Marilyn Manson a mediados de los noventa era el más aventajado discípulo de Anton Lavey, el papa negro, el satanista más reconocido del mundo. Su disco, Anticristo Superstar, no sólo servía para revalidar el metal sino para poner de moda el satanismo. Su relación con una jovencísima Evan Rachel Wood lo ponía aún más en la palestra pública. Sin embargo todo lo malo que se pensaba de él se vino a concretar 25 años después de su éxito.
La revista Rolling Stone se tomó nueve meses en una investigación que vino a comprobar que el cantante convirtió el estudio de su departamento en West Hollywood en una cámara de tortura llamada "Bad Girls Room" (Cuarto de las Chicas Malas), en la que castigaba a sus parejas por horas sobre las "más pequeñas transgresiones percibidas".
La ex asistente del artista, Ashley Walter, quien también es una de las que llegó a la Justicia para acusarlo de agresión sexual, aseguró a la publicación que Manson siempre bromeó y se jactó de ese espacio.
Asimismo, una de las ex parejas de Marilyn afirmó que fue obligada a estar dentro de esa habitación. "Al principio, lo hacía sonar genial. Después fue todo punitivo. Incluso si estaba gritando, nadie me iba a escuchar", comentó Ashley Morgan Smithline.
El apartamento del cantante tenía toda la imagen de una guarida de alguien perturbado: svasticas hechas con sangre, y pornografía pegada en la pared. La investigación también hizo énfasis, por supuesto, en la cámara insonorizada que tenía para sus torturas: "Allí cometió actos de abuso mental, físico y sexual que dejaron a sus víctimas con episodios paralizantes de ansiedad, depresión, ataques de pánico y estrés postraumático".
El escándalo apenas comienza.