La maledicencia alimenta el odio y la envidia; lesiona las virtudes de la justicia y la caridad.
El diccionario de la Real Academia Española define maledicencia como la acción o hábito de hablar con mordacidad en perjuicio de alguien, denigrándolo; es decir, es la mala costumbre de murmurar, de maldecir, de emitir juicios negativos para hacerle mal al prójimo.
El Catecismo católico es aún más preciso y define como maledicencia: cuando sin razón objetivamente válida, se habla de otro con el fin de difamarlo o burlarse de él...; y agrega: “el respeto por la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptible de causarles un daño injusto”.
En griego, diábolos o diablo, etimológicamente significa: divide, lanza a través de, o entre, para separar, desunir, crear inquina o desunión, atacar, acusar y calumniar. Con estas definiciones puedo inferir que la maledicencia y el diablo, se metieron en medio de las redes sociales de quienes las navegamos, porque allí, lo que más se lee es: odio, inmundicia y grosería.
Nuestra sociedad parece enferma... se volvió contestataria en las calles, sitios de trabajo y hasta en los hogares. Una excusa es que estamos muy indignados por el sufrimiento y el dolor que ha producido tanta barbarie; pero tengamos en cuenta que el rencor nos mete en un agujero negro lleno de maledicencia e irrespeto.
Gritadera, peladas de dientes, injurias, improperios, patanería, repuestas delirantes y sin reflexión, es lo que practica la cadena de “odiadores” que te esperan cuando se te ocurre escribir u opinar sobre cualquier cosa.
Es mejor controlar la bilis, la mente y la mordacidad de la lengua cuando la dejamos suelta..., la abierta forma como nos maltratamos los colombianos en todos los escenarios de la vida diaria, no educará a nuestros hijos ni descendientes.
Con tanta grosería e irrespeto, la fuerza maligna oculta detrás de las redes sociales y del internet, se alimenta del veneno, que quiere inocular esa fuerza perversa desde la mente del provocador, estimulado por su egoísmo, el miedo, o su interés personal, que no admite nada distinto a lo que él piensa como verdad, o peor aún, a lo que se le ocurre decir porque sí.
Nos comunicamos bramando y vociferando; con atropello y ruido destruimos el honor del prójimo, olvidando que el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada persona posee un derecho natural de su nombre, a su reputación y respeto.
Poco nos importa acabar con cualquier individuo y más cuando representa algo; al camorrista lo embriaga la envidia y su propia incompetencia lo hace responder, denigrar y ofender, antes que dialogar.
Sin darnos cuenta nos subimos en un ring donde no existen reglas; alimentamos nuestras rabias y rivalidades contra quien se nos venga en gana y es permitido hacerlo; no aparece autoridad moral, ética o judicial que restrinjan el tamaño de la ofensa, la calumnia, o la injuria; como irracionales todo vale y eso le está haciendo mucho daño a los colombianos, que se contaminan con tanta vulgaridad.
¿Qué hacemos?: En cierta ocasión, un querido almirante de la marina colombiana, nos refería a Sócrates antes de iniciar su análisis en el centro de operaciones de la fuerza naval; nos recordaba una sencilla regla que puede ayudarnos a amarrar la lengua conectándola al cerebro...
Un joven discípulo de Sócrates llega a casa de él y le dice:
—Escucha, maestro. Un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia…
— ¡Espera! —lo interrumpe Sócrates— ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
-—¿Las tres rejas?
—Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
—No. Lo oí comentar a unos vecinos.
-—Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguien?
— No, en realidad, no. Al contrario…
— ¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—- si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido...
La mayor tentación de la lengua es la maledicencia que estimula a murmurar y denigrar de cualquiera con alevosía y sin límites; los juicios negativos o equivocados que a menudo hacemos de alguien, van en perjuicio del prójimo y de uno mismo. Seguramente que en eso, todos hemos errado.
No podemos seguir con el mal hábito de hablar con mordacidad en perjuicio de alguien, denigrándolo sin razón objetivamente válida: ¡eso es terrible! Escuchar antes que responder, enriquece hasta nuestro propio punto de vista.
Hay que ponerle freno a nuestra tentación por la ofensa: usemos las tres rejas, practicando la verdad, la bondad y revisando la necesidad irracional de hacer daño; practicar las tres rejas nos llenaría de esa infinita fuerza que todos los colombianos necesitamos para relacionarnos mejor, a través de normas, el respeto, la tolerancia y una justa solidaridad, alejados de la novelería, las mentiras y los chismes.
Publicada originalmente el 16 de noviembre de 2017