En la mañana del 19 de agosto de 1989 Gonzalo Rodríguez Gacha era el segundo criminal más buscado del planeta. El haber ordenado el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán lo catapultó a esta “privilegiada” posición solamente superado por Pablo Escobar, su socio. El Mexicano tenía entre otras preocupaciones la de ocultar a Tupac Amarú. Los que conocieron al narcotraficante no dudaban en afirmar en que ni siquiera su esposa, Galdys Edilma Álvarez, tenía tantos privilegios como los conocía este elegante zaino trochador, el habitante más querido de la Chihuaha, la hacienda en donde se la pasaba la mayor parte del tiempo el temido jefe militar del cartel de Medellín.
El caballo vivía en una pesebrera de 25 metros cuadrados que tenía dos tipos de piso -aserrín y tapete de caucho- para que permaneciera sobre una superficie mullida que no lo maltratara. La alimentación era ideal: le daba pasto de corte y concentrado. Rodríguez Gacha le proporcionaba al animal una constante y variada vida sexual, Tupac disfrutaba 15 o 20 ratos de placer por mes. Los dueños de la yegua que compartían pesebrera con el zaino debían pagar 1.200.000 pesos de la época por el privilegio de ser montadas por él. El apetito sexual de Tupac solo era superado por el de su dueño.
Para Gacha era fundamental mantenerse cerca del animal. Era una especie de obsesión cabalística, uno de los tantos agüeros que tenía este hombre acostumbrado a andar con brujos y hechiceros que le garantizaban inmunidad ante las balas y la justicia. Las autoridades sabían que lo primero que iba a ser El Mexicano era correr a rescatar a su caballo. Uno de los primeros operativos que desplegó el ejército después de la muerte de Galán fue precisamente ir a la hacienda y custodiar a Tupac Amarú. Pasaron los días y el hombre no venía por el animal. La razón se vino a conocer muchos años después: Gacha previendo que iban a decomisar al paso fino lo sustituyó inmediatamente en la pesebrera por otro zaino que tenía bastante parecido a Tupac, por eso entre tantas distinciones este equino ostenta el de ser el primero en Colombia en haber estado en la clandestinidad.
Dicen que Gacha lo escondió en un apartamento que tenía en la calle 170 en Bogotá. El bloque de búsqueda perseguía al caballo con el mismo celo que lo hacía con su dueño. Al parecer ningún vecino se quejó. En noviembre del 89, pocos días antes de que fuera dado de baja en Tolú, El Mexicano en un magistral operativo, volvió a llevar a Chihuaha a su tesoro más preciado. La leyenda cuenta que, como Pegasso, Tupac también tenía alas.
Cerca estuvo este emperador de Pacho (Cundinamarca) de llegar a las extravagancias que tuvo Calígula para con su caballo Incitatus. Si bien no le mandó a construir un palacio, con numerosos jardines y con 18 sirvientes a su disposición, ni lo nombró concejal de Pacho, si le partía una torta y le hacía suntuosas fiestas cada 5 de junio, fecha en que nació el equino. A mediados de los años ochenta rechazó una oferta de cuatro millones de dólares que le hizo un pool de empresarios que buscaba quedarse con Tupac. Lo de Gonzalo Rodríguez con su caballo no era obsesión, era amor puro, un amor que era absolutamente correspondido: cada vez que sonaban los corridos y las rancheras que tanto disfrutaba el mexicano hacían que el animal mostrara feliz su mejor paso. Desde su balcón y con los ojos encharcados en lágrimas, el brutal narco aplaudía a su animal.
Un amor fundamentado en los innumerables premios y medallas que ganaba en cada concurso en el que participaba. Los expertos afirman que Tupac marcó un antes y un después en la historia de la equitación nacional al haber sido el único caballo que en la prueba de rienda llamada el ocho- por el recorrido que tienen que hacer- podía realizar las cerradas curvas con igual facilidad para adelante y para atrás. Todas estas cualidades fueron recompensadas al ser declarado Fuera de Concurso en la Exposición de Bucaramanga de 1985.
Cuatro años sobrevivió Tupac Amarú a su dueño. Un cólico lo mató súbitamente aunque algunos afirman que murió de pena moral; le dolía mucho no escuchar la voz de su dueño, las rancheras que le cantaba, el olor a sangre y pólvora que destilaba por sus poros. Gacha había dejado instrucciones muy claras: el caballo debería ser disecado y puesto en una urna de cristal. La urna se depositaría después en la pesebrera donde habitó sus días más felices. Alcanzaron a traer a un taxidermista del exterior, el tipo iba a cobrar 15 millones de pesos pero a la Patrona, como se le conocía a Doña Gladys en la Chihuahua, le pareció un precio muy alto. Ordenó enterrarlo por completo en una fosa común cualquiera. La convencieron de que al menos mandara a disecar su cabeza y las patas. Como el indígena rebelde del que sacaron su nombre Tupac Amarú fue desmembrado después de su muerte. Las patas y la cabeza se dejan ver todavía, como si fuera una escultura de Damien Hirst, en la pared de un bar en Pacho Cundinamarca. Caballistas de todas partes del país hacen su excursión y se toman fotos al lado de la portentosa cabeza. Muchos desconocen su origen tan solo saben de él que fue un buen caballo; tal vez el mejor de todos.