Asistí el miércoles pasado al debate Mujer rural organizado por el periódico El Espectador. Los panelistas del evento, al que asistieron aproximadamente 400 personas, eran las fórmulas vicepresidenciales Claudia López, Ángela María Robledo, Clara López y Jorge Leyva (fórmula de la candidata Viviane Morales).
Empezaré por el final, es decir, por el encabezado de una de las notas de prensa que publicó El Espectador tras del evento: Mujeres se sintieron insultadas por la fórmula vicepresidencial de Viviane Morales.
En el minuto 31:00 el candidato Leyva señala que ha sido toda la vida feminista y agrega que a la mujer “no podemos seguir maltratándola”. Posteriormente habla sobre la importancia de transformar la educación en Colombia y en repetidas ocasiones da a entender el serio obstáculo que representa para el desarrollo del país la violencia hacia la mujer y su discriminación al interior de actividades económicas productivas y al interior de la política misma. A juzgar por dichas ideas, de las que creo Leyva está plenamente convencido, parece descabellado el titular de El Espectador. Conviene entonces agregar la contraparte.
En el minuto 31:44 de la transmisión la fórmula de Viviane Morales imita el ladrido de un perro bravo para explicar cómo algunos hombres le piden cerveza a las mujeres. Posteriormente agrega que “la mujer se acostumbró a dejarse maltratar” e inmediatamente después comienzan a escucharse los primeros reclamos de la audiencia contra sus ideas. El ejemplo, ciertamente extraño, que desarrolla Leyva sobre cómo potenciar la economía a través de la siembra del coco en todas las costas de Colombia aparece en el minuto 58:00. Las 2 veces en que olvida si ya respondió o no a la pregunta ocurren después de su segunda y de su cuarta intervención y los gritos con los que la señora que estaba sentada a mi derecha le reclama enfurecida al candidato que se prepare y que respete al auditorio se alcanzan a escuchar levemente en su última respuesta.
Ahora bien. Leyva rechaza categóricamente la violencia y la discriminación hacia la mujer. Tildarlo de machista constituiría una equivocación. Lo que sí se puede asegurar con cierta certeza es que es tremendamente torpe con las palabras, que denota un irrespetuoso desinterés por las problemáticas de género y un penoso nivel de preparación y conocimiento sobre propuestas concretas que permitan resolver problemas de desigualdad en el país. A Leyva le interesaba ese día hablar únicamente sobre el estado social de derecho, la economía social de mercado y el “lavado de cerebros” y la “colonización” por parte de las instituciones educativas del país y eso fue, efectivamente, lo que hizo. En ningún momento se interesó por responder a las preguntas que guiaban el debate y se dedicó por el contrario a explicar en intervalos de dos minutos ideas poco relacionadas con la discusión y evidentemente mucho menos profundas que las del resto de panelistas. A eso hay que agregar el tono "jocoso" con el que Leyva procedía en cada respuesta y su evidente dificultad para construir oraciones completas. Sus ejemplos eran absolutamente particulares y la mayor parte de las veces sonaban descabellados.
Su desempeño general en el debate sirve, no obstante, para reivindicar la importancia del tema del mismo y para ilustrar errores quizás comunes en su abordaje. De fondo hay una lectura muy superficial del candidato sobre las raíces de las problemáticas de género y de desigualdad en Colombia. Se trata de la banalización de las problemáticas culturales y de la minimización de las propuestas encaminadas a su resolución. Cambiar la cultura, que Leyva bien identifica como la base de la discriminación de género, pasa por un abordaje normativo serio y ambicioso que el propio candidato evade. Las explicaciones de Leyva promueven una suerte de estigmatización inversa e invitan casi que a un ejercicio dialéctico de interpretación: El malestar en la cultura que Leyva describe reiteradamente, debe entenderse, en el marco de un análisis de sus respuestas, a la luz de la incapacidad del propio candidato para reconocer la importancia de las problemáticas culturales.
El malestar cultural que ha perpetuado históricamente la discriminación de género ha trascendido a un punto tal que hoy en día es inseparable de problemáticas complejas como la desigualdad y la violencia. De modo que la propuesta de cambiar la cultura sobrepasa el campo de la propia cultura y de las acciones individuales de inclusión y respeto (lógicamente necesarias). Lo que las mujeres están esperando en Colombia no es que alguien les diga que “ustedes son las que manejan la plata bien, ustedes son las que piensan (1:28:10)”. Hacerlo responde de hecho a la misma lógica estigmatizadora que fundamenta la exclusión. Lo mismo ocurre al afirmar, por ejemplo, que “en la familia la mujer tiene que asumir el rol como la reina del hogar (1:28:40)”. El género no debe, ni para bien ni para mal, estar asociado a facultades físicas o mentales sobre las que no tiene ningún tipo de injerencia. Aquellas mujeres que, para seguir con el ejemplo de Leyva, saben administrar bien el dinero, lo saben por razones distintas a la de ser mujeres. El género es en ese y en casi cualquier otro caso que involucre competencias intelectuales y físicas, (como la política) un factor que simplemente no incide, una variable que por sí sola no permite emitir juicios concluyentes. Parece una precisión obvia, pero es evidentemente contradictoria con la lógica detrás de las respuestas del candidato.
Leyva ataca una problemática con otra como apagando un incendio con una inundación. Para cambiar la lógica discriminatoria de género que ha permeado la cultura colombiana no basta con simplemente invertir la lógica. Se necesita es cambiarla. La política de género, como propusieron las tres candidatas durante el evento, debe atravesar toda la política nacional. De ahí que se hayan abordado a profundidad problemáticas como la alfabetización, el conflicto armado colombiano, los embarazos no deseados, la titulación de tierras, la autonomía financiera de las mujeres en el campo, la justicia, el desarrollo vial del país, la corrupción, la sustitución de cultivos, entre otros temas. La política de género no debe pensarse como una iniciativa de inclusión aislada sino por el contrario como un blanco hacia el cual orientar coordinadamente la resolución de las falencias históricas del estado.
Transformar la cultura discriminatoria y violenta de Colombia es una propuesta lo suficientemente ambiciosa como para que amerite ser pensada por fuera de la cultura misma y a la luz de la acción del estado.