Es un lugar común afirmar que el mundo vive una urbanización a escala planetaria, con todo lo que eso implica; Colombia no es la excepción, cerca de un 70 % de la población vive en ciudades grandes o intermedias, sin dejar de lado que no es lo mismo vivir en las urbes en los años 70, en medio de un modelo industrial de sustitución de importaciones, que vivir hoy en ellas en medio de los complejos digitales, los virtualismos y la globalización en plena marcha.
Las vidas son inseguras en las ciudades de hoy. Las oportunidades que se pintan desde afuera para mudarse a los centros urbanos son simple espejismo para grandes mayorías, ¿empleo, educación, salud, acceso a bienes de consumo?, si, si hay, para quienes puedan pagar su estadía en la ciudad, que pueden estar entre un 5 y un 15 por ciento de la población ¿y el resto cómo vive? Malvive, por eso especialmente las metrópolis están llenas de anomias y se estimulan comportamientos depredadores y poco cívicos.
Una tensión observable a simple vista en las ciudades colombianas es el contraste entre las agendas de reconversión y patrimonialización urbana que se agencian desde megaproyectos para modificar la “estética y la economía de la ciudad” y los crecientes procesos de segregación en las márgenes populares a nivel residencial, social, étnico, cultural, económico y político. La gobernabilidad urbana está traída por una lógica de proyectos urbanos vinculados a regímenes de gentrificación, que obedecen al interés de ampliar las tasas de acumulación de capitales, más que a un sentido del buen vivir que involucre al conjunto de la población y a las diversas ciudadanías.
La tendencia es a una fragmentación social y espacial de territorios, comunidades y regiones urbanas. Muchas de las políticas implementadas están determinadas por la improvisación política y administrativa, en la que los tecnicismos vacíos predominan; por esa razón las ciudades son el escenario del gran conflicto del siglo XXI, su desorden territorial, su ingobernabilidad, su inseguridad, corresponden a un orden de exclusión y violencia acumulada por lo menos en unos 60 años; por esa razón no se vive bien en ellas, cada esquina tiene un dueño o varios que se la disputan; se vive una verdadera confrontación por apropiarse del suelo urbano para múltiples usos y estilos de vida.
Mientras tanto el territorio urbano se depreda ecológicamente; destruimos nuestros referentes de sostenibilidad vital mientras, alelados con las cosas y la construcción de la ciudad como cosa, hablamos de urbes inteligentes y del cambio que trae el último megaproyecto construido al debe de la banca internacional; es decir, mientras nos endeudamos para enlucir la urbe de mostrar. La gran fragilidad ecológica y la creciente escasez de recursos energéticos y de subsistencias precarias para las mayorías, nos acecha.
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Hoy afrontamos la crísis del Antropoceno
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Hoy afrontamos la crísis del Antropoceno o la era geológica en la cual el ser humano ha afectado gravemente el clima y la biodiversidad a partir de la rápida acumulación de gases de efecto invernadero, ocasionando daños irreversibles generados por el consumo excesivo de recursos naturales, tiene huellas ecológicas críticas, especialmente en los territorios urbanos. Nos hemos armado un vivir centrado en el productivismo y el consumismo desaforado; por esa razón hemos contribuido a generar desequilibrios graves que afectan la vida toda en el planeta. La movilidad, la alimentación, la interacción instrumental con los entornos naturales y el abuso con las tecnologías, en unos pocos siglos nos han dado el penoso galardón de especie depredadora.
El problema es que hemos considerado sin más la naturaleza, no como nuestro propio entorno y condición de existencia de la vida, si no como un simple recurso del que nos apropiamos; al creernos dueños de la vida toda, hemos fracturado la relación vital entre la naturaleza y la cultura, entre el ser humano y el reino animal, entre lo físico y lo relacional, entre el espíritu y el cuerpo, entre las tecnologías y nuestras propias responsabilidades como especie.
Las tareas pendientes son muchas y se demanda gran imaginación y carácter para avanzar en las rectificaciones que implicarán por lo menos, reformar la institucionalidad ambiental existente, redefinir el ordenamiento territorial y los usos del suelo, ampliar y consolidar sistemas de áreas protegidas, fortalecer la gobernanza del agua y la descarbonización de nuestra atmósfera a través de cambios en la matriz energética. Estos desarrollos implicarán transformaciones fuertes en nuestros modos de vida y en la forma de relacionarnos con nuestro propio territorio.
En ese contexto, urge una política de ciudad sostenible que implicará el referente de la rectificación urbana, como un factor para lograr un nuevo paradigma de gestión y gobernanza ambiental. En el campo de las ciudadanías tenemos tareas que pueden ir ayudando a construir plataformas de mayor sostenibilidad a partir de prácticas concretas que en ningún caso renuncian al ejercicio de incidencia política para que los poderes públicos y privados rectifiquen las prácticas que ponen en riesgo la vida:
- Despavimentar y resembrar nuestros vecindarios.
- Promover las huertas urbanas como factores de seguridad y soberanía alimentaria.
- Fortalecer nuestros bosque urbanos con cuidado y ampliación de los tejidos arbóreos.
- Descontaminar nuestros ríos, humedales, nacimientos y aguas subterráneas.
- Reciclar con mayor dedicación y cooperación.
- Disminuir el consumo de productos contaminantes y enemigos del medio ambiente.
Fortalecer la movilidad no contaminante, como la caminata y el uso de la bicicleta.Potenciar la tenencia responsable de mascotas y prevenir el comercio de especies. - Impulsar la relación armoniosa entre habitantes urbanos y campesinado, entre la ciudad y regiones aledañas
- Fomentar prácticas de salud integral, preventiva y alternativa, ejerciendo la corresponsabilidad y el parentesco ampliado a todas
- las formas de vida.
En lo concreto, se trata de hacer camino en la tarea de guardar la vida y potenciarla.