Nunca en la historia como en este inicio del Siglo XXI el saber debería ser más importante que cualquier cosa, pero no lo es. Cada vez parece más cierta la tesis del decir popular que reza: “quien sabe sabe y quien no es jefe”. Se ha configurado en la actual sociedad una suerte de cultura del poder económico o político ajena al saber, a la academia, a la ciencia y a la intelectualidad.
Las nuevas élites ostentan el poder político, económico y social cada día más divorciadas de la sociedad del conocimiento. La configuración de una cultura instrumental y estratégica del poder y las oportunidades, del dinero fácil y rápido por vía ilegal como de los intercambios mercantiles ilícitos, o con el uso del poder público para convertir en patrimonio privado los recursos de la sociedad. Las dos estrategias juntas, en esta región y ciudad han tenido ejemplos brillantes. Si hay algo que no se necesita para tener dinero y poder es ser profesional facultativo en una disciplina del saber. Gobernantes con escolaridad precaria, una vez que son ungidos en sus cargos se hacen llamar “doctor”, tanto por los miembros de su séquito, como los sumisos ciudadanos que de ellos esperan sus favores.
La universidad actual en su línea de negocios tiene un mercado cautivo y seguro donde su éxito financiero es infalible. Universidades públicas y privadas ofrecen diplomados (llamados también cursos de profundización) con carácter obligatorio a docentes y estudiantes. Los maestros con sistemas de contratación precaria como ocasionales u hora cátedra, ponen en riesgo u permanencia en la institución si no compran esos programas. El caso de los estudiantes es más perverso. Las universidades suelen conmutar la realización de una tesis de grado, trabajo ideal para la formación investigativa y creativa de un nuevo profesional, por un costoso diplomado (3.5 salarios mínimos) realizado en unos tres meses o menos, donde repiten, profundizan o subsanan parte esencial de la formación disciplinar que debieron recibir en el pregrado.
Uno de los mercados más apetecidos para toda esta suerte de programas, diplomas o títulos de escaparate es el sector educativo básico y medio. Todas las universidades ofrecieron títulos, aún aquellas que nada tenían que ver con lo pedagógico; y los maestros, para obtener los puntos que necesitaban, compraban lo que fuera con tal de llevar el certificado al expediente de escalafonamiento docente. Qué extraordinario mercado tuvieron las universidades todas, públicas y privadas, convirtiéndose en auténticos supermercados de títulos, al tiempo que vulgarizaron y empobrecieron a la educación.
La Universidad entró en el juego y se hizo empresa, haciendo del conocimiento y los saberes instrumentos de negocio, jugando con las ilusiones de incautos jóvenes aspirantes a reivindicar su existencia con un título profesional. De nada les sirve. Difícilmente consiguen trabajo, y si lo encuentran no siempre será para desempeñarse en lo cual se malformaron.
La universidad se transformó en un negocio, que para el caso de las privadas es más rentable que el mismo narcotráfico, pero legal. Las dos universidades, la pública y la privada, se han convertido en una suerte de “supermercados de títulos”, haciendo de la oferta educativa un amplio abanico de aparadores con infinidad de programas. Títulos de pregrado, posgrado y todo clase de diplomados y cursos vacacionales o de verano, sin que eso atienda o tenga vinculación con el desarrollo de la sociedad o con la misma reivindicación de quien lo compra. A no ser que le sirva para justificar su permanencia en un cargo dentro de las mismas universidades.
De hecho la Universidad de estos días está tan de espaldas a la sociedad, tan desconectada de la cultura ciudadana y totalmente divorciada de las necesidades de la población donde está inserta, que está formando justo “los profesionales que nadie necesita”. Es de lo más impertinente que pueda valorarse. Todos los garajes de la ciudad, incluidas las dos universidades públicas, egresan profesionales en los diferentes tópicos de la Administración y ésta bien puede ser la ciudad y sociedad más mal administrada sobre la faz de la tierra. Todas estas empresas de garaje ofrecen programas de Derecho, egresando abogados a granel para una ciudad que a duras penas los ocupa como tramitadores, en una sociedad anómica e irrespetuosa de la ley por antonomasia.
Pero ¿Por qué tantos abogados, tantos administradores y contadores se titulan año a año en Cúcuta? ¿Qué se ponen a hacer? ¿En qué se ocupan? Con seguridad la mayoría de ellos en otras cosas muy distintas a las facultades o supuesta idoneidad que les confiere el título. Sin embargo, parece que el asunto es puramente económico, pues las universidades ofrecen esos programas porque son los menos costosos. No necesitan más que “tiza y tablero”, aulas y verbo venteado, porque ni lectura seria hacen. No necesitan laboratorios, tampoco talleres, mucho menos proyectos pedagógicos productivos, nada, a lo sumo un video beam con un maestro mal pagado; por eso los inscriben por cientos y así mismo los egresan.
Finalmente, habría que reconocer que si bien es cierto la universidad privada es un negocio, es una empresa, y como tal se comporta. Su misión no es formar ciudadanos y profesionales de calidad para el desarrollo de una región, sino hacer dinero con la venta de sus programas y títulos. Pero, que las universidades públicas (que sí están obligadas a transformar y construir sociedad) hayan abandonado su misión al corromperse, desarticularse y empobrecerse académicamente no tiene perdón de Dios, como dirían las abuelas. Sin contar que ninguna de las dos universidades públicas de la región calificaron entre las 30 primeras del país, encargadas de atender los becarios del Gobierno Nacional.
Tomada de cucuta7dias.com