El pasado 11 de abril se realizaron las elecciones presidenciales en Ecuador y Perú. Muchas lecciones se pueden sacar de esos procesos electorales y políticos.
Los llamados “partidos políticos” se han convertido en “cascarones” que aúpan diversas tendencias y liderazgos. La revolución tecnológica y de las comunicaciones ha creado condiciones para que surjan nuevas formas (precarias) de acción política. Los dirigentes construyen su “identidad personal” y buscan el favor de los electores en forma directa sin pasar por el partido u organización.
El debilitamiento organizativo de los partidos hace que la ideología y los programas políticos sean difusos, eclécticos y hasta incoherentes. La acción política se ha “banalizado” y “precarizado”, la forma se impone sobre los contenidos y el espectáculo electoral anula o minimiza los principios y los propósitos programáticos. Tanto en Ecuador como en Perú se observa ese fenómeno.
Los “dirigentes” y candidatos que han triunfado con ocasión de esta situación se comportan más como “payasos” que como políticos formados; ello explica las elecciones de Trump, Bolsonaro, Bukele, Duterte, etc. Ante el deterioro de la calidad de los candidatos y gobernantes surge la proliferación de aspirantes como ha ocurrido en esos países y sucede en Colombia.
Toda esta situación le sirve al gran capital que utiliza “mandaderos” de todos los colores para administrar la “renta pública” y distraer a la gente, mientras el verdadero poder financiero hace y deshace a todo nivel (como se ha hecho evidente con la pandemia). Sin embargo, al final la calidad tiene que imponerse y nuevas formas de acción política tendrán que desarrollarse en donde se combine la fuerza organizada “desde abajo” con la acción política en los ámbitos institucionales.
Las elecciones de Ecuador y Perú, y las lecciones para Colombia
Lo ocurrido en los países vecinos lleva a hacer algunas comparaciones que deben tener en cuenta las particularidades de cada país y sirven como ejercicio diferenciador. Veamos:
1. Lo ocurrido en Ecuador ya pasó en Colombia en 2018. Es una lección aprendida de cómo las fuerzas democráticas no tienen por qué dejarse llevar a una confrontación “suicida” mientras descuidan al opositor principal (acá Uribe, allá Lasso y Fujimori).
Así Petro, que en nuestro caso es una especie de Yakú Pérez y Andrés Arauz combinados, porque es un progresista que ha construido un programa antiextractivista, plurinacional y antipatriarcal, no tiene por qué depender de acuerdos con el “centro” que ha empezado a ser un “centroderecha” sino impulsar su política con toda decisión y sin temores.
2. Las elecciones del 2022 en Colombia se parecen a las de Perú y Ecuador en la cantidad de candidatos y tendencias dado que esa multiplicidad de aspiraciones han surgido por el vacío de poder que se ha presentado en estos países. En Colombia porque “el que dijo Uribe” (Duque) es un gobernante torpe e infantil, en Ecuador pasó algo similar con Lenin Moreno (“el que puso Correa”), mientras que en Perú la sucesión de destituciones ha hecho que muchos políticos se pregunten: “Si todos estos tipos han podido ser presidentes... ¿por qué yo no?”.
3. Comparando con el Perú, Petro —más o menos— se puede asimilar a la sumatoria de Petro Castillo y Verónica Mendoza. No obstante, hay que tener en cuenta que en Colombia las derechas están más desgastadas y el progresismo de izquierda tiene un mayor espacio ganado en los últimos años.
4. La diferencia con Perú (o similitud) es que acá en Colombia la primera vuelta (que se ha convertido en un filtro de candidatos) se va a realizar en 2 fases: una, será en la consulta inter-intra-partidista programada para marzo/22, y la otra, que es la propia primera vuelta en mayo/22.
Este breve ejercicio tiene que ver con la naturaleza de las tareas que Petro y quienes se están sumando al Pacto Histórico debemos impulsar. Si se parte de entender que estamos en un “nuevo momento político” diferente al de 2018, debemos concentrarnos en hacer conocer la verdad sobre el candidato progresista y desmontar las mentiras que se dicen sobre él.
Esa es la tarea central: hacer conocer el programa y las ideas formuladas por Petro y retroalimentarlas (aterrizándolas en cada región y/o localidad) en el intercambio con las gentes.
Por todo lo anterior, Petro no se debe incomodar porque surjan otras candidaturas de género, etnia o sector social. Incluso, él puede estimular con toda tranquilidad la aparición de ese tipo de aspiraciones porque esos esfuerzos y ejercicios electorales —a la hora de la verdad— le suman en vez de restarle.
Es otra forma de construir el Pacto Histórico sin acudir a acuerdos burocráticos con fuerzas que —como se demostró en 2018— están más cerca de las derechas que del progresismo y de las izquierdas. Petro puede comportarse desde ahora como un gran estadista. Tiene todas las condiciones, formación teórica y experiencia para ser un presidente con gran liderazgo regional y mundial.