Piero ha cometido una nueva pierada. O una pierifera, como en la familia hemos bautizado sus fabulas reiteradas, hasta tal punto de que aquellas exageraciones macondianas le han mellado en su bien ganado prestigio de hombre audaz e inteligente, pero mentiroso. Se llama Néstor Fernández Vásquez, usa gafas, tiene el pelo hirsuto a lo René Higuita, 75 años y en Bogotá le pusieron Piero, por el gran parecido con el cantante Argentino.
Yo estaba muy atareado en mis ejercicios periodísticos, cubriendo un evento en el teatro Municipal de Sincelejo, lugar custodiado por pelotones de la policía antimotines, cuando entró la llamada. En lapantalla de mi celular, leí: Rita Tres. No sabía quién era Rita Tres, hasta que alcancé a identificar la voz de mi tía Rita Tapia, la dignísima esposa de Piero, mi tío materno. Después del saludo emotivo, ella me lo pasó. Me llamaban desde San Jacinto. Allí viven desde 1973, cuando se vinieron de Bogotá, donde nacieron sus hijos, los llamados cachacos ( Los Pieros), todos hinchas de Millonarios.
Quería mi tío, que a esa hora dejara tan interesante conferencia paraque fuese a reclamarle un mandado mal hecho a una ferretería de cuya dirección no sabía un pito. Allí estaba pintado,pensé. El día anterior los mototrabajadores,- ese enjambre de abejas africanizadas que tiene sitiado Sincelejo-, se había rebotado. Habían quemado llantas, tiraron piedras a los almacenes y se enfrentaron con la Policía,protestando por la ampliación de la zona de movilidad segura. Por ese motivo había toque de queda y por primera vez los escritores de Colombia que celebraban su encuentro bienal estaban más custodiados que a una cumbre de la OTAN. El Teatro Municipal Los Corraleros, donde recibí la llamada estaba acordonado de policías antimotines, mientras la precaria asistencia a aquellas conferencias le imprimía cierto miedo escénico al conferenciante de turno por la escasez de público. Solo el humor de Eduardito Porras Mendoza, trataba de salvarnos de aquel naufragio. La ciudad estaba asolada por la inseguridad.
Piero me contó que la revuelta se lo cogió en Sincelejo. Había llegado un poco después de las diez de la mañana del miércoles 23 de Julio con la “exclusiva” misión de comprar una bomba de succión para elevar el agua al tanque distribuidor de suresidencia, en La Variante de San Jacinto.
- Yo siempre he tenido aljibes y agua permanente en los baños.
Me dijo con cierto orgullo este sábado de agosto, en que he venido exclusivamente a su casa a disculparme, porque en realidad jamás pude dar con la ferretería donde adquirió la bomba, que le había salido más chimba que los sombreros chinos.
En medio de la llamada, que había sido incómoda para mí, pues estaban prohibidas en el teatro, me dijo que fuera a reclamar a La Ferretería López.
- Es una ferretería enorme, con un aviso gigante, en Sincelejo todo el mundo sabe dónde es, me aconsejó.
Le prometí ir por la tarde.
¿Qué había pasado?: Estaba negociando el artefacto, cuando la Policía tiró la primera bomba lacrimógena, que estalló al frente del Almacén
y apenas pudo recibirlo, porque una turba callejera se acercaba. El dependiente le pidió 75 mil pesos y Piero, que es buen negociante, le propuso:
- Tengo sesenta mil, los tomas o los dejas.
El tipo, alertado por los primeros humos invadiendo el negocio, se los arrebató de las manos y Piero, sin probar la bomba, cogió el primer taxi que lo llevara a la Terminal de Transporte. Pensaba que la turba paralizaría el tráfico en La Trocal y no quería quedarse en Sincelejo. No podía fallarle a Rita, quien ya de por sí estaba dudando de los beneficios que podía darle la compra de una bomba por 60 mil pesos en Sincelejo cuando en el Carmen de Bolívar, a solo diez kilómetros, costaban igual. Y hasta se la podían fiar, pues todo el mundo lo conoce allí. Eso era tan sospechoso como la vez que Adolfo Pacheco viajó de Barranquilla a Sincelejo exclusivamente a comprar una culata de campero Tropper, cuando estaba en la capital
del desvare. En Barranquilla se consigue hasta un mojón envuelto en papel celofán. Allí había gato encerrado, sospechaba Ladis, su esposa. Y Piero, no podía quedarse atajado en Sincelejo, porque corría el riesgo de que Rita no le creyera su maroma. Además, la gente de San Jacinto, prefiere ir a Barranquilla o Cartagena a hacer sus diligencias. Pocas veces viene a Sincelejo. Estaba en sobregiro, porque había terminado enredado hacía años con una sincelejana la vez que tomó una moto a crédito acá. Tanto Adolfo Pacheco como mi tío, pusieron como pretexto que querían visitarme, como motivo adicional. Y en efecto, así lo habían hecho. Con ambos almorcé en cada ocasión, pero esta diligencia abrupta de final de Julio de 2014
si parecía extraña: uno de sus consabidos inventos. ¿Acaso estaba con una conquista a sus 75 años bien vividos?
Ya les he dicho que solo a Piero le pasan esas cosas. Yo le saqué la cuenta. La bomba, si la hubiese comprado En El Carmen de Bolívar,
le hubiese salido por 66 mil pesos, pasajes incluidos. Pero en Sincelejo, con pasajes, le había salido por cien mil pesos. ¡Mal negocio! Y además, ahora tenía el problema de que le había salido mala. Cuando la puso no le dio fuego.
Y ahora pretendía que yo lo desvarara. Por la tarde fui a mi oficina, busqué en el directorio telefónico y en ninguna parte hallé una Ferretería con el nombre que me había dado. En Internet aparecía una con el mismo nombre, pero en Santa Marta. Ningún moto taxista supo informarme. Tampocomis compañeros de trabajo, vendedores ni gente de la calle. Era como buscar una aguja en un pajar. Las señales faciales del vendedor que lo atendió eras inciertas, pues Piero ya casi no ve. Lo único que ve, según Tía Rita, es la comida y la mejor presa de las mujeres. Ve una quinceañera y los ojos parece que se le fueran a salir de sus orbitas.
- Es allí, donde se ponen los mototaxistas a esperar los pasajeros, me dijo, cuando le informé la novedad.
Y a decir verdad, esa sí que era una referencia vaga, pues en Sincelejo las motos se paran en todas las esquinas a esperar pasajeros. Son 45 mil de esas abejas africanizadas, que tienen sitiada la ciudad. Por lo menos diez mil vienen de otros pueblos y a veces hay que llevarlas como a niños chiquitos para que no se pierdan.
No hubo remedio. Era jueves. Se vino el viernes y me enredé. El lunes Piero mismo, en persona, vino a buscar su bomba y dio con la Ferretería. Se guiò por las fachadas. Se la cambiaron sin necesidad de presentar factura, pues la revuelta no les dio tiempo de nada, la probaron y sirvió, pero cuando la fue a instalar, no funcionó. La ferretería no se llamaba Ferretería López como me indicó, sino que queda en la avenida Alfonso López. Confundió el gimnasio con la magnesia. El cuento se alargaba, en el momento que lo interrumpí para que me dijera de dónde había sacado tanta chispa para embolatar a la gente y ganarse esa fama de embustero.
Me contó, yo tradujo:
Mis abuelos maternos, que eran muy pobres, hicieron un esfuerzo para ponerlo en el colegio de Don Pepe Rodríguez, el más famoso de la región, a los siete años. Iba muy bien en las clases hasta el día en que un niño ubicado en el asiento de atrás lanzó un avioncito de papel y éste se estrelló en el pecho del distinguido y temido profesor. Cuando Pepe miró la trayectoria del avión, vio fue a Piero, que impávido con cara de "Yo no fui, profesor". Además, malvadamente, el autor lo señaló. Todos los caminos de la sospecha iban hacia él. No le dieron tiempo a explicación. El objeto había salido de su puesto, según el visaje. El castigo fue brutal. El viejo Pepe le puso a María Moreno, una tabla de guayacán, que sacaba lo malo y metía lo bueno. Y después lo arrolló en granos de maíz bajo el calcinante sol. Con tremendo castigo, Fernández Vásquez Nestor, el famoso Piero de hoy, no quiso volver a aquel colegio salvaje, una especie de reformatorio para niños incorregibles. De allí saltó, cuatro años después, al colegio Municipal de Barones San Luis Gonzaga, donde era todo lo contrario. No había orden. Los profesores no iban porque el Gobierno no les pagaba y los niños se dedicaban a corretear por los salones, sin quien los corrigiese. Era el despelote.
Tenía doce años cuando tomó sus dos muditas de ropa, se echó un costal en el hombro y se fue a recorrer el mundo. Por aquellos reglazos de María Moreno, Piero le cogió fobia al colegio, porque cuando abandonó la primaria ya llevaba en mente su misión de andariego. Su primer cargo fue como cogedor de algodón en Codazzi, Cesar, por su rapidez de manos. Se cogía cantidades que superaban tres veces su peso. Así como cogía comía, superando a hombres de dos metros de estatura, hasta que, cansado de las aventuras en el Caribe, recaló en Bogotá, donde dice haber jugado en las divisiones inferiores de Millonarios, siendo amigo personal de Álvaro Gómez Hurtado, y de llevar de la mano a Julio Fontalvo a la televisión, porque era íntimo amigo de Fernando González “Pacheco”, Emeterio y Felipe ( Los Tolimenses) y guachar aquero de Los Cañaguateros de Pedro García, quien le envió un saludo en el tema “El Bolivarense”. "Oyelo, Néstor Fernández, Pieroo, vieja Rita".
Sus aventuras, que van desde tomar un puesto de secretario en los ferrocarriles nacionales sin saber escribir, pasando por panadero en Bogotá, hasta vendedor de artesanías en Valledupar, están llenas de cosas fantásticas tan inverosímiles, que en San Jacinto a las embustes no les dicen embustes, sino “notas pieriferas”. O sea, exageraciones de Piero.
Es tan exagerado mi tío, que juró no volver al Chorro, la finca donde cultivaba con su padre en tierra prestada. Con su inicial quincena comió por primera vez en un restaurante y después de tragarse las sopas, cuando le pusieron el seco, preguntó:
- ¿Y todo eso es mío también?, dijo, admirado por la tremenda bandeja que le encimaba la mesera.
Fue donde se levantó de la mesa, eufórico, y tras pegar un salto que se sintió en la esfera del mundo, gritó:
- ¡Nojoda, no vuelvo más al Chorro, carajo!
De esa forma había celebrado su primera quincena como recogedor de algodón en Codazzi, Cesar.
Caramba, y yo aquí, recreado estos recuerdos, pienso, viendo a mi tío maravilloso contarme tantas historias, que si yo hubiese sacado siquiera el 50 por ciento de su imaginación, hoy fuese el mejor escritor del mundo.