El arte de las vanguardias tienen la ventaja de utilizar cualquier técnica y método para expresar las nuevas ideas sobre la realidad, tanto interna y subjetiva como externa y objetiva. Entretejiendo estas relaciones aparece la posibilidad de una renovación de la representación de un nuevo orden social.
Jaime Ávila Ferrer (1968, Saboyá Boyacá) estudió ingeniería y artes plásticas. Su trabajo conjuga tiempos con sus proyectos visuales que, acaban siendo instalaciones. En esta ocasión y, desde el 14 de agosto, en la Galería Nueveochenta en Bogotá aparece el análisis conceptual de un paisaje urbano y público de andenes que se encuentran invadidos por los vendedores ambulantes que sus productos convergen en piratería. Captura imágenes de la venta de películas y para ampliar el contexto, utilizó mil cajas plásticas para emular esta nueva conducta de un comercio que por su ilegalidad, es accesible a todos los mercados. También nos podemos preguntar si el producto sobrevalorado por los productores iniciales conjugado con las nuevas técnicas de reproducción, es la venganza de los pobres que le cambiaron el comportamiento al producto de exclusivo al callejero.
Jaime Ávila continúa trabajando la fotografía como elemento visual. En su trabajo anterior, recorrió diez ciudades latinoamericanas para reconstruir las imágenes, los colores y las texturas de la pobreza pero contenidas en medidas de metros cúbicos. Las fotos se repiten y combinan dentro de las fachadas de los barrios pobres para encajarlos dentro del cubo de un cuadrado que mide y muestra las malas condiciones en el que viven demasiados seres humanos. Esta vez, la búsqueda tiene un vínculo cercano a los piratas del siglo XXI.
Otro artista que se presenta en la Galería Nueveochenta es Alejandro Sánchez Suárez. La obra la sostiene el título Marca y, donde reproduce unas las fotos de los años 50 de Bogotá. La formulación y la reacción del artista se impregna de la abundancia de mundos que polucionan la vida y el mundo mientras lo único que se desea es comerse una simple hamburguesa. Por eso, pinta sobre papel de servilletas y pinta —casi como acuarela— con salsa de tomate y Coca-Cola. Materiales con los que logra una apariencia “sepia” que remeda la apariencia de los viejos tiempos de fotos de la época y, las van enmarcando y ordenando en bolsas plásticas. El artista observa desde otro tiempo, los patrones de consumo de esa época, observa y recrea las tendencias como son la moda de los hombres con sombreros y chalecos, las mujeres con vestidos y guantes o representa la arquitectura repleta de avisos publicitarios con tipografías que hoy son impensables y, donde el comercio estaba en la vida privada de los pequeños o grandes empresarios. Otra sociedad, otro consumo, otra epistemología de la naturaleza de la urbe con sus connotaciones económicas y sociales.
En el patio de la galería se encuentra exhibiendo Juguetes acuáticos, Ana Mosseri. Simpáticas ranitas en bronce brillante en el césped o pescados —muñecos también de molde— que nadan en su estanque. Nada interesante para ser una producción tan costosa que requiere ninguna imaginación creativa pero sí, mucho ayudante en la fundición. No son esculturas, son muñecos para gente boba, rica y grande.