Pocas veces ha quedado el país tan desnudo en sus miserias como en las mil una vueltas que han dado tantos, inclusive algunos de los apellidados de más inteligentes de este país.
Los ataques son tan encarnizados desde todos los lados; las opiniones son tan sorpresivas e insospechadas; la publicidad tan mentirosa y equivocada; las estrategias tan perversas, que el ciudadano común va a tener que hacer un gran esfuerzo para evitar asquearse y que su repugnancia haga que la abstención nos derrote a todos en la segunda vuelta.
La dolorosas razones con las que un hombre como Jorge Enrique Robledo, sin duda un prócer contemporáneo de la política colombiana, desdice de su inteligencia para justificar por qué no votará por Juan Manuel Santos, es de una mezquindad y resentimiento que resultan increíbles; el escandaloso giro uribista de un poeta y novelista tan lúcido para mirar la vida profunda del país como William Ospina, ahora tan maniqueo en sus análisis para mostrarnos el acontecer político del país en el más simplista blanco y negro, nos llena de desesperanza y sobrecogimiento; o la valentía de una mujer tan admirable como la periodista e investigadora Claudia López deshaciéndose en explicaciones para ilustrar su convicción de cómo el presidente Juan Manuel Santos es realmente un hombre digno de poca confianza, pero declarando al mismo tiempo que votará por él, resulta casi un chiste del más pésimo gusto. En verdad, como ya han dicho algunos a propósito de Claudia ¡que por favor no lo ayude tanto! Son tan inteligentes estos admirables compatriotas que llegan inclusive a la orilla impensable de la idiotez.
Y qué decir de la cómica actitud de muchísimos bien y mal pensantes que detrás de los prohombres arriba glosados, navegan en el anonimato o en sus pequeñas o grandes tribunas de sus columnas periodísticas y de las redes sociales dando todo tipo de vueltas justificatorias para terminar aceptando que sí, que finalmente ellos van a votar por Santos, que es el menos malo, que patatín, que pitiflau… como si en verdad la paz fuera una simple treta electorera y no la oportunidad histórica que estamos en el deber de respaldar. Y queda claro que esa opción de la paz en ningún caso está cercana a las preferencias y planes que tienen en la cabeza Zuluaga o Uribe.
¿O es que debemos pensar que para ser en ese caso confiable el candidato uribista debe volteársele a su tutor como lo hizo Santos luego de llegar al poder? Francamente no lo creo.
En cambio, quien sigue dando muestras de una gran claridad y coherencia en sus posiciones y discurso de porqué votará por la Paz, y por lo tanto por Santos, es Clara López. Vaya lecciones las que ha estado dando a hombres y mujeres de este país esta mujer que ha logrado en histórica coyuntura reunir a la izquierda colombiana sin dar bandazos vergonzosos y sin hablar vascuencias (como decimos popularmente en el Caribe colombiano), que signifiquen la toma de posiciones que puedan resultar política ni éticamente censurables. No todo es tan malo ni frustrante.
El que la campaña publicitaria de Óscar Iván Zuluaga haya resultado tan efectiva que logró infundirle carácter a un candidato con una personalidad apagada y más bien gris; ayudado por la vueltas perversas de su padrino, quiérase o no, un maestro de la intriga y de la ofensa, y apoyado por fallas múltiples e indecibles de la campaña de Santos, y de Santos, no significa en modo alguno que el alfil uribista sea en verdad una opción de futuro confiable en el horizonte inmediato de Colombia, ni mucho menos alguien que sea capaz de desmarcarse fácilmente de ese odio político y de esa estrecha visión de país que tiene la ultraderecha que lo patrocina.
Se acerca la fecha indicada. Se estrecha el cerco que nos empuja a una mesa en la que jugamos sin duda nuestra conciencia, pero también ponemos en juego la suerte de muchos colombianos. Es la hora de saber sin sombras duda que, como dice en su columna de El Espectador el escritor Juan Gabriel Vásquez, “El gobierno que llegaría al poder con Zuluaga es, para empezar, el de la intolerancia religiosa… el de las representantes que odian a los ateos, el que celebró los resultados de las elecciones pasadas en la Misión Carismática. Este posible gobierno es también el que no cree y nunca ha creído que espiar a los ciudadanos, por no hablar de los poderes del Estado, sea un delito. Este posible gobierno es amigo de la calumnia como estrategia: las acusaciones sin pruebas de Uribe contra Santos confirmaron del todo su reputación de inescrupuloso, tramposo y marrullero, y son muy inocentes los opositores que creen que no les pasará lo mismo…”.