Hay que tener temple y paciencia para llevarle la agenda a un hombre tan complejo como Gustavo Petro. Desde que era senador, pasando por sus cuatro años en el Palacio de Liévano, Petro sólo conoce un método, el que va creando sobre la marcha. Por eso, así sus asesores más cercanos se lo aconsejen, sólo escuchará la voz de su conciencia y por eso se explaya llegando a publicar 42 trinos en un día, como sucedió el pasado lunes 29 de mayo.
Los días son largos, arrancan a las cuatro de la mañana cuando puede sacar una hora para el running, actividad a la que se dedica hace cinco años, cuando era una estrella en ascenso en la UTL del entonces senador Armando Benedetti. Después del trote viene el teléfono. La rígida disciplina la aprendió Sarabia de su papá, un ocañero que sirvió toda su vida a la Fuerza Aérea hasta el punto de ser uno de sus oficiales más destacados de su generación y su mamá, una llanera que trabajó años en el ministerio de defensa. Como ella misma se lo dijo al periódico El Tiempo en el único perfil que se tiene de esta enigmática funcionaria "Nuestra vida giró alrededor de las Fuerzas Militares” Su niñez la pasó en la base militar de Tres Esquinas en Caquetá. Si se asomaba a la reja podría ver los movimientos de las FARC entre la selva. Nunca tuvo miedo. Su vida está regida a las fuerzas militares y a Cristo.
Desde el año 2016, cuando apenas tenía 22 años y acababa de terminar su universidad en la Universidad Militar Nueva Granada, donde estudió Ciencias Políticas, llegó a las toldas de Cristo. La iglesia fue El lugar de su presencia, uno de los lugares de fe mayormente visitados por los jóvenes bogotanos.
Los miércoles desde el 2015 la Castellana se atesta de jóvenes menores de 23 años. Laura Sarabia era una de ellas. El hombre que los citaba era un australiano que como tantos otros pastores extranjeros llegaron al país con una mano adelante y otra atrás.
A los once años Andrés Corson se hacía en la última fila de las iglesias. No oraba. Sólo se fijaba en el pastor. En su mente analizaba el movimiento de las manos, la entonación, la prédica. “Nunca lo haría así” pensaba. Había que comunicar, ser un puente. Quería ser pastor, era su única ambición en su vida, esa y ser un millonario que donaba toda su fortuna a las iglesias del mundo.
Corson venía de una familia de predicadores. Sus abuelos maternos, el australiano Patricio Symes y la galesa Elena Jones, llegaron al país en 1933. En esa época el presidente era Enrique Olaya Herrera y Colombia intentaba dejar atrás los oscuros años de la hegemonía conservadora. Por eso llegaban al país en esos años los primeros presbiteranos a Colombia. Ellos acogieron a Symes y Jones y, con su ayuda, emprendieron la cruzada de enseñarle a orar a los bogotanos sin escapularios, cruces o imágenes de virgenes. Tres años después de su llegada la pareja adecuó una casa en el barrio Tres Esquinas donde hicieron una de las primeras iglesias cristianas que conoció la ciudad.
Era todo un reto en una sociedad cerradamente católica. En los primeros meses los predicadores deberían recoger mierda revuelta con basura que les dejaban los vecinos del sector, como una muestra de rechazo. Persistentes transmitieron a sus dos hijas, Joy y Ruth, el fervor cristiano. Sin embargo sería Andrés el que terminaría de romper el molde.
Andrés no se parece a lo que uno espera debe ser un pastor tradicional. Es directo, franco e irresistiblemente gracioso y distraído. Es capaz de reconocer que no está hecho de hojas de salmos y que alguna vez incluso fue adicto a la pornografía. Dice que parte de su éxito se lo debe justamente a eso, a su déficit de atención. Si está en plena prédica y ve a alguno de sus fieles levantarse de su asiento, él lo acompaña con la mirada y se pone a pensar “qué le habrá molestado” “qué estaré haciendo mal” porque su obsesión es mantener captada la atención.
Enseñó a punta de disciplina a su audiencia que las puertas se cierran cuando la súper banda que lo acompaña comienza a tocar. Quien no logra entrar se queda por fuera En eso es inflexible y en su tenacidad por convertir El lugar de su presencia en una de la iglesias cristianas más poderosas de Latinoamérica. Cada vez que puede y lo deja su agenda apretadísima, se escapa y se limpia de las impurezas del mundo y de la política cobijándose en el Hogar de su presencia. El pastor Corson está orgulloso de ella y, por eso, ha atenuado de un tiempo para acá cualquier vestigio de antipetrismo. Laura Sarabia le ha atemperado las aguas al presidente no sólo entre los acusiosos políticos que buscan cada día romper su mutismo sino que se ha convertido en un puente con los cristianos que siempre miraron con desconfianza el pasado guerrillero y radical de Gustavo Petro