Las2Orillas difunde la obra completa de Ángel Sierra Basto

Las2Orillas difunde la obra completa de Ángel Sierra Basto

Un descendiente del primero y último de los poetas malditos del Huila cede los derechos de distribución para que los interesados accedan a este importante legado

Por: Andrés Óliver Ucrós y Licht
noviembre 02, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Las2Orillas difunde la obra completa de Ángel Sierra Basto

Ángel Sierra Basto, quien nació en Pitalito el 16 de abril de 1923 y falleció en su residencia de Neiva el 21 de octubre de 1992, fue cofundador en 1958 del grupo Los Papelípolas, generación seudobeat del Huila, la cual rompió con la poesía clerical y premoderna de la época. El grupo de artistas compartió ideales con "The Hungry Generation", la "Generación Beat" y el nadaísmo antioqueño de Gonzalo Arango, al cual no se quisieron vincular por decisión de Sierra.

Hoy Las2Orillas y Proclama del Cauca publican la obra póstuma del más controversial de Los Papelípolas, con un prólogo de Guillermo Plazas Alcid, exministro de Justicia; ilustraciones de seis pintores entre los que se cuentan Arran Stephens, Michael Schulbaum, Javier Chinchilla, Nely Salazar, Gustavo Hernández, entre otros, enriquecido con sus mejores publicaciones de prensa, jocosas entrevistas y una antología iconográfica del poeta.

El paradero de la piedra verde

Tomado de Diario del Huila, lunes 6 de marzo de 1989

(Reedición)

Por Leo Cabrera

N. de la R.: Este extraño reportaje, cabalga entre la realidad y la fantasía, para revelarnos facetas del mundo intelectual del poeta. En él, incidentalmente se mencionan asuntos como la existencia de ciudades perdidas en territorios del Caquetá y el Huila y grandes supercherías, como la Suprema Maestría de la Sublime Orden Monástica de los Encostalados, que en su tiempo, pusieron a pensar al país en cosas diferentes al precio del dólar, la corrupción o la violencia. El texto es un elocuente homenaje al más polémico de Los Papelípolas, quien lentamente se repone de un infarto cardíaco sufrido el viernes anterior.

 Lo conocí a principios de 1965, en circunstancias que por lo extrañas merecen ser contadas. Este hombre, uno de los puntuales de  Los Papelípolas, movimiento literario que removió la apatía del Huila a finales de la década de los cincuenta, minero de especularita, destilador de peligrosos menjunjes a base de peyote, propugnador del montaje de un criadero de minotauros en Neiva, cuyos versos demostraron su valor para la posteridad al ser empeñados por Luis Ernesto Luna en trescientos pesos para pagar el consumo de una de las traumáticas veladas del grupo en el café Taurino, a mi modo de ver no corresponde a las características del patrón que usaron para hacer a la gente convencional.

 Se ríe del mundo y no se lo perdonan. Tiene ese sentido claro del valor real de las acciones ajenas que capacita para el sarcasmo, poniendo a cada cual en el casillero que le toque con humor rayano en la irreverencia. Además, como tomapelista…

 Tras de dos meses de investigación, logré a través de una serie de contactos, que para una de las revistas capitalinas, me concediese una entrevista el más misterioso de los líderes de movimientos religiosos que ha existido en Colombia, Gran Maestre de la Orden de los Encostalados, sui generis congregación de monjes, que al estilo de los goliardos de la edad media, recorrieron todos los caminos del país, amparados en el pintoresco anonimato de sus hábitos de costal, con un pie descalzo, un ojo cubierto y predicando en un confuso galimatías que reunía en abusivo sincretismo las doctrinas de gnósticos, orientalistas, rosacruces, alquimistas y una acomodaticia visión del cristianismo primitivo. Tenían su monasterio en la cúspide del monte Pacandé, comían una vez al día, nunca montaban en ningún vehículo a motor por ser inventos diabólicos que atrofian al hombre, aseguraban que su báculo con forma de cruz de Caravaca, era una antena para comunicarse con la divinidad y se decían inmunes al dolor. El contacto me introdujo en una penumbrosa habitación en el barrio de La Toma y me presentó con gran respeto al personaje: Don Ataúlfo de Silva y Pérez. Con la capucha echada sobre el rostro, rodeado por media docena de prosélitos vestidos de fique, estaba el poeta Ángel Sierra Basto.

 Era una época gloriosa en que el optimismo tomaba en su fantasía, la apariencia de la banda bicolor, que sobre el pecho de una generación hoy lamentablemente silenciada, suspendía la herrumbre blasonada de La Tuerca, presea de la Sacra Orden del Tornillo, cuya primera condecoración fuera impuesta por el Gran Comendador Alberto Martínez, comisionado por el Sanedrín de Antofagasta, al hoy pastor Evangélico Darío Silva, a quien de acuerdo al texto de la carta patente que le fue entregada en nota de estilo, indiscutiblemente faltaba un tornillo.

 Casi ciego, en la soledad a que le condenó la fuerza de la vida, sentado ante la máquina de escribir al tacto poemas que a nadie muestra, el eterno Pielroja a medio consumir, nos dedica un rato esta mañana. Al lado de allá de la barda el sol juega a los destellos entre las hojas de las plantas que Tulia Rosa Espinosa, dejó de cuidar hace unos meses.

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 L.C.: Víctor, en más de diecisiete años sin sentarnos a tomar un café o una cerveza, tienen que haber sucedido un sinnúmero de cosas con la poesía de Ángel Sierra Basto. Hablemos sobre ello.

 V.C.: Sí, diecisiete años en que algo se ha escrito, mucho se ha pensado, otro tanto se ha dejado de escribir… A mi epitafio, como texto se le podría poner: ‘Aquí yace quien hizo lo que quiso, y pudo hacer, lo que quizá no hizo’. Diecisiete años, alejado del trajín burocrático, dedicado a la meditación… interiorizado en la belleza de las cosas primitivas y sencillas. Caballos, ríos, montañas, jardines, flores. Cosas que en mi fuero creo que a la gente no le impactan ni le llegan. Como dijera Barba Jacob: "Ven el milagro de la madrugada y escasamente piensan que está amaneciendo"; pero no entienden cuánto de belleza hay en contemplar el alba.

 L.C.: Ustedes son dos tipos bien diferentes. El Víctor Cortés que se gana la vida realizando memoriales en la oficina de asuntos jurídicos de la familia y Ángel Sierra Basto, quien vive, trabaja, sueña y cohabita con la poesía. ¿Cuál de los dos soporta al otro, en realidad?

 V.C.: Yo creo que Ángel Sierra Basto, muy a su pesar, tiene que ser tolerante con el escribidor de papeles, de memoriales, porque como se decía en el tiempo en que todavía se lo usaba: ‘el papel sellado, el de los memoriales, empobrece hasta el embrutecimiento’…

 L.C.: Entendemos que en cuanto a creación poética, el trabajo no se ha suspendido. El inventario de seguro ha crecido. ¿Cuántos poemas ha escrito Sierra Basto hasta hoy?

 V.C.: Por ahí que sean potables habrá unos treinta poemitas. [Piensa un momento y después confirma la respuesta con un gesto de cabeza]. Tolerables unos treinta, porque a pesar de la aparente evolución moral de la sociedad en estos años, se le continúa teniendo miedo a ciertas expresiones, a algunos conceptos, que todavía no van, para decirlas en las tertulias de familia. Esas cosas que se miran como pensadas por algún paranoico y atemorizan.

 L.C.: ¿Quiere esto decir, que la nueva poesía de Ángel Sierra, resulta una agresión a la manera de pensar convencional de nuestro medio?

 V.C.: Aquí entre nos, Leo, yo creo que la gente no piensa. La mayor parte, apenas repite lugares comunes. La información de los periódicos, lo que se escucha por la radio y todo cuanto distorsione la capacidad de estudio y de análisis. De pensamiento. La televisión. Me explico: La gente se preocupa por cosas materiales, no por lo espiritual. La diversión y el esparcimiento se encuentran prefabricados en cuanto proporciona la propaganda impuesta por los medios de telecomunicación. No existen las satisfacciones íntimas, fuera de lo que esté de acuerdo con la moda de aceptar las situaciones creadas por una élite de genios que manejan tales medios.

 L.C.: ¿Se puede inferir, que a la gente le da miedo pensar y busca sustituciones que la releven de la responsabilidad de pensar o escapes al compromiso de las ideas?

 V.C.: Exactamente. La gente no piensa, pero casi nunca voluntariamente busca esos sustitutivos, esos escapes, porque le costaría tener que pensar en ello. Sencillamente viven una vida intelectual tranquila, anquilosada, alejada de toda preocupación diferente de la consecución de dinero fácil para la diaria subsistencia…

 L.C.: ¿Hablamos casi de pensamientos enlatados para el consumo de la masa, listos para el uso, casi precocidos que se entregan a través de la prensa y la televisión?

 V.C.: [Sonrisa sardónica] Otra cosa no hacen los medios de comunicación. Acondicionan la masa para que acepte que aquello es bueno o malo, fulano es un gran líder y aquel otro zutano no sirve para nada. Que quien quiere progreso busca beneficio propio o en reversa quien busca su beneficio, es progresista. El pensamiento es casi pieza arqueológica. Todo está condicionado a cuanto se oiga o pueda leer en la prensa. Hay que darse cuenta de que no hay quien lea un libro, una obra. Los escritores le presentan al público un mosaico de ideas que no llevan propiamente mensajes de supervivencia, de esperanza ni felicidad, a no ser que adopten formas perfectamente artificiales.

 L.C.: Al hablar de esta nimiedad del mensaje, de ese vacío de ideas en cuanto se ofrece a los consumidores, ¿estamos al borde de suponer una especie de conjura en contra del pensamiento significante en los escritores modernos?

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 V.C.: Claro. No se está dando contenidos y se está usando un castellano derruido por el mal manejo. Ese idioma desmantelado se convierte en el pan de cada día, excepciones honradas unas pocas, para los infortunados lectores de diarios, best sellers y revistas.

 L.C.: Examinemos el panorama nacional. Esa sed por leer cosas significativas y bien escritas que atormenta al Superyó de Ángel Sierra Basto, ¿qué autor colombiano actual puede si no calmarla, por lo menos mitigarla?

 V.C.: [Lacónico] Cuando quiero leer un buen libro —dijo alguien—, lo escribo.

 L.C.: Cambiemos de tema. La época de Los Papelípolas fue momento dorado para Víctor Manuel Cortés Vargas, porque lucía los créditos de los textos escritos por Ángel Sierra Basto y hasta recibía los honores correspondientes. El alter ego era querido, admirado y por eso se toleraba al de los memoriales en toda parte en la sociedad de Neiva.

 V.C.: Fue una época dorada. Para la bohemia, de otro lado sólo deja como cosa sustantiva el recuerdo de los buenos amigos de Ángel Sierra. Comprensivos. Quienes creían que lo escrito tenía algún valor. Tanto que Luis Ernesto Luna, empeñó un poema por trago en el Taurino. No se lo rechazaron y en ese tiempo trescientos pesos eran bastante dinero…

 L.C.: Bromas aparte, Ángel sigue vivo y trabajando. ¿De qué se ocupa ahora?

 V.C.: Recientemente, algunos poemas, una glorificación de la locura de Silva Silva a quien tengo inmensa estimación y un par de cuadernos titulados. Es cuanto puedo decir de momento. Las otras cosas, por ejemplo los apuntes para una nueva concepción de Dios, trabajos largos, dispendiosos y seguramente fatigantes para los lectores no acostumbrados a intelectualizar lo metafísico.

 L.C.: Siempre se le consideró como un sujeto protestatario e irritante. ¿Es esto lo que lo tiene alejado de las actividades de publicación y difusión de la Obra acumulada?

 V.C.: No. [Le cortamos de forma abrupta]

 L.C.: Se le juzgaba imprevisible, desconcertante, una especie de poeta maldito. No apto para menores de edad…

 V.C.: A las publicaciones las frenaron cosas como la falta de medios para conseguir ediciones. A mi edad, se aburre uno de estar rogando, suplicando que por misericordia con el prestigio, le presten a uno las páginas de las revistas literarias o los periódicos, con la esperanza de mostrar algo de la propia pluma.

 L.C.: ¡Ah! Entonces, ¿un escritor necesita ser leído?

 V.C.: La vanidad humana, gira en torno al hecho de que se le conozcan a uno sus virtudes y que los defectos se consideren como virtudes por quienes le traten. No se trata de buscar la aceptación de los demás. Pueden conocer su pensamiento y si no lo aceptan, por lo menos que puedan expresar motivos para ese rechazo. Así, uno puede saber a qué atenerse con respecto al valor atribuible a su propio ideario.

 L.C.: Algunos —caso del poeta Guillermo Martínez— piensan en un lector ideal, pero escriben pensando también en los antilectores; quienes le acepten o no lo toleren. No conociendo casi nunca en forma personal a las personas para quienes se trabaja, ¿cuáles son en este plano las motivaciones de Sierra?

 V.C.: En esto ocurre, que se escribe por complacencia íntima, casi como una masturbación intelectual. En cuanto a que el vulgo, municipal y espeso no quiera, no entienda, no lea la poesía, queda aplicar la frase evangélica a modo de precepto regular: No se darán margaritas a los puercos.

 En nadie se piensa al escribir, lo mueve a uno la satisfacción de poder expresar en las formas más adecuadas para capturar la belleza del lenguaje, el ritmo de las ideas, los pensamientos significativos, para que comiencen a ser como obra de arte. El recrearse luego con lo creado. Llegar a un tranquilo reposo en donde se pueda con toda la dedicación, pulir la obra y cultivar los vicios, como una manera de escapar a la realidad que a nadie hace feliz. Sólo saliéndose de ella puede uno encontrarse a sí mismo, si eso es lo que le place a modo de entretenimiento.

 L.C.: Nos consta que no tolera las roscas de intelectuales, que a nadie respeta de modo manifiesto. Pero todo lector tiene su autor de mesa de noche, un crítico…en fin, alguien que gusta más que los otros. La Biblia, Safo, Sade, el Kempis, textos como El Derecho de Licurgo o El Derecho de Nacer. Hablemos de libros y autores favoritos.

 V.C.: Mi autor de cabecera si lo tengo, podría ser Nikos Kazantzakis. Es manifiesto el parecido ahora que todo el mundo habla de la película La Última Tentación de Cristo, de la línea argumental con su Cristo de Nuevo Crucificado.

 L.C.: En los sesenta, la gente de Neiva, se sentaba en grupos para leer a los grandes novelistas. Los corrillos comentaban obras como La Sibila o El Enano Negro y se sentía una cierta atmósfera literaria. Hoy, aparte de los universitarios en la especialidad, nadie se interesa por las letras. ¿Sirven para algo los corrillos con pretensiones de intelectuales?, ¿prestan alguna utilidad?

 V.C.: Que la prestan…bueno, la prestan. Con ellos toman cohesión grupos de personas que comparten las mismas preocupaciones y pertenecen de algún modo a la misma familia intelectual. En ese orden de ideas, pienso yo que resultaría conveniente que se reuniesen de nuevo esos cenáculos, esas grutas. Que se pudiera tener a dónde ir, siquiera una tarde en cada semana para oír lo que los demás han producido y a que conversaran con las ideas que entre más locas, ¡son más ideas!

 L.C.: En las épocas de su más crítico aburrimiento, Ángel Sierra Basto, ingenió como pasatiempo mundos prehispánicos, culturas de características imaginarias, toda una historia de América en contravía que por las páginas que de ella conocimos, es uno de los más logrados ejemplos nacionales del realismo fantástico. Los Incas poseían en ella una civilización que tocaba la bioelectrónica, las estatuas de San Agustín eran depósitos de memoria colectiva, las piedras de las construcciones megalíticas se tallaron con sonido… ¿En qué acabó ese trabajo?

 V.C.: En esa época, alcanzaba a las trescientas páginas. Después estuve en Machu Picchu y visité el punto de la garganta, del abismo profundísimo sobre el cual atravesaba el puente de  "luz ionizada" . El aparato sencillamente construido, era una especie de linterna que proyectaba su luz entre una pared del cañón y la otra. El haz luminoso tenía solidez suficiente para permitir el paso de los visitantes al santuario, en el acantilado opuesto, donde comenzaban las gradas cuya presencia a más de quinientos metros de altura sobre el fondo del precipicio, hoy nadie se explica. En la ciudad sagrada, no se trabajaba. Los estudiosos habían encontrado lo que la humanidad de hoy no tiene, necesitándolo con urgencia: Una solución de primera mano para la pobreza absoluta. Las lombrices de tierra, no comen cosa diferente que tierra. Con eso crecen, se reproducen, engordan…por una enzima perfectamente sintetizable que tienen en el aparato digestivo. Usando la enzima elaborada en el laboratorio con medios muy simples, puede uno tomar una garlancha, sacar tierra del patio de la casa en el caso de necesidad para vencer el hambre…sin preocuparse por conseguir plata para hacer el mercado.

 L.C.: Toda una tomadura de pelo a la seriedad de las ciencias convencionales. Cuéntenos un poco más sobre las tecnologías de estas tribus y su historia.

 V.C.: Hablo en serio. Habían llegado a dominar la fuerza de gravedad. Utilizaban para ello discos de oro en los cuales dentro de cajas de diseño especial, se colocaban preparados a base de cenizas de laurel. El laurel tiene características especiales de orden eléctrico; repele el rayo a tal punto que no se registra en los anales de la historia, el caso de un solo laurel que haya sido herido durante una tormenta. Eran discos con capacidad para mover pesos enormes en toneladas, con la fuerza del dedo chiquito, porque el peso desaparecía completamente.

 L.C.: Hace años en nuestra época de minería, aceptamos la comisión de una empresa para buscar en el Caquetá unos sembrados de quina del tiempo de los Caucheros. Trajimos de allá una piedra verde, pulida, cuadrangular, tallada con precisión que tomamos como prueba de la existencia de una ciudad perdida en esa región. ¿Qué pasó con esa pieza?

 V.C.: No hubiera servido de nada publicar el hallazgo. Por eso la piedra está ahora en otra ciudad perdida, la situada en las Vegas del Congreso, conocida también como la Vega del Muerto, en la orilla del río Granates. Ruinas enormes pétreas de arquitectura ciclópea, que están completamente ocultas por la vegetación. Los científicos no han podido encontrarla, porque no la han buscado. A veces tropiezan por casualidad con algo como en el caso de los túneles del Tolima. Para buscar hay que caminar y a los investigadores les pasa lo que al Incora, que no llegan sino hasta donde llega el jeep por la carretera. Llegan hasta donde termine el camino. Luego, se devuelven. Donde termina la trocha termina la geografía de Colombia.

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 L.C.: Todo hombre tiene un sueño por realizar.

 V.C.: El mío es el de llegar a una economía sin dinero. No necesitar de ningún signo para sobrevivir. Conseguirme un José de Arimatea que me suministre todo y así dedicarme a pensar, a meditar, a hacer milagros, en esa tranquilidad absoluta que se necesita para que el cerebro funcione al máximo. Por eso construyo en la finca de la familia, un mirador para esperar con toda calma, vaso de whisky en mano, a que pase de nuevo el cometa Halley, en compañía de mis amigos de otro tiempo, preparando las ideas para el futuro.

 L.C.: La mañana ha pasado lentamente. En el radio de alguna casa vecina, el cantante de un grupo de rock en español, asegura que nadie debe dar su cariño a Pilar, porque ni tiene bicicleta, ni senos grandes y además tiene un niño, lo cual a sus ojos la hace despreciable, en este mundo donde los valores se miden con la marca de la ropa y el número de ceros en la cuenta bancaria. Delante de mí, procedente de una época y un planeta distinto, Ángel Sierra Basto, ante la llegada de unos papeles, comienza a transformarse enfundado en su disfraz de Víctor Cortés Vargas, en el picapleitos de todos los días. El próximo cliente, como todos los que pasan por la poltrona en que se encuentra sentado hablará de su problema laboral, de la cuenta insolventada, de cómo piensa repartirse los hijos con su mujer, pero nunca intuirá, la clase de Ángel que ocupa en esta oficina el trono ancho de cuero sin curtir detrás del escritorio.

 Al pasar los años, la gente descubrirá la trascendencia de su obra, más allá de las apariencias de su reluctancia a aceptar normas y preceptos sociales que le incomodan o del rechazo ajeno a su cáustica consideración de los defectos y prejuicios imperantes. Con la amnistía acomodaticia de una nueva moda, le reivindicarán aún los más acomodados. Le perdonarán quienes hoy le marginan por no haberse decidido a seguir la carrera de magnate o líder político. 

 Por nuestra parte sabemos que sus ojos apagados, siguen abiertos a niveles de belleza que otros son incapaces de percibir. Nos ponemos de pie al final del tinto y ya de salida nos damos un abrazo de esos que corroboran la existencia de los lazos afectivos de tiempos anteriores. Mientras escribo estas líneas, el poeta se repone de una afección cardíaca que a todos tomó por sorpresa. Queremos que estas líneas le lleguen como demostración de nuestro cariño, y nuevo estímulo para vivir toda la poesía nueva que nos tiene prometida.

***

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