El 14 de diciembre se estrenó en Colombia la novena entrega de aquella cinta cinematográfica cuyo prólogo sigue haciendo aumentar las pulsaciones en las salas de cine, después de 40 años. Cuando en 2012 Disney compró Lucasfilms Ltd, su mayor reto no era solamente mantener viva y rentable la saga, sino continuar una historia cuyos acontecimientos se contaran por sí solos, dentro de ese universo paralelo que es capaz de hablar más allá de su categoría de ciencia ficción. Así pues, la alerta de spoilers comienza aquí.
La apuesta de Rian Johnson se sitúa entre la riqueza del guión a nivel político de las precuelas y el gran carisma de la primera trilogía. No es una película para satisfacer a los fanboys que dedicaron dos años de videoblogs para fantasear sobre los orígenes de Snoke y de Rey. Es en cambio, una película que humaniza la frustración de un mítico maestro al ver a su alumno consumido por el miedo y la desdicha; una disquisición sobre cómo la esperanza puede resurgir de cualquier rincón del universo y un episodio que rompe, por fin, con el estereotipo inocente de los Jedi como guardianes de la luz y los Sith como malignos servidores de la oscuridad, pues los primeros son tanto vanidosos y los segundos tanto extraviados (como Kylo Ren).
The Last jedi es una película que reconstruye la mística de la fuerza y su magia shintoista, ante la execrable explicación de los midiclorianos de Qui-Gon Jinn. Sin duda, las escenas sobrantes abundan mucho más que en The Force Awakens, tales como: el muy conveniente uso de la fuerza de Leia flotando por el espacio, el beso irrisorio de Rose y Finn para notificarnos que él no está interesado en Rey de esa forma, o la confusa facilidad con la que Poe hace volar las torretas del destructor estelar en la primera secuencia.
No obstante, la cinta resulta coherente con los roles de los personajes nuevos y viejos en una historia que debe contarse por sí misma para encontrar su propia identidad. Lo logra al no dejarse influenciar por la voluntad de los espectadores de ver irresolublemente a un Luke Dios todopoderoso o a un Kylo como nuevo Darth Vader; al ofrecer nuevas actuaciones estelares como la de Laura Dern (Almirante Holdo) o Benicio del Toro (descifrador).
Este episodio no es solamente una apuesta valiente, sino lo que la legendaria saga de Star Wars se merecía. Tiene una función de transición emocionante que rompe con lo que esperábamos y nos ofrece un universo de posibilidades tan grande como el mismo universo de Star Wars. Dentro de estas posibilidades queda faltando un esperado resurgir bélico y político de la Nueva República, la historia de Snoke y su encuentro con Kylo, el entrenamiento de Rey que quedó incompleto, el destino de Leia con su pequeño grupo de rebeldes sobrevivientes, y así podríamos continuar.
En suma, la genialidad de Star Wars continúa con vida. De la mano de un trabajo impecable de John Williams que confirma su vigencia, J.J. Abrams tiene todo un panorama para cerrar con broche de oro esta tercera trilogía. Si bien esta no es perfecta por ciertas escenas que desencajan, viene obteniendo una madurez argumentativa que ha podido darse el lujo de integrar problemas de este otro lado del universo, siendo: la guerra como negocio rentable de ambos bandos o lo difícil de mantener despierta la esperanza.