“Si un intercambio entre dos partes es voluntario, no tendrá lugar a menos que ambas partes crean que se beneficiarán de él. La mayoría de las falacias económicas derivan del perder de vista esta simple reflexión”
—Milton Friedman
En la extinta URSS, los jerarcas del sistema, en su infinita sabiduría y en su idea de ser los ungidos del proletariado para establecer qué se necesitaba y qué se producía, establecían los llamados “planes” quinquenales. Gracias a las maravillas de la propaganda, en un ejercicio de magia y de estupidez replicaban que los soviéticos disfrutaban de maravillosos beneficios, de refrigeradores y, por supuesto, de barrigas llenas.
Cuando se derrumbó el Muro de Berlín y toda la estructura socialista, se descubrió que esa escenografía, ese parapeto, había condenado al pueblo ruso y a los países satélite de esa economía de cartón piedra a necesidades infinitas y a tener que utilizar bienes de pésima calidad y peor manufactura.
Hoy los socialistas trasnochados se llaman progres. Además de su agenda de género y su lenguaje estúpido, no han dejado de lado su profundo desconocimiento del tema económico. Es por eso que hoy les cuento como es el tema de la oferta y la demanda, simple y básico.
Oferta
Nace desde el productor, el comerciante o el prestador de servicios. Ellos, en un mercado abierto, le dicen a los clientes, compradores o usuarios qué tienen para ofrecer. Son vendedores que tienen que utilizar las estrategias adecuadas para lograr que estos individuos adquieran a un precio determinado aquello que ofertan. En fin, la oferta es un ofrecimiento que no implica compra, es solo una intención que se materializa frente a la adquisición del bien o el uso del servicio.
Demanda
Es el mundo de los compradores y usuarios. Ellos, de acuerdo a sus necesidades, establecen unos parámetros de compra o uso. Lo determinan las necesidades sentidas y en algunos casos creadas por un mercado diverso y cambiante. Esta demanda puede circunscribirse a un simple ejercicio de supervivencia donde se requiere de alimentos, cobijo y salud. Además, puede establecerse por necesidades sociales o psicológicas, como puede ser usar ropa de marca, elegir entre un Rolex y un Casio, ir a un concierto de música de cámara o perturbarse el cerebro con las estupideces del reaguetonero de turno.
Esta demanda va a depender del precio, pero con una característica interesante, y es que un comprador puede armar un motín si le suben el precio al pan o la gasolina, pero no se inmuta si le cobran un ojo de la cara cuando se presenta el ignaro de Bad Bunny. La demanda no implica comprar, sino la intención de comprar.
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En ambos casos hay una variable que va a determinar su comportamiento, el precio (otro elemento que los progres ignoran y que no entienden). A saber:
Si el precio sube los demandantes disminuyen su interés y los oferentes intentarán ofrecer más en el mercado para obtener más beneficios.
Si el precio baja, los demandantes se animarán a adquirir más, pero los oferentes no estarán tan ansiosos de producir u ofrecer más de este bien en el mercado.
Sin embargo, todos buscarán al final un inaccesible punto de equilibrio, donde lo que se oferta y se demanda a un precio convenido será lo que se termine vendiendo; pero ese punto de equilibrio (que es lo que sería ideal, pues yo vendo exactamente lo que me compran, sin producir más o menos, y a un precio ideal) es tan utópico como lo es el paraíso socialista o progre que nos ofrece la izquierda.
Es aquí donde se encuentra el dilema del productor, el comerciante y el prestador de servicios. Es ahí donde radica el riesgo del emprendedor y el empresario: ¿qué ofrecer?, ¿a qué precio?, ¿en qué lugar? Al final, la subjetividad del comprador o usuario estará supeditada a muchas variables que también afectan al mercado.
Entre ellas están los aumentos de salario, el obtener o perder un empleo, el aumento de los costos o gastos de producción (o su disminución), la mano perversa del Estado con su manía de aumentar el gasto público y de seguir robándose los impuestos que arteramente le cobran a empresarios y ciudadanos.
Y claro, no falta el ignaro en economía que decreta que él como Papá Estado es quien puede fijar el precio de los servicios públicos, ignorando la oferta, la demanda y, la variable más importante, el precio que implica conocer el costo y el gasto que se requieren para no dejar a un país a la deriva y destruir la infraestructura de comunicaciones, electricidad y servicio de acueducto.
