La popularidad del presidente de la República Gustavo Petro anda de capa caída. Su ejercicio del poder ha sido desordenado, poco ejecutor, pendenciero. Pero el balance no parece ser tan catastrófico pues aún cuenta con más del 30 % de la opinión pública, formada por fieles irreductibles que lo han acompañado desde hace años. En la elección presidencial del 2026 votarán alrededor de 20 millones de personas. El 30 % de esa cifra son seis millones de votos. Nadie en Colombia tiene ese caudal electoral.
Lo cual quiere decir dos cosas, una buena y una mala: la buena, que un candidato que cuente con el guiño presidencial y que los fieles identifiquen como uno de los suyos cuenta con ese capital político y tiene un puesto asegurado en la segunda vuelta electoral. La norma de que los votos no son endosable tiene una excepción cuando el endoso lo hace un caudillo, para reemplazarlo. Le funcionó a Álvaro Uribe con Iván Duque y le hubiera funcionado con Andrés Felipe Arias, si no se hubiera atravesado Noemí Sanín que lo sacó de la competencia por la candidatura conservadora. La mala, que dada la polarización política, un candidato del corazón del petrismo difícilmente conseguiría los cuatro o cinco millones de votos adicionales para completar los que se requieren para ganar la presidencia.
Si el presidente busca que sus ideas de cambio se proyecten más allá de su período presidencial, como es su deseo, debería aliarse con alguien que haya estado cerca de sus ideas y de su trabajo, olvidando los ires y venires de la política; alguien con la capacidad de convocar a su alrededor a otras fuerzas políticas del centro izquierda. Si consigue ese candidato es muy difícil que no sea el siguiente presidente de la República.
Si Petro se alía con alguien cercano a sus ideas con capacidad de convocar a otras fuerzas políticas de centro izquierda, ese candidato es muy difícil que no sea el siguiente presidente de la República
La razón es que si algo hay que reconocerle al gobierno Petro es que ha generado unos aires de cambio en Colombia que no tienen reversa. Ha puesto en la agenda nacional la emergencia de nuevas fuerzas sociales, las ha llevado a participar en su gobierno, las ha empoderado; ha creado la conciencia pública de que el país necesita grandes reformas en aspectos básicos de su funcionamiento, aunque no le haya ido muy bien en sacarlas adelante. Alguien con experiencia y capacidad ejecutiva tiene que terminar ese trabajo.
La realidad política es que, contrario a lo que muchos creen pensando con el deseo, los aires de cambio generados por el gobierno Petro le cierran el camino a la extrema derecha. A pesar de que falta tanto tiempo para la nueva elección presidencial, de alguna manera la campaña ya ha arrancado. Hay algunos dirigentes que han tomado el camino de la oposición a ultranza, que es una de las más eficientes maneras de llegar al poder, pero su presencia en la intención de voto es mínima. Colombia no es un país que vota por los extremos. Ni siquiera la elección de Gustavo Petro puede calificarse como un triunfo de la extrema izquierda, pues lo suyo ha sido más un accidentado intento de aclimatar un gobierno social demócrata, con una mayor presencia del Estado en la solución de problema sociales y así se presentó como candidato. Esa era, de paso, la ideología del M-19.
Un candidato que recoja al petrismo y a otras fuerzas políticas, le cierra también el camino al centro izquierda porque lo absorbería. Solo en el caso de que haya un candidato del petrismo puro que la mayoría de los electores vean con desconfianza, se le abrirían posibilidades reales al centro izquierda. Y en tal caso, para ser una opción de poder, el centro derecha tendría que quitarse el sambenito del uribismo, un movimiento que en términos de la lucha por la presidencia recibió su partida de defunción con la no llegada de Federico Gutiérrez a la segunda vuelta en 2022. Hoy por hoy la oposición es de extrema derecha, uribista y minoritaria.
En resumen, el presidente Gustavo Petro tiene en sus manos la sucesión presidencial porque si escoge como su sucesor a alguien que tenga una aceptación mayor que el apoyo de sus fieles, bloquea tanto a la derecha como al centro. Bueno decirlo porque la avalancha mediática contra el gobierno, que ha dado pie a tantas y tantas malas noticias, indicaría que los cuatro años del gobierno del cambio no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra, cuando los caminos de la política como los de la Divina Providencia son insondables.