Me han estado implantando miedos que he escondido detrás de cada hueso por más de tres décadas. Son un peso que no he tenido la oportunidad de decidir llevar y han sido una imposición de quienes me rodean, tanto amigos como políticos y medios de comunicación. Es más, hay quienes me dicen: “Por qué viajas a esos pueblos tan peligrosos, te puede pasar algo, allá hay mucha guerrilla”. A veces me dan miedo esos comentarios, pero por lo general me río y sigo mi camino.
Como cualquier colombiano, mi común denominador es: salgo a la calle con miedo; debo temer y desconfiar del vecino, de los pelados del barrio con los que estudié, que se sientan en una esquina a hablar de sus amores y desamores; hay que desconfiar del taxista y del tendero de la esquina porque te puede meter un billete falso o devolverte menos; tengo que desconfiar de aquel que me pide $200 pesos ya que seguramente es para ajustar y comprar un porro; debo desconfiar del afro por tener un color de piel diferente al mío; debo sospechar de todos los emigrantes varados en el Urabá antioqueño porque me han dicho que vienen del Medio Oriente, donde están esos que han hecho los atentados en Francia; debo sospechar de lo que no conozco; no debo creer en el que piensa diferente porque me han dicho que la verdad absoluta es la que nos brinda la televisión o las redes sociales que tergiversan la verdad; debo temer a los acuerdos de La Habana entre las Farc-Ep y el Gobierno Colombiano, ya que se le esta entregando el país al grupo guerrillero.
Sé que el miedo no es un sentimiento propio de mí ser, pero es un tatuaje que se me ha impuesto igual que a muchos colombianos que renuncian a sus sueños, y quienes se acogen a las necesidades que se vuelven imposiciones; de aquellos que llevan en su corazón un miedo que se les ha tatuado a punta de plomo.
Es así que hablo por mí y seguro es una réplica del pensamiento de muchos colombianos. Quizás no creo en la paz ¿Por qué? Por miedo, porque desconozco qué es vivir en paz, porque me dicen qué debo pensar, a qué debo temer; porque es más fácil ser un cobarde que ser un soñador, porque es más fácil creerle a los detractores de la paz que son más contundentes en medios que comunicación, que a un gobierno que a veces dice solo verdades a medias.
Lo mejor que se puede tener en una sociedad es individuos con miedo porque la cobardía es la decadencia que me permite la dominación de la masa.
Pero qué pasaría si me dejaran decidir antes de imponerme, si me dejan escoger qué es lo mejor para mi vida, mis creencias, mis sueños. Porque es real, me han obligado a olvidar cómo soñar. Un soñador en Colombia es un temerario, por eso la paz para muchos es un miedo que a toda costa debe ser trasmitido a los que saben que la paz es una utopía, así hoy sea más palpable que muchos dioses que profesan en garajes y templos de ciudades y pueblos.
Por favor, no me impongan más sus miedos. Déjenme creer, yo quiero tener esperanza y volver a soñar con un país en paz. Sé que los acuerdos de La Habana no son la paz, pero es un paso que llevo esperando treinta años y no quiero intentar llegar a noventa años de edad a ver si se repite esta oportunidad.
@biobriam