Mientras estaba elaborando este escrito el número de personas contagiadas ha aumentado exponencialmente. Mi intención no es extenderme en el problema ni en sus causas, porque tiene bastante cubrimiento informativo por todos los medios. Antes que nada, debo aclarar que considero que es una situación bastante preocupante y que todas las vidas que se pierden son igual de dolorosas, no importa el país donde se encuentre ni la edad. Sin embargo, considero que es primordial realizar algunas apreciaciones, no para el presente sino para el futuro, que nos deja el COVID-19.
Primeramente, debemos entender como raza humana que estamos interconectados, hace 200 años hubiera sino inimaginable que un virus que apareció en una provincia de China, llegara en menos de 5 meses a más 200 países, causando más de 1 millón de contagios y miles de muertes. Por esta razón, todas las decisiones que tomemos en este momento, no tendrán una repercusión local, sino global. Cualquier medida que se realice o que se deje de ejecutar, puede tener impactos en múltiples lugares y con consecuencias incalculables.
Queda absolutamente claro que la salud no es un negocio y no debería manejarse como tal, debe ser un derecho como está estipulado en la constitución del 91. La situación que vivimos hoy en día es inédita para todas las personas de esta generación, pero nadie nos asegura que será la última. Por otra parte, el COVID-19 es la prueba reina de que nuestro sistema tiene múltiples fallas tanto en cobertura como en calidad. No existe una estrategia de medicina preventiva por parte de los operadores de la salud y las directrices políticas, las cuales en muchos casos han sido tardías y lo único que han causado es incrementar las consecuencias de esta pandemia. Pareciera que estamos en la divina comedia de Dante en la cual, cada vez que pasa más el tiempo, nos sumergimos en un círculo más profundo del infierno, con imágenes cada vez más apocalípticas.
Hay que mencionar, además que nos da una lección acerca del trabajo y las precarias condiciones laborales colombianas; mes tras mes los políticos se dan un festín con las mediciones que realiza el Dane, parámetros ajustados para esconder el difícil panorama nacional. En los últimos meses hemos estado viendo un aumento en los empleos informales, que son parte importante de la fuerza laboral colombiana. Sin embargo, son trabajos sin garantías que dejan a la población totalmente expuesta ante cualquier imprevisto. Debemos repensar cómo podemos vincular a esa población vulnerada por las condiciones laborales del “mercado” y eso sin hablar de la población que no tiene acceso, que en gran parte se compone de jóvenes y personas mayores que según los arquetipos no tienen mucho que aportar. ¡Qué equivocados estamos!
También nos da una lección acerca de los presos, personas que durante muchos años han sido relegados al ostracismo de la sociedad, pero se vuelve fundamental cambiar esos paradigmas y entender que son parte significativa de ella. Partiendo desde una visión humanista y de entender que a pesar de los errores también tienen derecho a vivir en condiciones dignas. Por otro lado, dicha población debe ser tenida en cuenta en el aparato productivo, debido a que se podrían generar productos e ideas compatibles con el desarrollo sostenible. Igualmente, el tiempo que pasen en aislamiento debe ser enfocado a vincularse en actividades productivas que les sirvan en un futuro y no reforzar actividades delictivas en condiciones inhumanas, que lo único que dejan son números rojos y el sinsabor de no saber cómo actuar sin un arma en la mano.
Todavía cabe señalar que nos da una lección acerca de los animales y la crisis climática que se avecina, estamos en este mundo como resultado de la evolución, pero podríamos estar firmando nuestra extinción por la insensatez de nuestras acciones. Es crucial concientizarnos de que el mundo no necesita de nosotros, pero nosotros sí del mundo. Por consiguiente, deberíamos cuidar nuestros recursos como nuestros ancestros, que tenían perfectamente claro el papel y la importancia de la naturaleza en sus vidas. Sé que hay muchas personas preocupadas por la economía y tienen razón. No obstante, si la economía va mal, va a ser un problema gigante; pero si el mundo va mal debido a la crisis climática va ser la extinción para nuestra especie y muchas otras. ¿De qué nos sirve explotar día a día nuestros recursos materiales, acabar vertiginosamente con el planeta, si llega un pequeño virus y no podemos garantizarle ni un respirador a nuestros abuelos?
En la crisis inmobiliaria del 2008, muchos fueron los afectados en ese momento y hubiera sido un momento ideal, para retomar las cosas de otra manera, mucho más amigable con el medio ambiente y más conscientes de nuestras debilidades. Sin embargo, lo único que hicimos fue aumentar nuestras emisiones y actitudes depredadoras hasta puntos desconocidos. Como dice Naomi Klein: “En el momento que necesitábamos aminorar la marcha y apreciar los cambios sutiles que nos está indicando que algo falla gravemente, hemos pisado el acelerador; representando el nivel de desconexión profunda con nuestro entorno y con nuestros semejantes”.
Hemos estado tan ensimismados en una visión antropogénica del mundo, tal y como si fuéramos unos reyes protegidos por su castillo y nunca nos fuera a tocar ningún enemigo. El COVID-19, como lo bautizó la ciencia, es una prueba más de nuestra fragilidad como especie. Un enemigo silencioso e invisible a nuestros ojos y que nos ataca a todos por igual, sin distinción de raza, color y fronteras. En este momento, tenemos otra oportunidad de unir esfuerzos y entender que estamos en un mundo interconectado, agonizante y del cual dependemos. Sé que muchas personas han hecho un esfuerzo gigante al no salir de sus casas para proteger a su familia ¿Por qué no hacemos lo mismo para proteger nuestro único hogar y el desarrollo de las futuras generaciones? Espero que podamos superar esta crisis conjuntamente y que las lecciones que nos queden, sirvan para darle otro sentido y rumbo a nuestra historia. Finalmente, si seguimos como siempre, será un panorama estremecedor como el que pintó El Bosco en el Jardín de las delicias, cerrándose el ciclo de la humanidad.