Le grité malnacida a una señora

Le grité malnacida a una señora

Por: Nicolás Mantilla Navarro
octubre 30, 2013
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Un hombre de avanzada edad, en medio de un restaurante, le gritaba a su esposa que era una india, una total malnacida. La mujer, con los cachetes completamente rojos no decía nada, estaba completamente inmóvil, aturdida. Los otros comensales dejaron de comer y sólo miraban la escena, ninguno entendía por qué aquella mujer era víctima de todos esos insultos. Luego de unos minutos la pareja se fue del lugar. El restaurante poco a poco volvió a la normalidad, las personas siguieron comiendo y bebiendo. Al lado mío, una joven sólo decía que le parecía tenaz tremendo show, qué que oso ese espectáculo.

Semanas después, un viernes a las 2 de la tarde, un señor empujaba a una señora de mediana edad. El señor, se había subido bruscamente a un transmilenio queriendo coger silla para él y para su novia. Se sentó, puso su morral al lado suyo para guardarle puesto a su novia. Una señora, le pidió el favor de que la dejará sentar donde estaba el morral, alegando que se encontraba muy cansada. Él le dijo que no, que él había llegado primero. Ella insistió, le pidió el favor de nuevo y trató de quitar la maleta. El señor, la empujó e hizo sentar a su novia. La señora no dijo nada, y entendió que tenía que irse de pie. Todos los usuarios contemplamos muy bien lo que sucedía, sin embargo, todos permanecimos en silencio.

En el mismo mes, en pleno centro de Bogotá, una patrulla de la policía estaba desalojando a una serie de vendedores ambulantes. La patrulla, ante la renuencia de los vendedores, decidió sin reparo alguno tumbarles la mercancía. Uno de los policías alzó su bolillo, y empezó a golpearlo contra el piso, diciéndoles que estaban advertidos y que se tenían que largar de allí. Todos los que estábamos ahí -escuchando como la policía decía que esos hijueputas no hacían caso- nos quedamos en silencio, contemplando la situación sin decir palabra alguna. Tras un par de gritos más, los vendedores tuvieron que salir corriendo y todos los transeúntes continuaron su marcha.

Tal vez, sin darme cuenta, yo mismo le grité india a la señora del restaurante, yo mismo empujé a la señora en el transmilenio, y fui yo quien amenazó con un bolillo a los vendedores ambulantes del centro. Fui yo cómo mero espectador el que legitimó el machismo y la violencia. Fui yo, sin tener que usar mis manos o mi boca quien agredió a aquellas personas. Fue así como entendí que de una u otra manera, el silencio ante situaciones injustas, nos hace cómplices. Es nuestro silencio el que hace que diariamente mujeres y personas vulnerables reciban tratos indignos, que lo único que permiten es reafirmar que ellos son menos que los demás.

Sin lugar a dudas, más de una vez, sin decir palabra alguna, he presenciado – y hasta participado- en una situación violenta e injusta. Me di cuenta que indignarme y sentir furia por dentro ante esas situaciones ya no es suficiente. Me convencí de que sí quiero que la sociedad sufra alguna transformación, tengo que empezar a ser un sujeto activo. Lo anterior implica dejar de contemplar las cosas detrás de una muro, implica hablar y poner a discusión esas practicas cotidianas con las que no estoy de acuerdo. Ser un sujeto activo dentro de la sociedad implica rebelarse contra aquellos que en la cotidianidad, se creen con la autoridad de pisotear la dignidad de los demás.

Estoy totalmente convencido de que la transformación de la sociedad empieza desde nosotros: los ciudadanos de a pie. Para la extinción – o por lo menos disminución- de practicas racistas, machistas, xenofóbicas y homofóbicas se necesitan sujetos activos, que exterioricen su desacuerdo y pongan de presente como debe ser una sociedad basada en la igualdad, el respeto y la dignidad. El silencio no ha sido ni nunca será una buena forma de protestar, el silencio lo único que puede llegar a permitir es que las mujeres sigan siendo lastimadas, y que aquellos que se encuentran en un estado de indefensión o subordinación lo sigan estando.

Es por eso, que encuentro la necesidad de que dejemos de ser cómplices, que dejemos de ser sujetos pasivos, donde el único rol que asumimos es el de ser meros espectadores. Entiendo la necesidad de que nos pongamos los pantalones, y que digamos de frente y sin miedo - así sea en un espacio público - con lo que no estamos de acuerdo y con lo que no estamos dispuestos a tolerar. Nos falta compromiso para que las cosas cambien, porque hasta el momento lo único que estamos haciendo es legitimando un statu quo. Sí, me gusta creer que la verdadera transformación social se da cuando rompemos el silencio, y no nos conformamos con indignarnos sin decir palabra alguna. Quiero creer que la transformación social empieza desde abajo: desde todos nosotros como potenciales sujetos activos dentro la sociedad.

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