En lo relativo a esta pandemia, sobra mencionar las cifras de infectados, reinfectados, afectados, asintomáticos y demás, habida cuenta de que los medios oficiales y oficiosos atiborran sobremanera al respecto, incluidos los pormenores de los así denominados protocolos de bioseguridad, los cuales, según he podido apreciar, están plagados en no pocas ocasiones por mitos pseudocientíficos que no resisten un análisis serio. Ahora bien, esto no debería ser motivo de sorpresa cuando los ponen en práctica instituciones en las que suele faltar las más de las veces un sólido conocimiento científico al respecto. Pero, ¿qué cabe decir cuando se aprecia el mismo fenómeno en el seno de las universidades y otras instituciones educativas? Para colmo, hasta en facultades de ciencias e ingeniería, se han visto unas memeces de padre y señor nuestro al respecto. Vayan unos cuantos ejemplos a continuación.
Primer ejemplo: el uso de los termómetros infrarrojos en las porterías para dizque controlar el acceso de personas infectadas por el coronavirus. Bueno, sencillamente, sucede que un termómetro, como bien se sabe desde la termodinámica, está hecho para medir la temperatura, no para detectar virus. Así las cosas, un termómetro no permitirá detectar los casos de personas asintomáticas. Empero, cosa curiosa, en las universidades han hecho uso de estos adminículos sin para mientes al respecto, una situación harto sospechosa que amerita poner en curso procesos de auditoría en materia de gastos superfluos. Para colmo, en el correo institucional de la Universidad Nacional de Colombia, la que pasa por ser la primera universidad del país, no he visto el primer mensaje que advierta a este respecto. En suma, los empresarios que venden estos trastos deben estar felices por poder salir de sus stocks.
Segundo ejemplo: el cacareado criterio de los dos metros para cuestiones de distanciamiento social. Por desgracia, este criterio data del año 1897, momento en el cual se estableció con el fin de procurar salirle al paso a infecciones causadas por bacterias. Empero, los virus son otra cosa. De este modo, hace poco tiempo, en agosto del año pasado, vio la luz en un medio científico británico, British Medical Journal, un estudio en el que sus autores recomiendan ampliar tal distancia de cara a esta pandemia. Propiamente, tres metros. Con todo, aún seguimos viendo en los mentideros universitarios el criterio de los dos metros, por lo que cabe preguntarse lo siguiente: ¿No han reparado en la existencia de dicho artículo en nuestras universidades y academias? En todo caso, no he sabido del primer correo universitario institucional que advierta a este respecto. Es el colmo.
Tercer ejemplo: la obsesión por tratar de retornar a las actividades presenciales postulando la posibilidad de una era poscovid. Ahora bien, si algo está muy claro a la luz de lo dicho por una miríada de expertos en lo relativo a epidemias y pandemias es el hecho que este virus llegó para quedarse y que cabe temer la llegada de otras pandemias aún peores. Quizás debamos acostumbrarnos a sobrellevar este virus por el estilo de como venimos durante la siguiente década. En otras palabras, es una quimera postular una era poscovid, esperanza vana que tan solo demuestra el carácter esquizoide del mundo universitario y educativo en general, entre otros sectores.
Cuarto ejemplo: el síndrome del Titanic. En concreto, en un intento desesperado por crear una ilusión de actividad presencial, de "vida" universitaria, se ha visto desde hace meses un despliegue enfermizo por acometer obras de "adecuación" no precisamente pertinentes, Para muestra un botón, en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia transcurre en la actualidad un "proyecto" para cambiar lámparas por doquier y otro para acopiar el agua de lluvia. No obstante, ¿qué sentido tiene cambiar luminarias por aquí, por allá y por acullá, en aulas y oficinas vacías, si un virus que llegó para quedarse ha puesto en jaque a toda una civilización? Sencillamente, esto se parece en grado sumo a la obsesión pertinaz de la orquesta del transatlántico Titanic, la cual insistía en seguir tocando mientras el gran navío se hundía en las gélidas aguas del Atlántico norte, como si la fiesta pudiese continuar. Pero, por desgracia, la fiesta se acabó.
Quinto ejemplo: la promoción pertinaz de las campañas de vacunación. Acera de esto, llama la atención que el correo institucional casi no trae información que las ponga en duda. En el caso de la Universidad Nacional de Colombia, menos mal, alguna lucidez se ha visto en lo que a esto concierne por parte de algunos docentes de la Facultad de Medicina, como es el caso de la profesora Gabriela Delgado. Por lo demás, de lo que no suele haber noticias en los correos institucionales es de lo advertido por los intelectuales antisistema, como, por ejemplo, el peruano Miklós Lukács en su canal de YouTube, quien advierte de forma insistente sobre la espada de Damocles que pende sobre la humanidad en la forma del Gran Reinicio pergeñado por el Foro Económico Mundial, esto es, el reducido club de los dueños del mundo, del cual una de sus componentes, de acuerdo por lo señalado por Miklós, son justamente las vacunas de marras.
Y cabe añadir más ejemplos que muestran a las claras que las universidades colombianas no se ajustan en modo alguno a la lúcida definición de universidad brindada por José Ortega y Gasset: la inteligencia como institución. En estas condiciones, en relación con esta pandemia, los flamantes protocolos de bioseguridad, como ilustran los ejemplos antedichos, están plagados de mitos y creencias pseudocientíficas de dudosa jaez, por lo que, a duras penas, no pasan de ser meros paliativos frente a una pandemia mal manejada en extremo en este país.
* Profesor Asociado con Tenencia del Cargo, Universidad Nacional de Colombia.