En el marco de la lógica aristotélica, cuando se pretende solucionar un problema, lo correcto es identificar primero la causa del mismo para formular medidas que tiendan a su eliminación, so peligro de aplicar correctivos impertinentes o inconsecuentes con la realidad objetiva y por lo tanto que no solucionan el susodicho problema.
Frente al paro que afronta Colombia, las marchas y ocupación del espacio público por cuenta de la multitud de manifestantes, los funcionarios del gobierno le han atribuido un rosario de causas que, según ellos, están ocasionando el conflicto: que es por culpa del gobierno venezolano; que es por culpa del Foro de São Pablo; que es por culpa de la guerrilla del ELN; que es por culpa de Petro; y que son los oportunistas saqueadores y demás. Sin embargo, dejan por fuera el principal motivo que tiene a la gente masivamente en la calle.
Es probable que todos esos señalamientos de alguna manera contribuyan a atizar el fuego porque el conflicto tiene causas objetivas, pero también subjetivas, que se alimentan con factores coyunturales y con factores estructurales. No obstante, la lectura sociológica del fenómeno no debe desconocer hechos cuya veracidad ha sido reconocida mundialmente y desde tiempo atrás. Y ahora, para completar el dechado de falacias, están diciendo que se trata de un caso de la “revolución molecular disipada”, algo que, según creo, no se le ha pasado ni por la mente a nadie en Colombia.
Este es un enfoque derivado de una propuesta de filósofos franceses que los nazis chilenos han tergiversado. De hecho, vino a Colombia de la mano de uno de ellos, quien, mediante una interpretación torcida y fantasiosa de dicha teoría, envenenó a Zapateiro y a la Policía. Lo anterior diciéndoles que la protesta es una estrategia de esta revolución, por la cual los uniformados salieron a la calle encarnizados a frenar la supuesta y falaz toma del poder que pretende instaurar el sistema socialista, profundizando la ignorancia sobre el espontaneismo de las masas y la dinámica de los jóvenes; consecuencial del descontento acumulado durante tres décadas de neoliberalismo y exacerbado por la pandemia del último año. Lo que el pueblo colombiano pretende es el desmonte del modelo neoliberal, lo cual es viable siempre que el congreso dicte las leyes pertinentes.
La explosión social presente es una crónica anunciada. Internacionalmente lo advirtió Soros en los años noventa, y Stiglitz y Hagens en este siglo, entre otros. En Colombia varios comentaristas de prensa y columnistas también lo habían anunciado en periódicos como El Espectador o, para no ir más lejos, en varios artículos publicados en el diario El Liberal de Popayán (el 3 de noviembre de 2005 con el título Jugando con candela, o el 18 de septiembre de 2008 en una columna titulada Comienzo del fin, en cuyos textos se auguraba la protesta social como efecto de las políticas neoliberales).
La principal causa objetiva de la explosión social que vive el país es el descontento acumulado durante treinta años, ocasionado por el modelo neoliberal que desde esa fecha rige en Colombia, el cual contiene, entre otras características, una política macroeconómica que propicia el desempleo y la privatización de los bienes públicos que, además de abrir las puertas para el desboque de la corrupción, ha traído la disminución de la capacidad adquisitiva del salario y con ello la pobreza, que el Dane anunció en 42 % de la población con un extremo de miseria de casi 8 millones de personas. También tiene dicho modelo una política social mezquina basada en el asistencialismo y la focalización y en general, un vacío del Estado en la satisfacción de las necesidades humanas, sumados y agravados con los efectos de la ideología de la posmodernidad que ha propiciado la descomposición familiar y destruido el amor filial, gestando una generación sin afecto que se expresa mediante comportamientos rebeldes e irreverentes y que hoy explotó por el florero de Llorente de la pandemia y sus efectos sociales vividos en el último año.
Los daños acumulados de las políticas neoliberales, han gestado una juventud que ya no se resigna como los de la generación anterior. Los muchachos que hoy protestan son nacidos después de 1989, fecha en que se instauró el Consenso de Washington, de modo que toda su vida han estado recibiendo el azote de las políticas neoliberales y no han tenido ni un instante el capitalismo clásico con el Estado del bienestar, que existió hasta 1980 y que le tocó a la generación anterior resignada y conforme.
Si no se reconoce que el modelo neoliberal existente desde hace tres décadas, impuesto para complacer los apetitos del capitalismo financiero internacional, debilitó la estructura de financiamiento del Estado —limitando la intervención del organismo en la solución de las necesidades sociales y con ello disparando la descomposición social debido al desempleo y la pobreza—, no será posible encontrar la solución al problema del conflicto sociopolítico que arrastra violencia en sus múltiples manifestaciones y no permite la convivencia armónica de la comunidad nacional, por lo cual se hace indispensable que el gobierno acierte con objetividad y sin sesgos politiqueros, en la precisión de las causas de la protesta.