A las seis de la mañana, el paseo peatonal adoquinado, iluminado y de doble vía que va desde el hotel Isleño hasta el Acuarium, comienza a recibir los primeros caminantes. También a los perros que vagan por la isla y que forman parte del paisaje. Y a las palomas que merodean entre la arena.
El sol ilumina de rojos los picos de la nubes, el mar es azul dorado y los vendedores de tinto comienzan su labor en el muro que divide el peatonal y la playa. Una isla de encanto.
No quiero referirme a sus problemas más serios, que fueron expuestos esta semana por todos los medios de comunicación. Como que solamente el 18% de la población cuenta con agua potable, que la electricidad de toda la isla se genera por una planta diesel que la convierte en la más cara del país, que existe una sobrepoblación de alrededor de 30.000 personas, que el 85% de su litoral sufre de erosión, que el parque Sunrise y el de la Barracuda están abandonados, que la movilidad se afecta con la circulación de más de 50.000 motos, que los edificios carcomidos por la maleza rodean como elefantes blancos sus principales calles o que la violencia y la inseguridad se enquistó en la isla convirtiéndola en una ruta de narcotráfico hacia Centroamérica.
Todo lo anterior, debe resolverlo el Estado, la fuerza pública y las instituciones civiles sanandresanas.
Quiero mencionar el débil papel que tiene la cultura isleña en la oferta turística que realizan los operadores que comandan su turismo y que son los grupos Decameron, Sol Caribe, Welcome y On Vacation, quienes cuentan con más del 80 por ciento de su oferta hotelera y servicios turísticos.
Hace un mes, la Fundación Transformemos publicó un libro de cocina sanandresana que fue premiado y reconocido internacionalmente como el mejor libro de cocina editado en el 2014. Además del rondón, típico plato de la isla, es posible encontrar otras preparaciones y mucho de la historia gastronómica y cultural de sus habitantes. El libro se vende en Bogotá. Las recetas no se preparan en ningún hotel isleño.
La música típica de la isla, sus artistas, sus trajes típicos y cantantes, no es posible escucharlos en ningún espacio. La casa de la cultura es un galpón desocupado. Usted debe ser parte de los turistas de Decameron para tener acceso a una “fiesta isleña” una noche, en una tarima frente a la playa y con decorado más propicio de Las Vegas en decadencia que de la cultura sanandresana.
Ni gastronomía ni música figuran en el listado de ofertas para los turistas. Y lo que promocionan sigue siendo lo mismo que hace cincuenta años: un hoyo soplador que poco tiene de atractivo, una cueva sin ningún interés y con una historia de dudosa guarida de piratas, una vuelta a la bahía en un barco donde ningún turista mira el mar porque la principal atracción es una pista de baile de reggaetón y la voz gigantesca de un locutor que incita a consumir alguna bebida alcohólica mientras realiza concursos de baile y de burla con los asistentes. Y otras similares.
La decadencia. El famoso Acuario muy deslucido y descuidado. En el paseo a Johnny Key se nota el afán por vender un almuerzo malo a treinta mil pesos el plato, antes que atender a los visitantes. ¿Y esa famosa cocina isleña que es una mezcla de sabores caribeños y cocina creole? Nada de eso. Un pedazo de pescado sin aliño, con dos tomates y una lechuga acompañado de un arroz mazacotudo es lo que compone el menú de los treinta mil.
Para fortuna de todos, Juan Valdez ya existe en la isla, en la zona rosa de Hansa donde termina el paseo adoquinado. De lo contrario, toca beberse el café con sabor a nada que preparan todos los hoteles de cualquier número de estrellas.
¿Dónde está el Ministerio de Cultura o su delegado en la isla? ¿Cuánto de su presupuesto se invierte en memoria y tradiciones culturales? ¿Y cuánto en promover y desarrollar las artes en sus nuevas generaciones?
Propongo cosas simples, de sentido común antes que de gran presupuesto: negociar con los grupos empresariales que son los dueños de casi todos los hoteles, tres cosas: 1. que dentro de su oferta alimenticia se incluya al menos uno o dos platos típicos de la isla, 2. que todos se tomen un curso para aprender a preparar café colombiano y solamente utilicen café nacional y 3. que al menos una vez a la semana contraten con un grupo artístico tradicional una presentación en sus instalaciones.
Podríamos pedir un poco más. Como realizar un gran concurso gastronómico en la isla donde sea requisito contar con el conocimiento de las abuelas raizales para poder participar, al aire libre, con jurados reconocidos, con muestra artesanal y artística, en fin, un verdadero festival de sabores sanandresanos que, además de reconocer su valor, incentiven el turismo gastronómico.
Y muchos más festivales como el de la Luna Verde, donde esa maravillosa herencia cultural pueda ser apreciada, conocida y disfrutada por sus miles de visitantes.
Cuando el Estado resuelva todos los problemas mencionados al comienzo, sería patético seguir contando, como gran oferta turística, con la visita al hoyo que sopla y a la cueva del pirata. ¡Sus raizales, su cultura y tradiciones son el verdadero tesoro de la isla!
Mientras tanto, debo decidir si dono el pan que tomé del desayuno, ¿a los perros o a las palomas? Caninos y aves caminan la playa, observan, esperan.
