Alfred Wegener, quien era meteorólogo y no geólogo, postuló la teoría de que la Tierra hace millones de años estaba formada por una sola placa continental, a la que llamó Pangea. Se atrevió a postular una teoría en el campo de la geología. Por supuesto, los “expertos” de su época no le prestaron atención, sólo unas décadas después su teoría fue aceptada de manera sólida, firme, como lo era Pangea.
El anterior es solo un ejemplo, de muchos en la historia de la ciencia, de que con frecuencia el avance viene de parte de los no expertos. Celebro a aquellos que si bien, están alfabetizados en un área de conocimiento, aún conservan la intuición y creatividad que en el experto tantas veces vemos extintas, marchitas.
¿Pero a qué obedece esto? Quizá el experto caiga en el error de la liebre de la fábula de Esopo. Al igual que la liebre, el problema es de arrogancia, talón de Aquiles de no pocos en el ámbito académico, en el que cada quien se asume como amo y señor de su nano-cosmos conceptual, producto ya terminado, que poco tiene por aprender de espacios externos a lo académico. Quizá llegar al grado de experticia, por el camino de “la academia”, implica recorrer senderos demarcados por el estudio de las tradiciones teóricas, en detrimento de un pensamiento crítico y de una visión práctica.
De seguro se ha dicho una y mil veces, y debe seguirse diciendo: la “academia”, las universidades, como lugares a donde se va con la esperanza de convertirse en experto, deben replantearse el tipo de profesional que desean formar, puesto que están dejando de lado el desarrollo de la creatividad, la capacidad de innovación y de solución de problemas prácticos.
Pero en realidad el académico, el profesor universitario, es una especie de prisionero, por una parte, es preso de su propio ego, pero por otra, también es alguien privado de la libertad, no es libre de centrar su esfuerzo intelectual en los problemas y preguntas que lo apasionan, y por los que optó por ese tipo de vida, el de “las ideas”, en tanto que buena parte de su vida, en horario laboral y más allá, transcurre diligenciando formatos y atendiendo menesteres burocráticos.
Las tareas pendientes para las universidades y los académicos, seguirán siendo el fomento de la creatividad, abandonar el énfasis en las formas (entiéndase, la obsesión con las actas, formatos, oficios, etc.) y, parafraseando el bolero del maestro Héctor Ulloa, Don Chinche, siempre serán bienvenidos cinco centavitos de humildad.