En los últimos días, hay quienes han sindicado a la emisora Laud 90.4 FM Estéreo y a las directivas de la Universidad Distrital de practicar la censura, motivados porque en la parrilla del año 2019 salió del aire un programa que había sido fijado para hablar de la autonomía universitaria y de su historia durante el 2018, año de distintas efemérides a este propósito, como los 100 años del Movimiento de Córdoba o como los 50 de Mayo del 68.
Los abusos con las palabras y los hechos
Se trata de una arbitrariedad en el uso del lenguaje y en la interpretación de los hechos. Lo es del lenguaje porque la palabra censurar se refiere a “examinar correspondencia, escritos, películas, etc., para ver si hay algún inconveniente desde el punto de vista político y moral para darles curso, publicarlos o exhibirlos”, según lo dicta la definición dada por María Moliner en su diccionario. Y de eso no hay nada en la conducta observada por la Emisora Laud 90.4 FM o por la dirección de la universidad, razón por la cual todas las afirmaciones propagadas respecto de una presunta censura configuran en realidad un lenguaje extravagante y descontextualizado.
Por otra parte, lo es en la interpretación de los hechos porque no hay pruebas o indicios en el sentido de comportamientos de la dirección de la universidad que se hayan traducido en eventos o acciones de los que se pudiera derivar un recorte cualquiera o la eliminación de una emisión radiofónica, por el motivo de que su carácter fuese considerado dañino en términos morales, ideológicos y políticos.
Programar no es censurar
El hecho de que uno o varios programas salgan del aire en la programación del medio radial no significa per se una censura; no hay en esa acción, ni lejanamente, un ejercicio de esa naturaleza; pues para que lo hubiese tendría que estar acompañado por la motivación de que el programa radial, objeto de la acción, fuese considerado dañino desde ese punto de vista político o moral.
El hecho no significa censura, acción esta que envuelve sobre todo una intención liberticida; de constreñimiento moral y de recorte a la expresión de las ideas en uno u otro sentido. De ahí la diferencia de confundir programación por parte de un medio de comunicación con la censura contra alguien.
Un ejemplo reciente podría servir de ilustración: en días pasados, la dirección del periódico El Tiempo sacó de sus páginas editoriales unos tres o cuatro columnistas, todos ellos dueños de una muy buena calidad en el análisis y de una considerable lecturabilidad, tanto en cantidad de lectores como en impacto en el debate público; y lo hizo sin que mediara conflicto alguno con ellos o diferencias de orden ideológico.
Pues bien, ninguno de esos opinion makers se quejó más de la cuenta o se descompuso anímicamente; y mucho menos dio inicio a campañas para recuperar la columna perdida o para denunciar la injusticia de que presuntamente fuera víctima; antes, por el contrario, dejaron ver sus muestras de agradecimiento por el lapso en que fueron acogidos con el respeto total a sus opiniones.
La figura inexistente del censor
En realidad, la censura se deriva lingüísticamente hablando de la palabra censor, concepto que en sus orígenes correspondía a la existencia de un alto magistrado en la Roma antigua, encargado de vigilar o preservar la moral pública, según Webster; y, por tanto, de limitar con sus determinaciones (edictos o algo parecido) aquello que según su criterio se saliera del canon de la moral pública.
Modernamente, el concepto evolucionó hacia la denominación con la que se designa a un funcionario, en muchos regímenes, que examina previamente los productos políticos, culturales o informacionales; creados y difundidos por los dispositivos existentes de comunicación, para aprobarlos o desaprobarlos; total o parcialmente.
Por tanto, la censura, acción relativa al censor, implica:
1. Un examen previo por parte de ese censor.
2. Que explícita o implícitamente, se haga referencia en el examen previo a un canon moral o político dominante.
3. Que se establezca por el censor (prejuiciosamente desde luego) si hay daño moral, político o ideológico, en el producto cultural o informacional de que se trate.
4. Que se haga un recorte efectivo o un juicio sobre ese producto; o una prohibición bajo tal motivación.
Casos reales
En ese orden de ideas, ha habido en efecto censura, en la iglesia católica-romana, con su index o librorum prohibitorum, contentivo de los libros prohibidos por la Sagrada Congregación, la cual definía aviesamente qué obras atentaban contra la fe. También, en los regímenes dictatoriales que se han ensañado contra la prensa escrita. Y en los sistemas totalitarios como lo fue el caso del régimen nazi que estigmatizó a los pintores expresionistas con la injuria de “arte degenerado” y atropelló a la prensa socialdemócrata; o así mismo, el caso del comunismo soviético, que persiguió a los poetas y a los intelectuales disidentes en los años 60 y 70 del siglo XX.
Se está pues ante prácticas oprobiosas contra la libertad, contra las opiniones y las ideas; pero también claramente ante la presencia de regímenes o aparatos que, a través de sus oscuros censores, han hecho recortes a la libertad bajo la motivación de un presunto daño moral, ideológico o político, al Estado o a la sociedad; y que han obrado como un tamiz previo que bajo la forma del examen anticipado, provoca recortes, limitaciones o prohibiciones.
Un baldón contra la emisora
El hecho de que se arroje el baldón de censores a los responsables de la emisora, sin que nada de lo que define esa figura de la censura haya asomado sus aristas en el funcionamiento y orientación del medio radiofónico, no pasa de ser una forma indebida de presión, que persigue restarles a ellos su capacidad en la toma de decisiones autónomas, asumidas de conformidad con la ley.
Es un ejercicio nada claro que apela a la descalificación fácil y a las reacciones más elementales en aquellos que carecen de la información adecuada sobre cómo marchan las cosas en una universidad libre, autónoma y progresista, atacada sin embargo desde los flancos más disímiles y por los motivos más baladíes.