Las redes sociales se han convertido en un portal en el que la vida se hace pública. Todos cuentan los lugares que visitan, los restaurantes donde comen, las boutiques donde compran, las personas con quienes hacen todo eso. Los usuarios que aceptan entrar a estas plataformas se someten a eso, casi que sin decirlo lo aceptan. Pero hay límites que nunca se deberían pasar y en las redes pareciera que fueran el común denominador. Ahora, se han convertido en juzgados, donde todos señalan, etiquetan, excluyen y agreden al que no piense o actúe igual.
Por estos días —como esos temas virales pasajeros—, Twitter se incendió a comentarios con una valla, ubicada en la 100 con autopista en Bogotá, en la que le proponían matrimonio a una tal Laura. Al principio mucho se especuló sobre la veracidad del anuncio, o si era una publicidad más de alguna campaña. Pero el martes, cuando apareció Laura y su enamorado, todo cambió.
Laura le dijo que no. Y la intimidad de la pareja quedó a merced de los valientes jueces escondidos detrás del teclado. Comenzó a circular un video en el que el J.P. (como firmó en la valla) arrodillado le sacaba el anillo de compromiso a su amada, pero esta, un poco asustada y algo avergonzada, intentaba ponerlo de pie con rapidez. Al final un abrazo selló el gran no. Y se vinieron entonces las represalias contra Laura.
De "perra", "pendeja", "deshumano", "cobarde" y otro resto de adjetivos calificativos no bajaron a Laura. Por una decisión personal casi la acribillan en redes, ¿pueden creerlo? Quiénes son los que se creen con el derecho a juzgar sobre las decisiones de otros. Y más en algo tan personal e íntimo como casarse o no. Sean cuales sean las razones de Laura para decir no, a nadie le debe interesar. Pero el chisme de pueblo corre entretiene más.
Y ese es el problema del mal uso de las redes sociales, que ahora son un arma letal para hacer daño a otros. Y aunque la pérdida de intimidad sea la letra pequeña de ese "contrato" que todos aceptamos cuando accedemos al servicio, hay límites, o por lo menos, deberían haberlos. El problema de las redes es que le dan un poder adicional a esos agresores camuflados que de frente no se atreverían a decir ni un mal chiste. Su anonimato es la fuente de ese poder que atenta contra la dignidad de las personas. Y eso, debe acabar.
A Laura, aunque está demás decirlo, la vida es lo que uno quiere hacer con ella, siempre que no se sobre pase la libertad del otro. Sé libre de decir no las veces que así lo consideres.