En un país cuyo futuro se orienta al precámbrico, la educación universitaria se yergue como la más grande de las resistencias. Nos dirigimos al precámbrico cuando despreciamos el conocimiento y llevamos a las nuevas generaciones al fondo de los socavones y a la devastación de nuestra megadiversidad. Nos dirigimos al precámbrico cuando en lugar de invertir en educación: investigación, extensión y maestros; permitimos que los gobiernos de turno inviertan el fruto del trabajo de todos los colombianos en armas, y en formación de hombres en tácticas de violación, asesinato, despojo y desplazamiento.
Las universidades del país, todas, las públicas y las privadas, están obligadas hoy a tomar partido: se alinean con el abandono del saber para hundir en la angustia a familias y jóvenes que optarán por la miseria, la minería o la guerra; o levantan su voz en reclamo de los recursos para formar nuevas generaciones de investigadores, filósofos, artistas, humanistas, científicos, tecnólogos y técnicos, en todas las áreas. No hay tiempo para la duda, o la fe en un futuro que abandonamos y dejamos, por tanto, en manos de los amos de la guerra.
Las universidades del país hoy tienen la obligación de invertir sus recursos en beneficio de los estudiantes, y por tanto, de los docentes. Es menester una actitud altiva y generosa con las nuevas generaciones que lleve a los consejos universitarios a reclamar el presupuesto necesario para que las condiciones educativas sean, ya mismo, las más óptimas tanto en regiones afro, como en territorios indígenas, o mestizos. No caben, en esta urgencia, clasismos feudalistas que se contenten con una manotada de burgueses en Harvard. Las universidades colombianas tienen que ponerse la mano en el corazón sentipensante que hemos venido formando con tantos y tan valiosos pensadores latinoamericanos.
Los docentes son y deben ser un interés prioritario para los consejos superiores universitarios. No hay tiempo de jugar a castas entre colegas. No hay lugar a desprecios que sirvan de base para el éxito y enriquecimiento de tres gatos. Por eso, una de las tareas urgentes para las universidades, sus consejos, facultades y departamentos es la de reconocer el valor de los docentes a quienes han mantenido sometidos al empobrecimiento por más de tres décadas, los catedráticos y ocasionales; incorporarlos a la estructura de bienestar y con ellos fortalecer las universidades que son el nicho de transformación de un planeta que se nos hunde, se incendia o muere de violencia estatal.
Invito a los profesores universitarios en posiciones administrativas a asumir su lugar histórico. Los invito a llevar a estas nuevas generaciones de jóvenes a la posibilidad de aportar a sus regiones saberes procedentes de la investigación y la reflexión profunda. ¡Conmovámonos con la vida!