Laura se escapa de [… outro …] Y nadie sabe de los «pesos» que alguien le robó.
Despechado, Petro consolidó la tiranía del mérito en Colombia, tras apostar uno de los pilares de su desvirtuado gobierno del cambio a una ficha que carece de experiencia gerencial, y tampoco demostró excelencia académica.
Es enfermizo, no quiso reemplazarla y puede usarla como hija boba, para olvidar a su bastarda plantilla y descendencia.
Estadista fallido, precluyeron sus promesas de campaña y premió a muchos corruptos; todos los que han saboteado al progresismo siguen malgastando recursos, extralimitando excusas o decretando borrón y cuenta nueva, como sucederá con el petróleo.
Entretanto, la oposición se complace con esas incoherencias, mientras niega sus propios fracasos y los abusos perpetrados por las demás ramas, pues la constitución, los planes de desarrollo, los acervos legislativos y las sentencias judiciales podrían reducirse a unos cuantos galimatías, totalmente inútiles y nada inocuos.
Petro dejó plantados a los ciudadanos, gobernadores y empresarios; absurdo, éstos ovacionaron al fiscal porque fue tan malo y descarado como sus predecesores. Babosa, su revelación fue que la corrupción se estaba “enquistando de a poco”; prueba concluyente de su ignorancia o mitomanía, ese pecado original permeó todo hace rato, para garantizar el continuismo.
Pese a su mediocre desempeño, Petro al menos apuntó al decrecimiento, mientras que sus colegas inventaban lemas rimbombantes y maquillaban resultados exiguos, que en ningún caso fueron orgánicos, pues el producto interno bruto depende de coyunturas milagrosas, debido a que nuestra economía nunca agregó valor.
La socialdemocracia también es ficticia. El exministro Ocampo remató a la redistribución y, aunque urgía ejecutar presupuesto, Bonilla experimentó la “Paradoja de la Frugalidad”; ahora, para disimular la implosión pública, conmina a los privados a “poner el país en obras”, reactivando el TLC con los rusos.
Si el Consejo Gremial fuera certero, condenaría el desprecio del BanRepública hacia los empresarios y los ciudadanos, antes, durante y después de la pandemia, entre otras crisis. Además, reconocería que los escenarios proyectados no eran mejores cuando el jefe de estado era Gaviria, para limitar esta catastrófica retrospectiva a la era del presidencialismo presuntamente moderno.
Los grandes empresarios no direccionaron ni impulsaron la evolución socioeconómica; y no necesitan asumir ese esfuerzo porque nunca les va tan mal, aunque los demás estemos peor. Esa misma arrogancia y negligencia contagió a los partidos, las universidades y las ramas del poder que refuerzan el disfuncional entramado en nuestra miserable y privatizada república.
Tal como Laura, el fiscal y el registrador no tenían el perfil requerido para sus cargos, porque esas elecciones honran las leyes del mercado: los candidatos explotan a los cándidos ciudadanos, y los funcionarios capitalizan al avezado nepotismo, mientras los oligopolios tumban a los clientes y exprimen a los contratistas (mipymes).