Joseph Ratzinger, el papa emérito alemán fallecido el último día de 2022, guardaba buenos recuerdos de Colombia, un país que visitó en tres ocasiones durante su vida como consagrado.
Aunque ninguno de sus viajes al país los hizo con su investidura de sucesor de Pedro, ni bautizado como Benedicto XVI, sí tuvieron una connotación especial porque se produjeron en tiempos en los que la teología de la liberación implicaba una amenaza para las vocaciones tradicionales.
Hernán Olano, vaticanista, canonista y actual rector de UNICOC, precisa que Ratzinger llegó a Bogotá como Obispo y más tarde como Cardenal. Pisó por primera vez territorio colombiano en 1972 para dictar un curso de teología a representantes del clero y a sus colegas de la iglesia Colombia.
Repitió su periplo en 1984, como invitado al primer encuentro de obispos presidentes de comisiones doctrinales de las conferencias episcopales de América Latina. Aunque en público proyectaba la imagen de hombre circunspecto -a algunos les parecía incluso malgeniado-, en privado era una persona cálida y divertida, que incluso se sentaba al piano para interpretar alguna partitura de un compositor de su tierra.
Así lo hizo en una ocasión, luego de compartir una jornada de oración con los estudiantes del seminario de Subachoque, en el departamento de Cundinamarca. Regresaría más tarde, en 1998, en misión académica-pastoral.
“En el primer momento de su visita de 1972 -recuerda el experto Olano- estábamos en la época posconciliar más dura de la Iglesia por el abandono de las vocaciones y la nueva visual derivada del documento de Medellín de 1968, que lideraba la teología de la liberación”.
En aquella época de rupturas, que sin embargo no desembocaron en un sisma, se produjo la primera visita de un papa a Colombia: la visita pastoral la protagonizó el Papa Pablo VI, encargado de inaugurar el Templete Eucarístico que hoy se encuentra en el parque Simón Bolívar de Bogotá.
Ratzinger puso las cosas en blanco sobre negro y dejó en claro que los pilares de su teología era la persona, como centro; el amor, la verdad, la belleza, la esperanza, la libertad, la lucha contra la dictadura del relativismo y María, como principal mediadora.
Desde entonces se ganó el respeto de la iglesia de Roma y sus libros, con enfoques doctrinales profundos pero claros, lo convirtieron en uno de los autores más consultados por los estudiosos del catolicismo.
La crisis de la Iglesia fue una de sus principales preocupaciones. “La renuncia de Benedicto XVI, inédita en 600 años, se dio por las luchas internas de la iglesia, que lo llevaron a decir que no tenía suficientes fuerzas para gobernarla”, explica el catedrático y escritor Hernán Olano.
Lo mortificaba una confusión generada por algunos sectores entre la “filosofía de la libertad” y la “teología de la Liberación”. Sin ambages planteaba ante sus auditorios que esta última se asimilaba a la “anarquía dentro de la libertad” porque, a su juicio, estaba impregnada de una dialéctica hegeliana-marxista.
Colombia, de todas maneras, no estaba lejana a sus afectos. Incluso conocer el país le permitió convertirse en uno de los mejores amigos de su coetáneo, monseñor Darío Castrillón, con quien departía con frecuencia y hasta se permitían una salchicha y una cerveza alemanas.
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