A los 15 años, cuando ya era una promesa, después de haber probado su destreza en modestas ruedos colombianos, un hacendado amigo de apellido Lozano, que le vio las condiciones, le prestó 10 millones de pesos para irse a España. Allá, cuando recién se asentaba, ocurrió lo peor. César Rincón toreaba en Miraflores de la Sierra, un pueblo cerca de Madrid y uando llegó al hostal donde se quedaba recibió una llamada de su papá: su mamá Maria Teresa y su hermana Sonia habían muerto en un incendio en su casa materna por culpa de una de las veladoras con las que doña Maria Teresa le pedía a la Virgen la protección para su hijo.
Ese dolor lo usó para enfrentarse a cada toro que se le puso por delante y constituirse en el primer torero en haber salido cuatro veces en un mismo año por la puerta grande de las Ventas de Madrid que disfrutaban a lo grande. El colombiano estuvo siempre en la cresta. Había nacido para torear, pero nada para él sería fácil.
Su debut en Madrid el 21 de mayo de 1991 fue apoteósico. César Rincón, 1.66 metros de estatura, bogotano, hijo de un fotógrafo callejero y de una empleada doméstica, se enfrentaba a Santanerito, una bestia de quinientos kilos en la legendaria plaza de las Ventas de Madrid cuando de una estocada mató al toro y el exigente público madrileño sacó sus pañuelos y gritó: ¡torero!. A Colombia llegó el eco y el país se estremeció.
La fiesta fue total cuando le dieron las dos orejas. Era la primera vez que un torero no nacido en Europa salía por la puerta grande de Madrid. En ese momento, la sangre de César Rincón estaba infectada y no lo sabía.
4 de noviembre de 1990, una cornada casi mortal
Palmira Valle. Baratero, un toro bravo de la ganadería de Ambaló le corneó la femoral. Lo trasladaron al hospital San Vicente de Paul. La operación duró 2 horas 35 minutos. La hemorragia no paraba así que tuvieron que operarlo tres veces más. En el desespero le hicieron una transfusión sanguínea. Se recuperó, pero en 1992 descubrió lo peor: tenía Hepatitis B. En ese momento, con apenas 28 años, tuvo que decidir entre parar una carrera que lo había convertido en el mejor del mundo o tratarse una enfermedad que podría ser terminal. Valiente hasta lo irracional, el torero decidió seguir en el ruedo.
1999, llegó la hora del duro tratamiento
César Rincón, a los 34 años, se quitó el traje de luces y decidió someterse al más violento de los tratamientos. Los efectos secundarios son terribles: caída del pelo, insomnio y un dolor de cabeza que no se quitaba con nada. Muchos pacientes no lo resisten, lo dejan a un lado y prefieren la muerte. Rincón, el torero, estaba acostumbrado al sufrimiento.
De niño, para pagar su arriendo en el barrio Fátima, trabajó como ayudante de ornamentación, hizo soldadura a los nueve años, asistente de zapatería a los diez. No todo era trabajo, la familia sacaba tiempo los domingos para hacer paseos de olla o ir a la casa de uno de sus tíos en Fontibón, muy cerca del aeropuerto a ver llegar aviones al Dorado.
2010, el retiro de la plaza y su vida de ganadero en Colombia
Los triunfos que cosechó, también económicos, le dieron la oportunidad de realizar su segundo sueño: ser ganadero. Compró tierra en Colombia y se retiró para vivir entre sus fincas El Sinaí, de Albán, Cundinamarca, en Carmen de Apicalá, Tolima, y su hacienda en Santa Cruz de la Sierra en Madrid. Desde 2010 es un respetable ganadero. Sin embargo, el fin de la fiesta brava también le augura un difícil momento al negocio de las reses bravas que Rincón tendrá que transformar.
Entre todos sus toros el que más quiere es Honrado, que a sus 19 años, espera plácidamente la muerte en una de sus haciendas. El toro fue indultado en una corrida durante las Ferias de Manizales de 2013. Aunque le va bien con la ganadería, él mismo dice que no es igual ver pastar un grupo de toros zenúes que los de lidia.
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El odio de veganos y animalistas que no es fácil de llevar
Cesar Rincón, igual que sucede con los apasionados por la tauramaquia, considerada incluso como un arte del cual se han escrito muchos libros no puede ser indiferente al odio y el rechazo que profesan jóvenes y animalistas contra el oficio que fue su vida. En Colombia, como en muchas otras parte del mundo, la presión del movimiento antitaurino logró que el toreo fuera prohibido por ley del Congreso.
Sin embargo, la furia contra los toros fue mucho más allá y esta semana en Duitama, donde en el pasado habían aplaudido a César Rincón hasta levantarle una estatua frente a la Plaza de Toros. Esta fue tumbada ante la sorpresa del propio Rincón, que rechazó con serenidad un acto que no puede disimular la carga de odio que envuelve. Si bien su gloria como torero es asunto del pasado, la estatua formaba ya parte de los emblemas de la ciudad.