Experimentaron con ratas. Fue sencillo. Los roedores –indefensos- eran tentados a tomar un pedazo de queso que al ser tomado descargaría corriente eléctrica. La búsqueda del experimento consistía en analizar la reacción de los animales ante una experiencia que les traería –en niveles equivalentes- tanto placer como repulsión. El hallazgo: muchos se quedaron inmóviles, quietos, incapaces de reaccionar ante la elección de tomar o no el queso. Con el perdón de las ratas, lo mismo nos está sucediendo con el amor: queremos (y buscamos) lo bueno, lo placentero, la dicha. Sin embargo, simultáneamente, nos aterra –y parece excesivo- el precio que hay que pagar por eso bueno, eso placentero, esa dicha. Y ahí nos quedamos anhelando desde la quietud -y la distancia prudente- al amor. A salvo. Descorazonados queremos lo mejor de dos mundos. La miel sin la hiel. Así no funciona.
La falta de compromiso con el otro -afirma el recién fallecido filósofo Zygmunt Bauman- es otra evidencia de una sociedad sin –y alérgica a tener- vínculos permanentes. El amor en los días del consumo y el desecho. Cumplir promesas es atarse. Insistir es caer oprimido desconociendo la permanente oferta de lo nuevo (sinónimo en nuestros días de lo instantáneo). Amores con garantía de fin de semana. Compromisos a 150 kilómetros por hora. Y así entramos a nuestra relaciones con dos preguntas tóxicas: ¿Qué me estoy perdiendo por estar aquí? O ¿Quién será la/el siguiente?. Y ¿Qué pasa? Nada pasa, eso pasa. Seguimos adelante.
Aterrorizados, ante la natural incertidumbre que trae el otro, siempre contamos con planes de huida y evacuación. Idolatramos el “amor de bolsillo” como lo definía Bauman, amores seguros y bajo control, siguiendo la equivoca premisa de poder buscar un escape a la inseguridad y la ansiedad en sentires impostores. Grave error. La arena del amor es azarosa, impredecible, tirana. Quedamos en las manos del otro, y ahí está el encanto. La experiencia humana abriéndose ante nosotros.
Experiencias mediocres y mal anudadas de falso amor y falso sexo,
que se repiten y se facilitan, nos extravían bajo la mentirosa consigna
de que el amor se aprende con la práctica
Hoy en día esas experiencias mediocres y mal anudadas de falso amor –y falso sexo- que se repiten y se facilitan –¿Tinder?- nos extravían bajo la mentirosa consigna de que el amor se aprende con la práctica. Reemplazamos calidad por cantidad. Cometemos los mismos errores y obligamos al tiempo a hacer el trabajo sucio del olvido. – Ya pasará, solo hay que darle tiempo. Parece la respuesta por defecto ante nuestros fracasos amorosos. Jugamos al amor para siempre perder.
Pero esa no es la respuesta y como lo menciona Bauman en ese maravilloso y sentido texto que es Amor Líquido, la respuesta parece encontrarse en Platón: el amor se debe concebir y nacer en lo bello. Lo que implica que el amor no trata de experiencias terminadas y acabadas sino de procesos que toman tiempo y esfuerzo –nada nuevo-. El amor no se consume, no es un objeto con potencial de desecho; se preserva, se cuida, se labra. Se trabaja por él, creándolo. No obstante ya no queremos nada que requiera esfuerzo y que tome tiempo y eso es lo que le pasa al amor: somos roedores inmóviles que aborrecen al “amor” pero solo hablan de él.
Es deber del filósofo hablarle al oído a la sociedad -desde la experiencia y la premonición- y Amor Líquido no es la excepción. Luego de reflexionar sobre la ambivalencia que nos pasma ante el amor y la perdida del encanto y del misterio ante el sexo autómata, el polaco presenta un faro y un ancla ante la experiencia amorosa: el faro es nuestra natural y espontánea solidaridad hacia al otro –amar al otro como a nosotros mismos- a valorar su libertad, su independencia y soberana voluntad, y aunque todas esas cualidad nos atemoricen –como en efecto lo hacen cuando se ponen en acción- el ancla de la confianza nos servirá para medir nuestras acciones hacia el amor. Confiar en el otro, creerle, verle a los ojos. Labor no imposible, más bien improbable en un mundo que mira con sospecha y perspicacia cuando un alguien confía en otro alguien. Un mundo que pide definiciones y estrategias para alcanzar la confianza cuando esta emana de nosotros por la simple -y menospreciada- condición de ser humanos.
Quedarse con el queso y buscar a alguien con quien lamerse las heridas. Es todo.
@Camilo Fidel