Entre 1999 y 2004 Tibú era un infierno. Las masacres se sucedían unas a otras, casi todas perpetradas por hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia. Tanta sangre, tantas vidas arrebatadas tenía una razón: el control por La Gabarra. En ese corregimiento, a cincuenta kilómetros de Tibú, se movía trimestralmente 26 millones de dólares en cocaína. Los hidroaviones de los traquetos más importantes de Colombia aterrizaban en el Río Catatumbo que colindaba con el poblado que, inmune a la bonanza, aún mantenía sus casas de techos de zinc y pisos de cemento. Una de las peores masacres de las AUC ocurrió en agosto de 1999 cuando entraron a La Gabarra y mataron a más de sesenta personas. Bernardo Betancourt fue uno de esos sobrevivientes. Justo cuando terminaba el horror, en el 2004, el político salió elegido como alcalde de Tibú. El cargo lo tuvo hasta en el 2007. Los grupos paramilitares se disolvían en otros grupos armados y Bernardo le puso el rostro al mal tiempo.
Desde esa época se hizo un personaje fundamental y muy querido en la región. La simpatía que despertaba en el Catatumbo lo hicieron tomar la decisión que acabaría con su vida: lanzarse a la alcaldía de Tibú. Las amenazas empezaron a llegar de todas partes. Sus consejeros más cercanos le recomendaban hacer una campaña moderada pero su instinto político fue aún más fuerte que el miedo. Bernardo no tenía esquema de seguridad a pesar de las amenazas, de los señalamientos.
En la madrugada del domingo abordó una camioneta con su esposa Corina Durán con quien tenía una estación de servicio en las afueras de Tibú. Su destino era La Gabarra ya que desde ahí tomaría una chalupa que lo llevaría hasta el poblado Motilón Barí de El Silencio, a tres horas de La Gabarra. En el kilómetro 20 vía a La Gabarra la camioneta donde iba el candidato se detuvo para recoger a un hombre. A este lo llevaron hasta La Gabarra. Allí una comitiva del partido conservador lo esperaba. En El Silencio estaría a salvo. Los indígenas querían a Bernardo y consideraron que su primera administración les había servido mucho.
No había lancha para transportarlo. Tuvo que esperar durante varios minutos hasta que llegó. Ya se iba a montar a la lancha cuando el mismo hombre que recogieron en el camino le disparó dos veces en el cuello. Quedó tendido ahí, al lado del Rio Catatumbo. Nadie puedo hacer nada para salvarlo, ni siquiera su esposa que lo lloró como una Magdalena. Era un muerto más en La Gabarra.
A pesar de los innumerables enemigos que tenía el candidato por el partido Conservador, no hay aún ni un solo sospechoso. La familia y el país entero esperan justicia.