Si usted creía que Nicolás Maduro era el campeón de la estupidez e incoherencia verbal, el candidato a la presidencia del Perú, el izquierdista radical, Pedro Castillo, lo superó con creces.
En el último debate presidencial, celebrado el domingo 30 de mayo en la bella y señorial ciudad de Arequipa, quedó reflejado que es un candidato mediocre y timorato, de una pobreza intelectual elocuente y lleno de lugares comunes en su discurso político.
En el debate, disparó algunas perlas: que para solucionar los problemas de salud era necesario que el “enfermo busque al enfermo”; que para resolver el problema del campo era necesario “cosechar el agua”; que para la tecnología quiere implantar un “razonador magnético”; y que los problemas de servicios públicos se resuelven con que “la telefónica baje los recibos de la luz”.
Ahora, Castillo no solo acusa problemas en su cantinflesco discurso, también se contradice olímpicamente sin que su respetado público lo advierta. O si lo advierte, le importa un rábano.
En el primer debate dijo textualmente que “en nuestro gobierno no habrá importaciones de lo que el pueblo produce”, y en el último debate dijo lo contrario, es decir, a la “visconversa”, como decía el Chavo del ocho: no estamos hablando de que vamos a prohibir las importaciones, pero vamos a proteger al productor nacional”. ¿Entonces?
No hay que ser brujo ni adivino para saber cuál será la suerte de Perú si esta mosquita muerta es elegida como presidente. Preocupa entonces que mañana veamos a muchos peruanos circulando por toda Latinoamérica viviendo el mismo drama que los venezolanos.
La posible elección de Pedro Castillo como presidente de los peruanos confirma que el fenómeno que padece la democracia, en momentos de crisis, es apelar a soluciones tipo Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Daniel Ortega, lo cual refleja que el sentido común, la ponderación política y la sensatez en las decisiones de los gobernados también es una pandemia en la democracia.