudiados con más detalle y practicados en el día a día, son útiles en esta y cualquier otra desgracia.
“Las personas no se sienten perturbadas por las cosas, sino por las opiniones que tienen de esas cosas”. Epicteto
Esta es, desde mi punto de vista, la idea más importante de los estoicos. En el mundo hay algunas realidades concretas. Aunque parecería que muchas de esas realidades son angustiosas, en realidad la angustia proviene de la interpretación que uno le da a esa realidad. Este planteamiento está alineado con la visión predeterminista y naturalista de varios estoicos. Estamos en el mundo y, ajeno a nuestro control, están en unos hechos naturales que siguen una secuencia. La sabiduría, y quizás la felicidad, resultan de tener presente que lo que está en nuestro control es la interpretación y la reacción a esos hechos. El coronavirus, a esta altura, está ampliamente fuera de nuestro control. El desarrollo macroeconómico y social posterior al virus, también. Sin embargo, mantenemos control sobre nuestro comportamiento en estos tiempos, en el mundo “real” y en las redes sociales que juegan un papel preponderante en estos tiempos. La libertad resulta de entender qué podemos hacer y, más importante, hacerlo. En palabras de Marco Aurelio, “Si te duele algo externo, no es esto lo que te perturba, sino tu propio juicio al respecto. Y está en su poder eliminar este juicio ahora.”
"Te conviertes en aquello a lo que le prestas atención ... Si tú mismo no eliges a qué pensamientos e imágenes te expones, alguien más lo hará" Epicteto
Ha habido en el pasado pandemias. Pero jamás en los tiempos modernos, en dónde en cuestión de unos pocos días un virus puede pasar de un extremo del mundo al otro, pasando por casi todos los rincones del planeta. Por supuesto, la velocidad del movimiento de los humanos, se acompaña de una velocidad aún mayor: la de la información. O desinformación. No creo que equivocarme si digo que el coronavirus ha sido la noticia más discutida por la especie humana en su historia. En todos los lugares, en todos los idiomas, por todos los canales de comunicación. En ese tránsito, hay mucha basura. El repliegue de los más privilegiados, que podemos “teletrabajar”, ha estado acompañado por inmensas dificultades para enfocar la atención. Están las redes sociales, whatsapp, las visitas, los vecinos, todos con opiniones e ideas sobre el coronavirus. Aunque seguramente de buena fe, en ese exceso de información se encuentra la raíz de la mayor parte de la confusión y la ansiedad. Y el riesgo que aquí describe Epicteto es que, sin darnos cuenta, podemos convertirnos en algo o en alguien que nunca quisimos ser. Por ejemplo, al decidir “seguir” a alguien en alguna red social, estamos dando a esa persona un inmenso poder sobre nuestra mente. La sugerencia es sencilla, elegir, conscientemente, a quién o a qué damos ese poder, el de capturar nuestra atención, con qué regularidad y con qué fin. Hay, sin duda, una probabilidad muy alta que ese vecino conversador o ese político con verborrea en twitter realmente no sepan nada de epidemiología.
“Dígase a sí mismo temprano en la mañana: hoy me encontraré con hombres ingratos, violentos, traicioneros, envidiosos y poco caritativos. Son así porque ignoran la diferencia entre el bien y el mal. Pero yo he visto la belleza del bien, y la fealdad mal, y he reconocido que el que se equivoca tiene una naturaleza cercana a la mía- no la misma sangre o parentesco, pero la misma mente, poseemos ambos una parte de lo divino-. Por eso, nadie me puede dañar. Nadie me puede implicar en fealdades. Tampoco puedo molestarme ni odiar a mi pariente. Porque venimos a trabajar juntos como un par de pies, manos u ojos.” Marco Aurelio
Marco Aurelio gobernó el imperio durante la peste antonina que guarda muchas similitudes con esto que vivimos, casi dos mil años después. Parece sorprendente, al fin y al cabo, la tendencia es a pensar que las sociedades humanas tienden linealmente a un progreso inevitable. Son engaños del antropocentrismo, si algo nos ha enseñado la evolución biológica -que no es lo mismo, pero bastante influye en la evolución cultural- es que hay caminos que se bifurcan, que hay estancamiento, que hay innovaciones rápidas y que, hasta los más poderosos, se extinguen. En esta cita sugiere el camino a la mayor grandeza, la que entiende las pequeñeces de los demás porque han sido propias, y la que señala que el único camino es trabajar juntos porque ese es el orden natural o divino.
Coraje, moderación, justicia, sabiduría son las cuatro virtudes que los estoicos pensaban debían guiar nuestras acciones. Que sea asunto de estudio de cada uno lo que significa en detalle esas virtudes y la evaluación de porqué daban ese valor a ellas. Sería este un gran uso del tiempo durante la pandemia.
@afajardoa