Empezó el mes de diciembre y además de las celebraciones típicas de estas fechas en las que parece nos volvemos más sensibles, recibimos mensajes, vídeos y canciones, donde el mundo exterior parece perfecto y añoramos compartir con la familia, los amigos, compañeros de estudio y trabajo. Sin embargo, la realidad es que seguimos inmersos en un universo que nos está robando el tiempo de conocer verdaderamente lo que importa.
Para explicar un poco mejor, hago alusión a un vídeo de la marca IKEA, que llegó precisamente por WhatsApp, llamado “Familiarizados” en el que las familias reales alrededor de la mesa, compiten a nivel de concurso y cada miembro va siendo eliminado si no responde adecuadamente las preguntas hechas por el presentador. Comienzan con temas como: bailes, música, chats, artistas y cosas que se encuentran fácilmente por internet, a lo cual responden rápidamente y de manera positiva; no obstante, cuando se pasa a preguntas de tipo familiar: ¿dónde pasaron la luna de miel tus padres? ¿Cuál es la música favorita de tu hijo? ¿Qué carrera estudió tu abuela?, ¿qué sueño le hace falta por cumplir a tu esposa? etc. no saben la respuesta correcta y quedan descartados instantáneamente del juego, haciéndolos sentir mal porque a pesar de los años no conocen realmente a su familia.
El ejemplo anterior, no se queda solo en un simple vídeo, nos toca la fibra, porque ya no se cuentan historias entre las familias, nos sentamos alrededor de la mesa a comer y distraernos al mismo tiempo que recibimos el bombardeo de información de las Redes Sociales, a pesar que hablamos, no nos comunicamos asertivamente, no descubrimos lo verdaderamente importante en los seres que amamos, siempre estamos de afán, oímos pero no escuchamos y a algunos hasta aburrido les parece las anécdotas que de verdad alimentan nuestro existir.
Ya lo decía nuestro Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla” y al parecer no tenemos nada qué contar, nos absorbe un “pequeño y gran mundo” llamado: celular (con el 80% de usuarios), computador (67%), tableta (16%), especialmente a los jóvenes entre 14 y 20 años, pues nacieron en la era de los cibernautas, no salieron a jugar a la calle, no saben lo que es caerse, pelear con los amigos, reconciliarse de nuevo y sudar hasta el cansancio… y a pesar de la inmediatez en la nueva comunicación y de tantas selfies, ya no se guardan las fotos en un álbum de papel, entonces cuando se nos pierde el teléfono, a veces “endiosado”, ya no hay recuerdos, ya no hay historias que recordar.
¿Dónde queda la comunicación cara a cara? ¿Dónde quedaron esas tardes en familia en las que escuchábamos las mismas historias una y otra vez, que nos causaban risa y quedaban impresas en nuestras mentes y nuestros corazones? La comunicación queda reducida a un simple chat, a un mensaje que recibimos y reenviamos haciéndolo viral, porque ni siquiera en las fechas especiales somos originales, se nos olvida llamar para escuchar las voces o visitar a los seres queridos.
La frivolidad está acabando poco a poco con lo trascendental, y no es que debamos satanizar las redes sociales porque fueron desarrolladas para acercarnos más fácilmente en la comunicación; es simplemente que no podemos dejarnos llevar por la inmediatez en un mundo globalizado, no debemos dejarnos consumir por un aparato electrónico que nos atrapa y pretende no soltarnos, pues según estudios recientes de Google, una persona normal, pasa 170 minutos (3 horas diarias aprox.) en su celular, especialmente en su casa y en horas de 8:00 p.m. a 12 de la noche, a la hora que justo se pueden encontrar y compartir con la familia… sencillamente, no podemos seguir ausentes de la vida real, no esperemos a morir lentamente en el olvido.