Hay situaciones puntuales que tuve la oportunidad de percibir en mi paso por las Zonas Veredales Transitorias de Normalización, ZVTN, que me reafirman en la percepción, cada vez más creciente entre los colombianos, acerca de la única e imponderable oportunidad que se dan con la finalización, gracias al Acuerdo de Paz, del conflicto armado que los ha mantenido en la constante de la guerra y la violencia por más de medio siglo.
Una, es la determinación irrevocable de las Farc – EP, de dejar las armas y asumir la política como la forma de lucha propiciatoria de las transformaciones y cambios que el país sigue demandando en el orden social, político, económico cultural, entre otros, y que dieron origen a su insurgencia como alternativa armada al monopolio bipartidista imperante, cuya incapacidad e insolvencia para asumir unas y otros han sido infructuosas en sus expresiones políticas.
Pues cuanto ha hecho el bipartidismo que irrumpió en la historia de Colombia a mediados del siglo XX, ha sido evolucionar hacia formas más efectivas de afianzamiento y consolidación de su poder, al transformarse en empresas clientelistas y clanes familiares regionales con rótulos de partidos y movimientos políticos para apropiarse, en su beneficio e interés particular, de la dirección del Estado, la administración pública, el territorio, las rentas y presupuestos nacionales y locales.
Con el agravante de la exclusión política y la eliminación del adversario como la vía más expedita para mantener en su provecho, y a contracorriente de la historia y las dinámicas incluyentes de la democracia, el modelo sobre el cual se ha “construido” un país saturado de corrupción, institucionalmente frágil, precario en su aparato productivo, desigual y cada vez más cerrado a la pluralidad y la inclusión política.
Otra, que las Farc–EP, están cumpliendo al pie de la letra lo pactado en el Acuerdo de Paz suscrito con el Gobierno, no obstante el incumplimiento de este en todos y cada uno de los compromisos suscritos por sus plenipotenciarios en La Habana, desde los de orden político, jurídico y legal, hasta los básicos de la provisión oportuna de los campamentos que sirven de asentamiento a hombres y mujeres, en ninguno vi niños ni menores de edad, integrantes de los frentes guerrilleros que cumplen, puntual y solidariamente, el proceso integral de desmovilización y dejación de armas.
Y otra, de cuyo desarrollo y desenlace se registrará históricamente si valió la pena el esfuerzo del fin del conflicto armado, la dejación de armas por la voluntad de paz de una guerrilla revolucionaria que no fue vencida ni sometida, los 220 000 muertos, los 30 000 desaparecidos, los cinco millones de desplazados, las víctimas de todas las condiciones y clases, la postración del aparato productivo, entre tantos males, que dejó una confrontación catastrófica que no puede volver a repetirse.
Me refiero a una realidad viva, dinámica, visible y palpable en las ZVTN; a ese imperativo del desarrollo y efectivo cumplimiento de los acuerdos suscritos entre el Estado, Gobierno y Farc-EP, que es la construcción de la paz desde las regiones; a esa reconstrucción del territorio que fue el epicentro permanente, la víctima propiciatoria del conflicto en todas sus manifestaciones y expresiones más aberrantes, y que aún siguen sin ser resarcido con el tratamiento y recursos que esa especial y dolorosa circunstancia demandan.
Más allá de las 900 caletas, de las armas que depositarán los desmovilizados en los contenedores de la ONU, de los niños y menores en poder de la guerrilla, que no vi porque no existen, cuanto debe avivar el ardor por la verdad de cierta dama columnista de la postverdad, es que las Farc sí están cumpliendo su parte de los acuerdos.
Muy a pesar de que hay zonas veredales, y son muchas, que apenas son una explanada, unas cuantas construcciones inconclusas e inhabitables, en donde las precariedades de todo orden son la regla como muestra inobjetable del incumplimiento del Gobierno.
Y aun así, viviendo en cambuches, sobrellevando con dignidad, solidaridad y convicción irrevocable su determinación de pasar de la confrontación armada a los escenarios de la lucha política pluralista e incluyente de la democracia, anteponen las adversidades e incomprensiones al fin último de la paz para todos los colombianos.
Ojala se les entienda, apoye y garantice ese paso sin los avatares trágicos, genocidio de la UP, que antecedieron otros experimentos para poner fin a nuestra matazón de todos los tiempos entre colombianos.
Publicada originalmente el 11 de mayo de 2017
Poeta y columnista
@CristoGarciaTap