Compré pasajes en la aerolínea LATAM, para mi hijo y mis dos nietos de 11 y 5 años desde Santa Marta a Bogotá. Estábamos terminando unas vacaciones familiares y escogí reservar en el vuelo Latam 4145 del 27 de enero porque el itinerario era el mas cómodo que había. Llegó el día del viaje y todo parecía estar normal. El vuelo salió puntual a las 4:45 p.m debiendo llegar a las 6:05 p.m. a Bogotá porque era directo. Pero, para sorpresa de todos, una hora y media después, estaban en el Aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón de Cali.
Mientras tanto, al no tener noticias de qué pasaba con el vuelo, nos comunicamos con la empresa y la funcionaria que atendió ni siquiera tenía noticias del desvío del avión.
Allí sin información alguna del por qué estaban en dicha ciudad, la desesperación empezó a crecer porque pasaban horas y el personal de la aerolínea no sabían qué decir cuando les preguntaban sobre el retorno a Bogotá. Al fin, después de varias protestas y filas interminables, les informaron a los que el avión saldría a Bogotá a las 2:30 am. Pero no. Llegó la hora de salida y no había ni siquiera un avión al cual montarse.
A los pasajeros que más gritaron, les dieron un cuarto de hotel pagado, muy cercano al aeropuerto. Pero mi hijo, que viajaba solo con dos niños y esperaba pacientemente mientras la policía mediaba tanto alboroto, no pudo acceder a este beneficio. Al final, les tocó armar un cambuche en el piso de una sala de espera y dormir ahí hasta las 5:05 am, hora en que finalmente salieron para Bogotá.
Solo hasta ayer, un funcionario de la aerolínea se comunicó con la familia para ofrecer sus disculpas y otorgarle a mi hijo un bono de $200.000 pesos redimibles en vuelos con la aerolínea. Ni las disculpas ni el bono de dinero pueden compensar la pesadilla que tuvieron que vivir mis nietos y mi hijo. Y esta experiencia no puede pasar indocumentada.