Las valientes lecciones de la familia Restrepo Arizmendi

Las valientes lecciones de la familia Restrepo Arizmendi

Santiago y Andrés desaparecieron en Quito en 1988. A pesar de todo, sus padres no desfallecieron ni recurrieron a la violencia. Un aprendizaje para estos tiempos convulsos

Por: David Alejandro Dávila coral
septiembre 15, 2020
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Las valientes lecciones de la familia Restrepo Arizmendi
Foto: Twitter @FrestrepoPedro

Después de conocer el asesinato de un ciudadano en Bogotá a manos de la Policía Nacional, la ciudadanía se volcó a las calles indignada a exigir justicia y una reforma a este órgano de control estatal. Desde cualquier punto de vista, la reforma de la institución es un pedido hoy más necesario que nunca; sin embargo, lo que nos encontramos es que muchos, lejos de exigir con altura, se desbordaron en violencia. El saldo trágico fue otros diez ciudadanos muertos y más de doscientos heridos en una cruenta noche de enfrentamiento frente a la institución de uniforme verde oliva.

En las redes sociales los más altivos usuarios empezaron a publicar sin ningún reparo “que se incendie todo”. Así desde la furia y la arrogancia detrás de la virtualidad, y desde esa comodísima cobardía de las redes, los que exigen un nuevo país en paz y respetando el derecho a la vida alientan abrasar y matar policías en el mismo sentido del discurso del opuesto político que tanto critican y que tiene un fin, justificar "buenos muertos".

Desde las mismas redes los incendiarios líderes políticos tuitean y escriben mensajes sin parar, exhortando a los incautos fanáticos a ser carne de cañón contra ese estamento violento y errado, pero que contra un ciudadano indefenso no va a errar un golpe mortal. En esa violenta arremetida incitada desde la virtualidad al fin y al cabo los únicos que tenemos que perder somos los civiles, que estamos muy en desventaja contra ese excesivo poder que les da la permisión legal de violentarnos a su antojo y mucho más si se sienten provocados.

Ante estas maneras de proceder y de alentar, solo puedo decirles que por favor y por los suyos no volvamos a ser los bobos útiles en una guerra que se levanta desde las redes, que beneficia fines políticos de unos pocos y que como en tiempos pasados se vuelve a incendiar. Como narró Fernando Vallejo, la cosa pudo ser así:

Hoy los conservadores quemaban a Rionegro; mañana los liberales quemaban a Marinilla. Él lunes los conservadores quemaban a Puerto triunfo; el martes los liberales quemaban a Puerto salgar, la pelota de fuego saltaba de un lado a otro de la montaña, de orilla a orilla del rio. Como el gobierno era conservador, la policía les daba garrote a los liberales. Más para unos y para otros, salir de noche por una carretera era morir: si en una curva no esperaba al viajero la muerte conservadora, su copartidaria, en la siguiente lo esperaba su enemiga, la muerte liberal. (Los días azules, 1985)

No pierda su vida ni menos la tranquilidad de quienes lo aman por un impulso de odio. No se deje contagiar de los cómodos que arengan desde su celular impulsándolo a un camino sin retorno. De hecho, para que me hagan caso les dejo una tristísima pero valiente historia que algunos conocerán:

En Ecuador, hacia 1984, elegían como presidente al ingeniero León Febres Cordero Rivadeneyra, uno de los más grandes representes del partido social cristiano, la icónica agrupación de derecha del país vecino. Para ese entonces, la familia Restrepo Arismendi —conformada por Pedro (papá), Luz Elena (mamá), Carlos Santiago, Pedro Andrés y María Fernanda (hijos)— vivía feliz, llevaba una existencia sin problemas y apoyaba con entusiasmo la campaña de León, buscando preservar la libertad y el orden que el candidato por sus inclinaciones políticas en sus discursos aseguraba.

Sin embargo, la vida de la familia Restrepo Arizmendi cambió en 1988. Un día los hermanos varones, luego de dejar a su hermanita al colegio y mientras iban en camino a recoger a uno de sus amigos, fueron detenidos en un retén policial por no tener la licencia de conducción. Después de esto, fueron llevados al CDP de Quito y nunca más aparecieron. Según versiones de agentes del SIC-10, el órgano policial del momento creado por el gobierno de León Febres Cordero para reprimir grupos subversivos pero también involucrado en graves violaciones de derechos humanos, los hermanos fueron torturados por agentes.

Sin embargo, no solo pasó eso, en medio de la detestable acción Santiago murió producto del ahogamiento que le causaron poniendo una bolsa con gas lacrimógeno en su cabeza; y probablemente Andrés, por ser testigo de los hechos, también fue asesinado. Más tarde, los cadáveres fueron lanzados a la laguna de Yambo, ubicada en la provincia de Cotopaxi, a más de dos horas de viaje en carro desde Quito. Si bien se han realizado varias búsquedas para encontrar los cuerpos, estas han sido infructuosas.

Todo esto se supo por la incansable búsqueda por la verdad de sus padres, quienes protestaron sin cansarse durante más de treinta años, todo con inteligencia y fuerza, sin violencia. El camino de Pedro Restrepo en estas décadas de lucha en un país que no es el suyo y en el que unos cuantos se atrevieron a gritarle guerrillero y narco solo por exigir justicia ha sido de admirar. Desaparecieron a sus hijos y la policía intentó hacer pasar el caso como un accidente; no obstante, él y su esposa no lo aceptaron y se pusieron a investigar, obteniendo día a día nuevas pistas.

A pesar de los años de incertidumbre, ellos nunca se rindieron, tampoco buscaron pagar con la misma moneda ni mucho menos agredir a alguien por más daño que les hubiesen hecho. Don Pedro, Luz Elena Arismendi y María Fernanda son el símbolo máximo de esa lucha que de a poco ha dado sus frutos. Durante más de veinte años, todos los miércoles, en la plaza grande de Quito, frente a la Presidencia de la República, ellos salieron con la foto de sus hijos a protestar y a exigir que se les diga la verdad.

Hoy, a pesar de todo lo que ha pasado, la memoria de sus hijos asesinados por policías no ha quedado en el olvido. La Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado ecuatoriano por la desaparición de los hermanos Restrepo y el 20 de mayo de 1998 se firmó un acuerdo de solución amistosa, propiciado por la comisión y conforme al cual el Estado ecuatoriano aceptó su responsabilidad sobre los hechos. También varios de los agentes de Estado fueron condenados; en 1994 se dictaron 16 años de prisión al sargento Guillermo Llerena y al agente Camilo Badillo, como autores materiales, y se condenó a 8 años al coronel Trajano Barrionuevo y a los tenientes Doris Merchán y Juan Sosa por complicidad.

Hoy el caso no ha sido resuelto en su totalidad, pues falta mucha más información para aclarar responsabilidades y encontrar una verdad reparadora, además de los restos de los hermanos; sin embargo, como enseñanza de los Restrepo nos queda que protestar y exigir justicia tiene que ser prioridad, pero sin generar más odio, sobre todo en un país en donde si la paz y la reconciliación no empiezan por nosotros mismos nunca se van a lograr desde las peroratas de un político.

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