Finalizando ahora otro año parece apropiado preguntarse si algunos de nuestros problemas merecen lealtad. Quizás la mayoría no. Filosofía es la ciencia de los problemas insolubles decía Bertrand Russell. Debíamos entonces meditar en estos días qué vamos a seguir preguntándonos e intentando solucionar el próximo año. Y quemar lo demás como un “añoviejo” el 31.
Hace poco conversaba con un amigo sobre la importancia real de las investigaciones de un compatriota. Yo sugería distinguir ciencia de tecnología. La ciencia tendría que ver más con nuevos modelos y preguntas que llevan a descubrimientos. Una nueva pregunta, si esto existe, es un descubrimiento por sí misma. La tecnología es por el contrario encontrar nuevas soluciones, la mayoría de las veces prácticas, a viejos problemas. Soluciones que deben llamarse más bien inventos, no descubrimientos. Y aunque ambas cosas tienen gran valor la sociedad usualmente premia con títulos, diplomas y medallas las soluciones e inventos no los problemas ni las preguntas.
Una anécdota de Einstein ilustra la diferencia. En Princeton una secretaria se le acercó preocupada pues no había pasado las preguntas para el examen final de sus estudiantes. Einstein le informó que estaban en el cajón del escritorio. Ella regresó a decirle que las preguntas eran las del año pasado. Él ladinamente observó: serán las mismas pero las respuestas son distintas este año. Precisamente eso es ciencia: plantearse repetidamente unos problemas dando distintas respuestas para descartar lo imposible diría Sherlock Holmes o lo falso diría Karl Popper hasta llegar a humildes “verdades provisionales” como las llamó Pierre Louis en medicina. Un verdadero científico es leal a unos pocos problemas o preguntas a lo largo de su vida, año tras año.
A finales de noviembre asistí a un Seminario de Biomarcadores en Cáncer realizado en la Universidad Javeriana-Cali y organizado por la Asociación Colombiana de Patología (Drs. Jesús Pérez y Jaime Mejía) en honor al Dr. Pelayo Correa. Más allá del nivel científico de la reunión nos dimos el gusto de escuchar a tres renombrados investigadores conocidos a nivel mundial: Henry T. Lynch, Pelayo Correa y Nubia Muñoz. Todos mayores de 65 años, investigadores activos y leales por largo tiempo a los preguntas que los apasionan.
El Dr. Lynch describió hace años el síndrome que lleva su nombre y es una condición genética que aumenta la frecuencia de diversas neoplasias epiteliales (colon, endometrio, ovario y otros) Sus estudios comenzaron observando cáncer de colon, predominantemente derecho, más frecuente en ciertas familias. Persiguió la explicación por décadas y hoy se han encontrado varias mutaciones que pueden diagnosticarse en 1 de cada 35 cánceres de colon. Parece poco pero el Dr. Lynch está empeñado en implementar la consejería genética de estos individuos y sus grupos familiares. Como él mismo nos decía puede ser una mala y tardía noticia decirle a un individuo que tiene una condición genética asociada a su tumor pero esta información puede salvar muchas vidas y años de vida si todos sus familiares entran en un programa de seguimiento clínico estrecho para diagnosticar distintos cánceres en estadios tempranos. El doctor Henry Lynch tiene más de 80 años, fue veterano de la Segunda Guerra Mundial y boxeador, todavía viaja por el mundo explicando muy claramente sus investigaciones y ha sido llamado el padre de la genética del cáncer.
El Dr. Pelayo, como le llamamos nosotros, se ha dedicado a investigar por casi sesenta años la alta frecuencia de cáncer gástrico en el suroccidente colombiano. Fundó la Asociación Colombiana de Patología y el reconocido Registro Poblacional de Cáncer de Cali. Emociona oírlo hablar de todas las distintas hipótesis que estudió por mucho tiempo para explicar por qué en Nariño hay más cáncer de estómago. Se debe esta situación a una “tormenta” de factores concurrentes en la cordillera andina de esa región: Helicobacter de origen euroasiático no africano como el de la costa pacífica, dieta pobre y alta en sal, bajos niveles de hierro en las personas y sorprendentemente menos parásitos intestinales. El Dr. Correa va desde la histología clásica del siglo pasado hasta los últimos métodos biomoleculares para estudiar la génesis del tumor maligno de estómago. Demostración que el doctor Pelayo ha sido leal a ese problema por años.
Una de sus alumnas hace casi cincuenta años fue la Dra. Nubia Muñoz, caleña candidata al Premio Nobel de Medicina. Hablar de ella, la más joven de estos tres científicos, y sus investigaciones alargaría mucho esta columna. Para eso los remito al artículo y portada del suplemento Arcadia de Semana el mes pasado. Quiero solo narrar que dos años atrás se nos acercó empeñada en recobrar unas muestras de biopsias de hace cuatro décadas. No hay mejor ejemplo de lealtad a los problemas que estos tres admirables investigadores. ¡Feliz 2014 y que seamos leales a nuestras preguntas esenciales!